jueves, 27 de febrero de 2014

La película Gravity a la luz de Moon



Antes de que se decidan los Oscares y pueda suceder que le den a Gravity algo más que las gracias, quiero decirle a los socios de La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, no hay nada como ver de qué presume uno para saber de qué carece, que se lo piensen bien y no le den el premio a la que más convenga a los intereses económicos en vez de a la de más calidad y no hagan como en Eurovisión, que ellos sí que tienen donde elegir.

Al ver Gravity  me quedó el regusto de sentir que podía haber sido otra cosa pero que se había quedado en una película de cowboys, con una vaquera de protagonista, y me acordé de Moon, una película también de ciencia-ficción del 2009, no sé por qué.  Guardaba un recuerdo de ella no muy preciso. Así que la vi de nuevo.
En seguida me di cuenta de que el recuerdo se había disparado por contraste y semejanza. Algo muy raro. ¿Y en qué consistía ese contraste y esa semejanza? Pues en que una era una película profesional y la otra buscaba sin abandonar la profesionalidad el más allá de toda obra de arte. Y las unía el hecho de que ninguna de las dos había conseguido el objetivo de convertirse en película de referencia.
Cuando uno hace una película con Sandra Bullock y George Clooney no busca hacer arte, busca entretener, hacer pasar un buen rato. Y este film lo consigue. Pero las imágenes del espacio, tan extraordinarias, y el planteamiento de estar flotando en el todo o en la nada, según se mire, aparta a Gravity de una mera película de aventuras con un cowboy simpático y parlanchín, generoso y competente y una valerosa dama con arrestos, para meterla en ese campo del simbolismo que tan buenos rendimientos le da al cine en particular y al arte en general. El símbolo: Eso que late en la película que estás viendo pero que parece que no es el tema. Ese simbolismo que ha hecho de Blade Runner una obra de arte cinematográfica imperecedera.
Aquí en Gravity no late porque el guionista no está por la labor, no era eso lo que pretendía. Así la pequeñez del hombre frente al Planeta en el que vivimos, nuestra implacable labor de destrucción del mismo, nuestra soledad materializada en ese estar dentro de la segunda piel del traje de astronauta como todo nuestro universo vital y nuestra exposición a cualquier fenómeno gravitacional quedan como meros episodios anecdóticos de la historia para centrarnos en la consabida lucha por la supervivencia. Pero el símbolo es cabezón y nadie lo mangonea. Revolotea durante toda la proyección.
Cuando al final vemos a la protagonista ponerse de pie y echar a andar, de nuevo en la Tierra, caemos en la cuenta de que hemos visto una película de aventuras, entretenida, y los conatos del símbolo se quedan como algo fortuito. Que el final del film hubiese rondado el hecho de que el cuerpo de la astronauta quedase flotando en el espacio camino de la nada hasta morir le  habría dado a la historia una dimensión más ambiciosa pero menos comercial. El final es una declaración en toda regla de que el negocio es el negocio. El arte ya lo harán otros.
En Moon pasa un poco al revés. Ya el que la historia esté armada sobre el concepto de lo que conocemos como “clon” demuestra que la intención del director es enfrentarnos con una película dónde se reflexiona sobre quién soy yo, que recuerdos son ciertos, cuales he inventado, a dónde me lleva la soledad, las mil personas que somos cada uno de nosotros, etc., etc. No quiere ser una película comercial. Y casi lo consigue, si no hubiera sido, primero por esa pandilla que viene  a hacer limpieza a la luna y que nos mete de lleno en la dicotomía de las películas planas, con buenos y malos, y segundo por esa voz en off que nos informa de que el clon en la Tierra y sus confesiones han puesto en aprietos a la empresa que dirige el negocio lunar y la posibilidad de que el clon sea un chiflado o no, lo que nos introduce en el mercadeo tan actual de que lo que no es verdad es mentira. Como se ve, buenos y malos, verdades y mentiras, aderezos para una ensalada pero no para un plato exigente. Eso y unos diálogos que no acaban de sumergirnos en el desconcierto de verse a sí mismo más joven y activo. Con lo que eso podía haber dado de sí.
Y así, una porque no se ha querido y la otra porque no se ha podido, estas dos películas se quedan en meras películas del cine de entretenimiento.
El que le den, o no, uno o varios Oscares a Gravity no altera el producto.

miércoles, 5 de febrero de 2014

“Import /Export” o La Europa que no queremos ver



Es muy difícil ver películas de Ulrich Seidl en las salas comerciales. Le dan algún premio en un festival, sale en cuatro noticias especializadas y se vuelve a sumergir. Hasta la próxima.

