viernes, 25 de julio de 2014

¿Por qué no se habla más de Frank Zappa?





Me encontré con la música de Zappa allá por los setenta. Bob Dylan, The Doors, CCR, CSNY y por supuesto The Beatles y The Rolling Stones calaban más hondo que este atrabiliario músico. No me dijo nada especial su música, su voz afectada y engolada en cada canción, sus letras algunas veces surrealistas, otras irónicas, no daban para hacerte fan. Aquello algunas veces ni eran canciones. Era diferente, pero en aquella época todo era diferente.
Pero sin darme cuenta me encontré escuchando todos y cada uno de los discos que sacaba. Me era imposible tararearlos. Pero The Mothers of Invention, su grupo se llamó así, siempre sorprendían. Nunca sabias lo que te traería el siguiente disco. Algo que en los demás grupos de la época comenzaba a ser muy previsible.
Frank Zappa se convirtió en un músico que de alguna forma me enriquecía. No sólo era música lo que hacía. Era arte. Arte con mayúsculas. En todos sus álbumes había creatividad, originalidad y nunca se agotaban, nunca te cansabas de escucharlos. Siempre había unos riff de guitarra, algún fragmento de melodía que antes no habías captado. Algo en la letra que quería decir lo contario de lo que decía. Y te dabas cuenta que era lo mismo que te pasaba con los clásicos barrocos y románticos o con Malher, Berg o Albéniz. Entonces lo comprendí, Zappa era un músico. Cuando músico hace referencia a Bach, Haydn o Mozart. De verdad. Un compositor que necesitaba ir más allá del mundo simple y limitado de la canción moderna. Por eso desquiciaba los modos y maneras de los cantantes y grupos de aquellos momentos.
Su imagen de mosquetero malintencionado, su nariz prominente y su sonrisa sardónica, armonizaban perfectamente con su música. Nunca dependiente de las listas de éxito, inasequible a la gran fama que se le negaba, iba a lo suyo. Más de ochenta discos en los que cabe de todo, autor de letras y música. Fue director de cine, diseñaba las portadas de sus discos…..en fin, un artista multidisciplinar.
Muestra de su personalísima manera de influir en sus semejantes, es el hecho de que hay científicos que a sus descubrimientos, insectos o plantas le han puesto el nombre de Zappa. En la Wykipedia, la biblioteca de Alejandría de nuestro tiempo, hay información muy completa y que da una idea del formidable creador que fue Frank Zappa.

Viene esto porque en el plan de re-escucha de mis discos llevo como dos meses escuchando en el coche uno de sus discos, que era triple pero que aquí en España apareció como doble. Se llama “Shut Up 'n Play Yer Guitar”.  Es música instrumental, improvisada, donde la guitarra de Zappa se muestra alegre, suelta, irreverente, alocada pero entretenida y sorprendentemente fresca para ser música de finales de los setenta.

En la improvisación es en donde el músico moderno queda completamente retratado, pues ha de hacer gala de un dominio técnico del instrumento y de una riqueza creativa. El concierto de Colonia de Keith Jarrett o las cálidas y sureñas improvisaciones de Duane Allman, en The Allman Brothers, con su guitarra slide, son ejemplos de creatividad musical más allá de lo organizado y encorsetado de una composición establecida. Frank Zappa no les va a la zaga.

Y ahora viene mi queja y mi lamento, ¿Por qué se habla tan poco de Frank Zappa? ¿Cómo podemos hurtarle a los jóvenes, estoy seguro que entre ellos el porcentaje de desconocimiento de este músico es altísimo, la posibilidad de deleitarse con su música y los que es peor como podemos no tenerlo en los conservatorios como autor a escuchar y por el que dejarse influenciar?

¿Cuándo fue que el afán por ganar dinero y fama dejó en segundo plano la verdadera intención del arte musical en particular, y de la cultura en general? ¿O siempre fue así y lo que pasa es que nunca hemos tenido una verdadera intención de fomentar la cultura y la educación como únicas herramientas para tener una sociedad menos embrutecida?

Escuchen a Frank Zappa y si no les gusta la primera vez, insistan, merece la pena. Estarán ustedes quitando el yeso simple, plano y uniformador con que la sociedad de consumo ha revestido su tímpano para dejar paso a la piedra eterna, única e irrepetible del arte musical con mayúsculas.

