martes, 29 de abril de 2014

“La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski.



A veces, las obras creativas le deben más a lo que el autor ha eliminado que a lo que ha dejado. Este trabajo ingrato, Danielewski no sólo no lo ha llevado a cabo, si no que se ha revolcado en lo que otro autor hubiera considerado prescindible. Claro que analizando su artefacto narrativo, como hubiera dicho Nicanor Parra, si empiezas a quitar corres el peligro de dejar la obra en cien páginas de casi setecientas que tiene.
Y otro peligro que se corre es que una vez vistas las cien páginas termines tirando el manuscrito a la papelera.
Y hubiera sido una pena que después de tanto trabajo, cosa que indudablemente hay que admirar en el autor, y de las posibilidades que el invento ofrecía, terminara todo en nada.
Así que nada de papelera ni de podar. Se amontona todo, se le reviste de un aire vanguardista, se le emperifolla y al mercado.
Eso es “La casa de hojas” un acertado ejercicio de mercadotecnia y un lamentable ejemplo de literatura de cascaruja. Mucho ruido y pocas nueces.
Empezando por la hoja de los halagos, que normalmente va en la solapa o en la contraportada, y que aquí te la encuentras nada más abrir el libro y donde se pueden leer disparates como la comparación que  dice que Bret Easton Ellis hace entre este autor,  D.F.Wallace y T. Pynchon. Por no hablar de poner esta historia a la altura de Moby Dick, Ulises de Joyce o Pálido Fuego.
Llama la atención que entre tanto halago no se haya puesto la opinión de The New Yorker. Si es que la hay. Sospechoso.
Si una de las maneras de enfocar una crítica literaria es ceñirse a diseccionarla en función de su forma y de su fondo, hay que decir que con el fondo o contenido de la obra se acaba rápidamente: Pareja con hijos pequeños y desavenencias matrimoniales se mete en una casa embrujada o con fantasmas, en la que un pasillo parece abrirse a un agujero negro que se lo traga todo y por donde se aventuran nuestros protagonistas. Y paralelamente, joven procedente de familia desestructurada se auto machaca con las drogas y otros vicios. Como se ve nada nuevo y si muy manido. Todo esto aderezado con “autor que cuenta lo que a otro autor le dijo otro autor” y repleto de bibliografía dedicada a la historia. Tanta bibliografía, ni que el dichoso expediente hubiera sido una Biblia, que uno termina aburriéndose y no mirándola. Queda la sensación de una narración desigual. Lo que vista la forma no extraña.
Una forma que es el plato fuerte del libro, pero poco novedoso, nada original y cogido con pinzas.
Hay de todo y tanto que el hartazgo se hace insoportable.
Enumero: Páginas escritas al revés, en triangulo, al tresbolillo, en un lado, páginas en blanco o poco escritas, páginas en braille, páginas tachadas, citas de Homero en varios idiomas, cameos literarios de autores conocidos, bucles de lectura entre notas a pie de página, notas 173, hay aproximaciones a la pintura o a la fotografía con varias páginas mostrando collages, se habla constantemente de películas de video, se muestran casi story-boards, enumeraciones angustiantes de objetos que no vienen a cuento, de edificios públicos y monumentales, de obras literarias, de arquitectos, de documentalistas…un sinfín de recursos mostrados sin dosificación ni mesura.
Sólo la distracción que ocasiona la búsqueda de las notas a pie de página consume más atención que la historia misma. Hasta llegar a un punto en que no sabes si el baile de las notas 342,344 y 345 en las páginas 373 y 374  es un error o un efecto buscado.
No se ve por ninguna parte el riesgo en la creatividad que obras como The Life and Opinions of   Tristram Shandy o Finnegnas Wake pudieran haber buscado y desde luego leyéndola unos se acuerda de Rayuela de J. Cortazar por aproximación y de Rulfo o de Borges por contraposición. Y de H.P. Lovecraft por paisanaje. Pero nada más.
Sólo hay un camino para poder salvar esta historia y es como posible metáfora de algo. ¿El qué? No lo sé. Quizás esté hablando del origen de la vida que pintó Courbet, quizás la vida misma con sus zonas oscuras y terribles, quizás la vida matrimonial con sus silencios y horrores, quizás la casa de hojas sea la sociedad misma postmodernista que ofrece una dimensión y luego tiene estancias oscuras y frías que se te tragan: Las drogas, los trastornos alimenticios o yo que sé. Si esto es así, que es una metáfora, me lo deberá de agradecer el autor porque he puesto yo más empeño en ello que él. En la forma esta casa de hojas es toda una casa de “Gran Hermano”, sin orden ni concierto pero sí un objetivo claro, las ventas.
Para terminar un índice dónde aparecen palabras como “terminar”, “salir” y “siempre”…que ya me explicara alguien qué fundamento tiene eso. ¿Llenar más páginas?
Otra teoría más censurable y desagradable que a  muchos les sonará, sobre todo si se dedican a emborronar páginas, y es que un buen día te levantas y coges todos los cuadernillos que guardas con cuentos, poesías, reflexiones, dibujos de tus hijos y cuatro consultas al Google, los copypastes, los coses y ¡vuala!, una novela postmoderna y de vanguardia.
¿Qué cómo diferencia uno una cosa de otra? Pues educando el paladar.
Para ello, si libro interminable pero que te dejará otro de cuando empezaste: “El hombre sin atributos” de T. Musil o “En busca del tiempo perdido” de M. Proust. Si corto pero que te dejará hecho unos zorros: J. L. Borges, J. Rulfo, la misma Alice Munro, por poner unos ejemplos. Después se vuelve uno al libro de Danielewski y ya se verá.
Podía haber hecho un resumen de lo que me parece la obra escribiendo lo siguiente: Si escuchaste la música moderna de los sesenta, setenta y ochenta, ¿Qué haces escuchando la de ahora?, salvo excepciones. Y si no la escuchaste, ¿A qué esperas? Pues igual con este libro pero con la literatura de todo el siglo XX.
Pero me parecía que debía explicarme un poco más. En correspondencia al trabajo que se ha tomado Mark Z. Danielewski para llegar al estrellato posible de manera tan precipitada y poco elaborada.