En las sociedades, en todas, hay lo que se llama la superficie y lo que se podría llamar las cloacas. Superficie y cloacas, en los países del llamado Primer Mundo son muy parecidas. Las diferencias en contenido son anecdóticas. Sin embargo sí hay algo que las diferencia en la forma, y es el grado de separación entre cloacas y superficies en cada uno de los países que pertenecen a ese primer mundo. Entre más distancia, más represión y más hipocresía. Y suele ser en los países del centro/norte de Europa donde esta diferencia es más grande. Esta diferencia trae como resultado que la reacción de determinadas conciencias sea más visceral y más radical. No es una casualidad que la pintura expresionista tenga sus máximos exponentes en pintores del centro/norte de Europa. Sus obras son como gritos de presos que ya no pueden soportar más su encierro. El humor irreverente y cruel de los ingleses se podría decir que es hijo de su contención. O el odio de Thomas Bernhard por Austria, fruto del afán del país por figurar como un país modélico.
En los países del sur esta diferencia es menor, algunas veces mínima. Las prostitutas en las calles y polígonos españoles es  habitual, borrachos tirados por las esquinas suele ser común y hasta zurullos entre coche y coche. Contar miserias de España en películas sería aburrir.
Pero la conciencia centroeuropea es más “exquisita”. Lo clasifica todo y todo lo almacena. Siguen un poco aquello de “lo que no ves es cómo si no lo sintieses”. Pero algunos sí que lo ven y muy bien. Y lo vomitan en forma de obra de arte. Sólo hay que leer alguna novela de Bernhard o ver un cuadro de Egon  Schiele. Pues esa estela sigue Ulrich Seidl. Y se dedica a contárnoslo.

Viendo la película de Ulrich Seidl a nadie se le ocurriría pensar, de no saberlo, que transcurre en Europa, el import, y en Ucrania, el export, o al revés, porque qué más da a dónde vas y de dónde vienes si huyes de un sitio y el otro no te complace. Uno podía pensar que es un escenario apocalíptico. Todos los exteriores están escogidos para hacer daño, implacablemente. Me imagino haciendo el montaje y cortando donde apareciese algo de vida sana, de alegría, de esperanza. Y no es porque Ulrich Seidl sea sádico si no porque no quiere distracciones. Hay gente que sufre y que sufre mucho. Eso es lo que debe quedar claro. Y vaya si queda.
Vidas desamparadas, sin esperanza que van de un sitio a otro por ir. Una chica huye de los siniestros resultados de un poscomunismo desolador y termina maltratada pero resignada, sin su hija, en Austria. Un joven a merced de todo lo malo del capitalismo huye de esa misma Austria y termina, en una paradoja cruel, haciendo autostop en Ucrania, huyendo hacia un destino incierto y mísero pero con el atractivo de la esperanza por lo desconocido. Una esperanza que ya ha perdido en la modélica Austria.
Todo aderezado con vandalismo urbano, explotación sexual, esclavismo laboral, pobreza extrema, vejez maltratada. Y sin embargo tanta desgracia está bien trabada en estas vidas. La vemos absolutamente posible.
Los temas en Ulrich Seidl lo son todo. Casi no hay dialogo. Los trabajos interpretativos son de un automatismo descarado, los personajes van y vienen, no caminan. Se aparean, no hacen el amor. Cumplen con su trabajo, no son profesionales. La fotografía es una pero podía ser otra, no marca especialmente las escenas. El tema. El tema. ¿Y cuál es el tema?
Para explicar el tema, baste un detalle. Hay escenas en las calles, las casas y  los bares de Ucrania. Y hay escenas en las calles, las casas y los bares de Austria. Parece fácilmente aceptable que la miseria y la pobreza inunden las imágenes que transcurren en Ucrania. Ya se sabe, la catástrofe de la sociedad comunista: edificios sin mantenimiento, coches viejos, calles sin asfaltar, casas desangeladas. Pero sorprenden las imágenes que muestran la acción en Austria. Son exactamente  igual de frías. La Austria de la Filarmónica de Viena, el Prater y la catedral de San Esteban.
Y es que quizás lo que pase, es que para el joven austriaco que termina caminando por una carretera ucraniana todo el esplendor de Viena es inexistente.
Y da lo mismo dónde vivas si te ha tocado ser de los perdedores, los indefensos, los marginados. Aquí y allí, comunismo o capitalismo, nadie se va a ocupar de ti.
Ulrich Seidl no se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí. En esta película nos muestra dónde estamos.
No estaría mal pasar esta película por los Institutos  de Bachillerato. Tendría cabida en varias asignaturas.

domingo, 2 de febrero de 2014

"La gran estafa española" de Mariano Rajoy versus "La gran estafa americana" de David O. Russell