domingo, 20 de julio de 2014

Viajes por el África Occidental de Mary Kingsley



Hay vidas de personas que te cortan el aliento. Y si no, juzguen.
Estamos en 1862, Londres, época victoriana. Con todo lo que eso significa para la libertad y autonomía de las mujeres.
Nace Mary Kingsley cuatro días después de la boda apresurada entre su padre y una sirvienta de la casa de sus abuelos paternos. Más tarde nace su hermano y su madre se queda inválida. Como su padre se dedica a viajar por el mundo recogiendo datos para sus estudios sobre culturas indígenas ella debe cuidar de su madre y de su hermano.
Adora a su padre y para ayudarlo, aprende a leer, escribir, latín, química y todo lo necesario con el fin de ordenar y clasificar la cantidad de notas y materiales que su padre trae de sus viajes. Hasta los treinta años, ésta es su vida.
Con esa edad, su padre fallece de unas fiebres reumáticas, poco después lo hace su madre y su hermano, mayor de edad, anda por Oriente. Es el momento de echar a volar. Lo hace.
Le quedan ochos años de vida. Ocho años que dedicó a viajar por África de una manera y un modo que aún hoy se puede calificar de suicida.
Esta edición recoge sólo una antología de lo que vio y vivió en esos viajes que hizo por la zona comprendida entre el Níger y el Congo, la zona llamada Golfo de Guinea, donde se sitúa la isla de Fernando Poo. Una parte de África que en aquellos momentos ya sufría el arrasamiento y la rapacería de casi todos los países de Europa.
No acierto a decir, ni tan siquiera por aproximación, que porcentaje de europeos se acercaban al continente africano con otro objetivo diferente del de esquilmarlo pero  Mary Kingsley fue uno de ellos. Con una prosa a veces coloquial pero siempre directa y sentida una mujer, sola, nos va contando cómo le va en sus desplazamientos por ciénagas, manglares, bosques interminables, tribus con afición a la antropofagia, acompañada muchas veces por aborígenes de dudosas intenciones y que al final se rinden a su intrepidez hasta tal punto que lo definen como hombre en su tratamiento y a la hora de describirla, pasa a ser “mister” en vez de “lady”, lo cual da una idea del mundo indígena en cuanto a su conformación e imaginario social.
Son enormemente valiosos e interesantes los capítulos que podríamos llamar antropológicos, dedicados al mundo de los espíritus. Como el alma africana, al menos el de esa zona, conforma su propia religión para explicarse su existencia. Los apuntes de Mary Kingsley en cuanto a la armonía que estos pueblos buscan con su entorno hasta el punto de adjudicarle almas a las cosas es especialmente enriquecedor para un occidental acostumbrado a servirse sin orden ni concierto de todo lo que le rodea, a veces incluso de semejantes.
Esto le lleva a la dicotomía de cómo valorar a unos pueblos que se comen unos a otros pero que por otro lado contemplan el entorno sin sentirse los reyes de ninguna creación. Mary Kingsley es muy explícita en este dilema. Lo zanja con frases como estas: “Antes prefiero a un caníbal que a un predicador” o esta, aún más comprometedora y directa: “Lo peor que le puede pasar a un africano es que alguien llegue y le diga, venga, voy a civilizarte, voy a llevarte a la escuela, voy a enseñarte religión”.
Mary Kingsley, uno de esos seres humanos que trascendió la corriente colonizadora del mundo occidental del siglo XIX, miró la vida con la simpleza y fascinación de cualquier animal irracional y que por eso no causo dolor y sufrimiento si no que miro a su alrededor incesantemente buscando ya que no la explicación de todo ello al menos la comprensión.
Murió cuando ejercía de enfermera voluntaria cuidando de prisioneros en la guerra de los Boers. Fue sepultada en el mar según sus deseos. Tenía 38 años.
Mary Kingsley, como las setas comestibles, es difícil de ver entre tanta seta venenosa en el bosque de la vida.
Sus libros de viajes son fáciles de encontrar en cualquier librería o biblioteca de España.

miércoles, 9 de julio de 2014

Open Windows de Nacho Vigalondo (2013)



Internet nos traerá muchas películas y de entre ellas perduraran unas poquitas, como ha pasado con el Lejano Oeste, con la Segunda Guerra Mundial o con el Imperio Romano. En cada momento de la historia del ser humano, ha habido sucesos que han alterado nuestras expectativas. La alteración que prevemos que Internet puede causar en nuestro futuro despierta unas previsiones que estoy seguro que aún no somos capaces de columbrar en todo su esplendor…u horror. Pero mientras, vamos elucubrando y presentando opciones. En cualquier rama del arte.
La película de Nacho Vigalondo no ha profundizado, en cuanto a contenido, gran cosa en ese futuro. Y no creo que perdure más allá de su temporada de estreno y lo que la campaña publicitaria logre arañar. El argumento es de lo más manido: Chica guapa perseguida por maniático obsesivo es defendida por príncipe de la informática. ¿A qué me suena esto? A casi todo. Sólo al final y muy de pasada dos ligeras reflexiones sobre qué está haciendo con nosotros el mundo virtual de internet, y como nuestro afán de cuzos está por encima de cualquier otra consideración ética. Y nada más.
El guionista se ha pasado en su inventiva a la hora de dotar a internet de facultades, como cuando en una película antigua un personaje descolgaba el teléfono y sin dar tiempo a que se pusiera una operadora soltaba su perorata, restando credibilidad. Todos sabemos cómo van las conexiones inalámbricas de rápidas, aquí y en Pekín. Y luego la forma de cerrar la historia me ha recordado a esas películas de viajes en el tiempo que desembocan en un galimatías sobre el que el guionista corre un tupido velo pues el bucle en el que entra la narración con un viajero en el tiempo que debe cambiar algo para que algo no suceda pero que si lo cambia también se cambia él y entonces cómo va a ser posible que pueda viajar en el tiempo si resulta que al cambiar el pasado…en fin, fin. Se corta el bucle de un tijeretazo y a otra cosa. Demasiado liada la madeja.
Me han gustado los efectos especiales, sobre todo los que tienen como ingrediente principal la pantalla de un ordenador, equilibrados y en consonancia con la historia, y lo más creíble de la película, paradójicamente.
No cuaja el intento de reflexionar sobre lo indefensos que estamos ante internet y en fin, una peli para incondicionales de las persecuciones y las inverosímiles aventuras de un James Bond cualquiera. No me explicaba al entrar porque la película estaba autorizada para mayores de doce años. Después sí. Incluso podía haber estado autorizada para mayores de siete o de cinco años.
Los actores están. Que en este tipo de películas es más que suficiente.
¡Ah!, y las comparaciones con La Ventana Indiscreta de Sir Alfred Joseph Hitchcock……. por eso, porque se trata de ventanas, que otra cosa. 
Al comienzo pensé que me había equivocado de película y me iba a ir, pero no, era ésta.