miércoles, 26 de marzo de 2014

Philomena, a mi pesar, de Stephen Frears.


En esta última película de Frears, la historia que nos cuenta  goza de la sobriedad y el buen hacer de este director inglés que toque el tema que toque en sus películas siempre tiene uno la tranquila sensación de que podrá o no disfrutar del film, pero perderse no se va perder. Un guión milimétrico que no tiene ni una escena de relleno camina sin prisa pero sin pausa hacia su desenlace.
Pero, hay un pero, por encima del melodrama, intenso y muy a propósito para España, en estos momentos, destaca la interpretación de los dos protagonistas. Algo que no sé si es bueno o malo para la película. Me explico. En una obra de teatro hablar de afectación, extralimitación, histrionismo o como se quiera llamar a esa tentación de los actores aclamados de poner la obra a su servicio y no al revés, como han demostrados las veces que yo los he visto tanto Nuria Espert como Josep Maria Flotats, no es importante pues en el teatro se realiza una catarsis colectiva, es decir hay un pacto de todos los presente para fingir que aquella historia está sucediendo y sacar de ella el jugo, la esencia de aquello que se trate. Contra eso los actores poco pueden hacer y se  dejan ir, engolando  la voz, comportándose afectadamente o incluso haciendo guiños al público. En el teatro hay una complicidad de todos con todos. Esto en el cine no pasa. En el cine el actor debe ser creíble. Es muy arriesgado que un actor se quede mirando a la pantalla. Eso saca de una patada al espectador de la historia.
Para mi gusto, a esta película le hubiera venido mejor unos actores más contenidos y menos teatrales, aunque debo decir que se movieron al borde del exceso. Sin sobrepasarlo nunca. O poquísimo. Pero esta película, por la temática, necesitaba unos actores menos decisivos, más a remolque de lo que se narra.
Porque al salir de la sala está en la mente de los espectadores la buena “interpretación” de los actores contándonos su historia. Cuando debía de quedar por encima de todo Philomena y sus circunstancias, y no lo bien que Judi Dench le da vida.
Una vez aceptado este exceso de actuación, que la película tiene algo de teatro, ésta se deja ver, se disfruta y en la mente de los espectadores queda, si consiguen deshacerse de los trabajos interpretativos, el poso de alguna lección de historia y alguna otra de vida.
Las de historia. ¡Qué jodidamente mal lo han pasado los irlandeses! Cuando no los machacaban los ingleses venían los americanos y los compraban. Y entre medias, la religión católica para anestesiarlos y que fueran al patíbulo tranquilos y dóciles.
Los irlandeses se hicieron católicos para defenderse de los ingleses y no sé yo que es peor.
Las de vida. Philomena, a su pesar, ha tenido que vivir y ahora al final de su existencia, sólo quiere saber. Nada de ajuste de cuentas, nada de recriminaciones ni odios, sólo un poquito de consuelo. Su compañero de andanzas todavía no ha sucumbido y se rebela contra la ignominia y el desprecio por los demás. Aunque al final no deja de entrever que su destino será algún día parecido al de Philomena: Alguien hecho a su pesar. Como todos. Como Gonzalo Torrente Ballester nos contó en su novela.
Un melodrama conmovedor que no quiere ser otra cosa.

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