Hay una lectura actual de “La gran estafa americana”, y es que llega a España en un buen momento de nuestra vida nacional. Muchas de las escenas de la película nos resultan harto familiares. De hecho en los últimos años vivimos sumergidos en una gran estafa y muchas veces las noticias que desde los medios de comunicación nos llegan nos hacen preguntarnos: ¿Esto es verdad o estoy viviendo en una película?
Así que no es de extrañar que a estas alturas cuando las escenas de esta película van desfilando, muchos espectadores se aburran, de hecho de la sala en la que yo la vi, se levantaron dos parejas que hicieron mutis por el foro. Seguramente a causa de alguna otra razón perentoria, acarreada por una de las muchas urgencias de variado tipo que nos acosan, pero no pude por menos que pensar: Mira, se van, porque están aburridos de corrupciones. Y es que si vas al cine y ves lo mismo que diariamente lees en los periódicos se explica un poco este cansancio.
Después está la lectura que perdurará, porque corruptos dejaremos de ser, o nos obligaran a dejar de serlo, pero estafadores no, va con el ser humano. La vida es una estafa. Ésta es una frase que nunca dejará de pronunciarse, pensarse o promocionarse.
Es en este aspecto donde me parece que la película tiene su acierto y la esencia de su motivo de ser. Viendo el transcurso de la misma me he dado cuenta de que el estafador es en realidad en nuestra sociedad un tipo en desventaja….porque sólo es estafador. Frente a los demás ciudadanos no puede competir. Porque hay ciudadanos policías que además son estafadores, ciudadanos ingenieros  que además son estafadores, ciudadanos carpinteros que además son estafadores y así todas y cada una  de las profesiones, cada una de las personas. Mientras que el estafador sólo es estafador. Y cuando ante el estafador de profesión vocacional se coloca un ciudadano polivalente que además de su profesión puede ser estafador, pues el estafador es normal que se queje de competencia desleal e intrusismo laboral.
El personaje de Christian Bale debería convertirse en uno de esos personajes que devienen prototipos del cine. Digo debería porque, contemplada con unas horas de perspectiva, nada en la película está a su altura.  Quizás los instantes en que aparece Robert de Niro y poco más.
Se presenta como un hombre hecho a sí mismo que aprendió de pequeño a estafar y que se gana la vida estafando. Nada importante. Para tener una vida llevadera. Y es lo que quiere, nada más. Sus problemas empiezan cuando se ve obligado a lo que se podría llamar progresar en su profesión, cosa que él no desea y contra la cual se resiste durante toda la película. Es magistral la escena en la que van grabando los sucesivos sobornos a los políticos de turno. Se siente tan escandalizado y tan inseguro que tiene que salir a tomar aire fresco.
Es algo así como si a un carterista de estos del metro le hubiera llamado Mariano Rubio, otro Mariano, ofreciéndole robar el Banco de España. Se hubiera negado de entrada, pero si no hubiera tenido más remedio que hacerlo….estaría en la misma situación que el  protagonista de este film.
Aciertos de esta peli, el soberbio trabajo de Christian Bale. Se puede decir que abre los brazos y bajo su amparo  la historia se desliza con una verosimilitud incandescente. Los otros personajes se dejan llevar por su presencia. Hacía tiempo que no veía tan bien a Robert de Niro. Un papel corto que corta el aliento. Comedido, casi ni parecía De Niro. La esposa del estafador es la salsa de la historia. Con sus piruetas mentales consigue un personaje que casi le roba el protagonismo a la protagonista estafadora y amante de su marido.
Desaciertos: No sé si por culpa del montaje o por el guión, el ritmo de la peli es sincopado. Va a tirones. A ratos tenía la sensación de que eran trozos inconexos y pegados siguiendo un hilo pero sin que entre ellos hubiera relleno, no sé si me explico.
El personaje femenino protagonista no me lo acabé de creer. No la vi sexy en ningún momento, si sexy era Kim Basinger en L.A. Confidential. La distancia es abismal. No puedo explicarme que pretende el director sacándola toda la peli casi enseñando las tetas, hasta en las situaciones más inapropiadas e injustificables. Además unas tetas de lo más discretas. No me lo creí. Y el agente del FBI, de comic. Sus rulos en el pelo, una gracieta.
Una película que podría haber sido una gran película y se  queda en entretenida.
Por cierto no sé si al director se le olvidó explicarnos qué pasó al final con la historieta del jefe del FBI cuando su padre, su hermano y él iban a pescar en el hielo. O lo dejó así, adrede. Una idea de la dirección tan poco fiable que ha hecho.