sábado, 25 de octubre de 2014

Relatos salvajes. Seis cortos de Damián Szifrón.



En el film, Damián Szifrón, director  argentino de estas historias enhebradas por la venganza, mantiene que ésta siempre es saludable aunque te lleve a la muerte. Mejor morir satisfecho que vivir con una cuenta pendiente.
Cualquiera de la seis historias te deja buen sabor de boca y más de una te arranca una sonrisa diabólica.
Las seis dejan bien claro la tesis que defienden pero sin lugar a dudas la redondez del guión, la filigrana del final cabal y la “vuelta de tuerca” están en las historias que yo he llamado “El adelantamiento inconveniente” y “La boda final”.
En “El adelantamiento inconveniente”, especie de ballet terrible que se danza al son de motores, dos conductores se sienten atraídos el uno por el otro y una y otra vez regresan el uno en brazos del otro hasta acabar en un antológico final que no voy a contar pero que recoge plenamente el odio del uno por el otro. Una gozada.
En “La boda final”, dónde se baila para festejar la ceremonia, lo que se proyecta es la carrera de dos enloquecidos conyugues que no se dan tregua desde que se inicia la salida de su desencuentro hasta un final inimaginable que hasta sorprende a los invitados que se van dejándolos por imposibles, solos, “odiándose tiernamente”. Otra gozada.
En ambas te engañas, vas imaginando el final previsible y a medida que este final se va superando y vas poniendo otro escalón, el director te va empujando, hasta llegar en ambos casos a un desenlace clamoroso de acierto y originalidad. Sólo por estas dos perfectas historias merece la pena la película.
Que en los entresijos de los seis cortos aparezca una cierta crítica a los abusos de los poderosos, tanto privados como públicos, no es más que la excusa para hilvanar fragmentos de vida que gracias a la rebeldía, que eso es la venganza, una rebelión contra lo que se cree una injusticia, lo sea o no, quedan en paz, serenas y tranquilas, saciadas.
A destacar en las otras historias:
En “Gabriel que estás en los cielos”, la imagen de esos dos padres que no saben que su hijo no quiere dejar de contar con ellos en el último viaje. Je, Je.
En “La última cena”, esa cocinera de veneno fácil más necesitada de hacer justicia que la propia víctima.
En “La grúa que fue a por lana y salió trasquilada”, la proximidad que un servidor de ustedes sintió con la víctima y la envidia con la solución que encontró. Les habrá pasado a muchos espectadores.
En “Culpable por poderes”, ese padre que dando muestras de por qué es el más rico y poderoso se rebela contra las ratas que lo acosan y da una lección de negociación al borde del abismo. Implacable el final.
Recomendable cien por cien. No cometan el error de no ir a verla. Sacaran ideas para por si acaso. Je,Je.

lunes, 20 de octubre de 2014

Vida Hogareña de Marilynne Robinson



Me gusto mucho “Gilead”, la novela de Robinson que recibió en 2005 el premio Pulitzer, así que me fui a por “Vida hogareña”, su primera obra escrita en 1980, y me parece magnífica. Sobre todo su parte final, de un lirismo y una riqueza emocional fascinante.
Los seres humanos somos contenedores de experiencias. Experiencias que se apoltronan dentro de nosotros y van escurriendo el liquido y dejando los posos. Muchos de nosotros tenemos agujeros enormes y así como entra la vida así se escapa. Y a penas somos capaces de narrar como fue que aquel temporal se abatió sobre la ciudad y durante cien días y cien noches alteró nuestra vida mientras otras personas se ponen a contar aquella vez que vieron una puesta de sol…..y no acaban, revelando matices, que no velos, nunca sospechados por nosotros.
Marilynne Robinson está llena. Se le puede escurrir algo pero tiene tanto dentro que cualquier chispazo prende en su interior y alumbra rincones de nosotros los seres humanos deslumbrantes.
Y como, a pesar de saber tanto y sentir más, no quiere ponerse solemne comienza por ponerle a la historia el título de “Vida hogareña”. Juzguen: Dos niñas que viven con su madre, a su padre no lo conocen, un buen día cuando rondan los siete años son abandonadas por ella a la puerta de la abuela, madre de ella, viuda que perdió al abuelo en un tren que se hundió en el lago próximo. La anciana las cuida mientras puede. Al morirse vienen dos tías abuelas solteronas a cuidarlas mientras llega una tía, hermana de su madre ausente. Una tía atrabiliaria y estrafalaria que acaba con la paciencia de la hermana mayor que se refugia en casa de una solterona. Solas, tía y sobrina, la narradora, no pueden llevar una vida más inadecuada para una niña por lo que son acosadas por el estamento social más solidario del pueblo. Al final tras prenderle fuego a la casa en la que viven, huyen y se dedican  al vagabundeo. Vida hogareña es el título.
Esta ironía que impregna la novela tiñe a los personajes en avisados protagonistas de una vida que ni rechazan ni aman. Se dejan llevar. Porque todo lo que pasa es ineludible.
Concede la narradora que su vida no es muy adecuada pero no se olvida de señalar que aquellos que se preocupan por ellas dos viven en un pueblo “propenso a cometer asesinatos. Y parecía que por cada deplorable crimen se producía un desastroso accidente. Entre el lago y los ferrocarriles, entre las tormentas de nieve y las inundaciones, los incendios en los graneros y en los bosque, el fácil acceso a escopetas y trampas para osos, a licor casero y a dinamita, entre la omnipresencia de la soledad y la religión y los estragos y éxtasis que provocan ambas, por no mencionar la intimidad de las familias….la violencia era inevitable” No se puede ser más endiabladamente irónico y preciso.
Inadaptada y extrañada en su existencia hace descubrimientos certeros: “La soledad es un descubrimiento absoluto” o “Así que, sea lo que sea lo que perdamos, el anhelo nos lo devuelve. Aunque soñemos y raramente seamos conscientes de ello, el anhelo, como un ángel, nos acoge, nos alisa el pelo y nos trae fresas silvestres”.
Desalentadoras vidas que nunca son tristes al ser contempladas por la mirada inocente de una niña incapaz de comparar. Esta manera de contar lo que va pasando, sin prejuzgar, a veces contrariada, pero siempre alerta y cómplice es un gran acierto de Robinson. Mostrar ese punto de refugio de la narradora que ni es absolutamente realidad ni absolutamente fantasía, ese territorio donde se flota acompasadamente con la precariedad de la vida tiñe toda la narración de un lirismo más que mágico, mítico.
Dónde Alice Monroe da un brochazo deslumbrante, Marilynne Robinson crea un cuadro sostenido y armonioso de un realidad tan incierta cono ciertos son los sentimientos y emociones que despierta.