miércoles, 9 de abril de 2014

La hija oscura de Elena Ferrante


Concluyo con esta narración la trilogía  “Crónicas del desamor” de Elena Ferrante y concluyo pensando que el anonimato de Elena Ferrante es muy explicable si tenemos en cuenta en qué tipo de sociedad vivimos y el morbo popular que despertaría enfrentarse al autor o autora de estas historias. Cuántas cábalas se harían sobre si es o no autobiográfico lo que cuenta y  qué miradas escudriñadoras se lanzarían sobre ella/él cuando con la cabeza inclinada firmara libros. Nada que ver con la literatura, desde luego.
Otra conclusión a la que llego acabadas esta crónicas, es que la literatura de Ferrante sería buena como preventiva de la depresión, por eso de ver salir, hacia  adelante o hacia atrás, pero salir, a personajes peor que al límite, pero mortal si ya se está en la depresión. Porque esta narrativa actuaría como último empujón hacía el abismo.
Como en las otras dos historias de la trilogía, también aquí la frase de Elena Ferrante se mueve en la realidad como un cuchillo en la mantequilla. Entra suavemente y nada la puede parar. Es como un cicerone obligado a enseñarte un museo que por un lado atemoriza pero por otro no tiene vuelta atrás y que, contra tú voluntad,  se te va incrustando como si fueses tierra en barbecho dispuesta para la siembra.
La intensidad de lo narrado combinado con la sencillez de la frase producen un combinado seco, cargado de vida, que no se te sube a la cabeza pero que te deja el corazón  baldado.
Se inicia con la información de una mujer divorciada, que acaba de despedirse de sus hijas ya adultas que se han ido a Canadá con su padre. Sola, en Italia, decide irse a la costa. A pasar unas semanas. Allí conoce a una familia de lo más típica, bullanguera, con sus desavenencias y sus servidumbres. Una familia que la protagonista utiliza para mirarse como si fuese un espejo. Y vamos sabiendo como quien no quiere la cosa, que nuestra divorciada solitaria se fue de casa y abandonó a su marido e hijas durante tres años, cuando las niñas eran pequeñas, en los que se dedicó a vivir la vida que no podía esquivar. Que se queda con una muñeca perdida de una de las niñas de la familia intentando emular no sabe qué tipo de tarea incumplida, mientras la familia reparte pasquines por la zona con la foto de la muñeca y maldice al que la haya robado, pues la niña sufre y amenaza con una regresión en su desarrollo personal. Lo que no la convence para su devolución. Todo ello narrado como se podría narrar una puesta de sol.
Un personaje de estas características, como no podía ser de otra manera, acostumbrado a vivir a la intemperie emocional  despierta odios y curiosidades, pero no amores. El amor necesita de un encubrimiento del que nuestra protagonista fue despojada en la infancia por una madre arisca y fría, de ahí la hija oscura que ya no podrá ser otra cosa, que cuando ama abrasa y cuando no lo hace hiela, pero que en ambos casos quema.
Al final da igual la ciudad que el campo, o en este caso la costa, pues la protagonista no puede deshacerse del pasado que la conformó y ha de aceptar que éste será para siempre su presente y su futuro. Por eso cuando regresando a la ciudad, al habla con sus hijas que la llaman desde Canadá, es preguntada por su estado, contesta,
-Estoy muerta, pero me encuentro bien.
Frase con la que acaba la narración. Que quede claro.