jueves, 9 de octubre de 2014

BoyHood de Richard Linklater







Con la aparición del arte pop se puso en evidencia el callejón sin salida a qué había llegado la pintura. Cuando empezó a aparecer la música dodecafónica, atonal y demás intentos de librarse de lo que se ha dado en llamar música clásica se evidenció la imposibilidad de superar una música que sigue en nuestras salas de concierto lustro tras lustro y lo que te rondaré morena.
Y es que el hombre en su tozuda huida hacia la trascendencia por medio del arte va agotando caminos y tocando techos sin encontrar otras salidas.
Mientras tanteamos sucede que se nos ocurren cosas. Que se quedan en ocurrencias.
Para que una ocurrencia pase a ser arte debe dejar de distraer para emocionar. La diferencia que hay entre una distracción y una emoción, es que raramente aquella traspasa la corriente del tiempo y es arrastrada por él, perdiéndose entre los miles de recuerdos que puede que algún día ni recordemos. Mientras que la emoción se queda clavada en nuestro corazón, flotando imperecederamente. Volviendo una y otra vez. Ante una mención, un soplo, un susurro o un situación de déjà vu. Son los delicatesen del arte.
Piénsese, por ejemplo, en “La hija de Ryan”, o en “El tercer hombre”. ¿Cuántas veces habrá que ver esas películas para aburrirse de ellas? No lo sé. Yo las he visto n veces. Y siempre el mismo deleite, la misma sensación emocional, la misma admiración por sus artífices.
La larga y magistral escena final del “El tercer hombre” con Joseph Cotten esperando a la puerta del cementerio a la novia de Harry, esperanzado en tener un futuro con ella, que ha sido leal hasta el final, y el desprecio de ella hacia él que ha puesto la justicia por encima de la amistad, pasando a su lado…..la música sonando…..tararirorá rarirorá……..eso es eterno.
O la reflexión final, entre la lluvia, con la paloma en la mano, del replicante de Blade Runner.
BoyHood es una película sincera, decente, correcta en la que el paso de la vida es narrado con sencillez y una cierta complacencia. Todos los personajes interpretados de esa manera tan natural y yo diría otra vez natural, y que tan bien hacen en el cine americano, muestran una historia a la que la ocurrencia de rodarla durante doce años con los personajes viendo cómo van envejeciendo realmente no le añade nada sustancial. Si acaso, me permito aventurarlo, un entronque auténtico con la realidad. Pero, al que va al cine, ¿Qué le importa la realidad?
Se hubiera conseguido lo mismo con una serie de actores representando los diferentes papeles. Como se ha hecho siempre.
Pues esta ocurrencia es la que está dando la vuelta al mundo cinematográfico y llenando hojas y hojas de crítica sesuda y entusiasta. No quisiera ser aguafiestas, pero en este país nuestro, ahora mismo y sin rebuscar mucho, puedo nombrar dos series donde ha pasado lo mismo y casi seguro que los creadores ni lo han tenido en cuenta, llevados por el propio acontecer de las series y el crecimiento imparable de los actores. Me refiero a “Cuéntame” y “La que se avecina”. Dos series de largo recorrido en la que hemos visto a los niños de esas series crecer, salirles la barba y las tetas, cada uno lo suyo. Eso, ¿las ha hecho mejores? Me atrevería a decir que no. La primera, previsible y engañosa, con un guión destartalado, para consumo, sin más. La segunda gamberra, divertida, con unos actores en vena y un guión  atrevido se ha convertido en una de las series más reseñable de nuestra industria televisiva. El hecho de que los niños hayan ido envejeciendo con la serie ni se ha tenido en cuenta. ¿Vamos de sobrados? No, vamos de que no somos una industria. En América, sí. Y cualquier estratagema es válida para vender su cine.
BoyHood se ve a gusto, da para reflexionar. Es equilibrada y a ratos muy intensa. ¿Que la han rodado durante doce años con los actores envejeciendo realmente? Eso se han ahorrado en maquillaje.
He leído en las críticas cosas como: “Propone reglas nuevas a eso llamado cine” “164 minutos hipnóticos” “Una hazaña épica”
¡Por favor!, es sólo una película más. Dentro de unas semanas estará olvidada. Con su envoltorio de doce años y todo.
Para acabar. En un futuro se hablará de ella y cuando no se recuerde para avivar la memoria alguien dirá: Si, hombre, aquella que se rodó durante doce años con los mismos actores.
¿Y eso es cine?, creo que no. ¿Y eso es arte?, creo que tampoco. Es una ocurrencia. Una buena ocurrencia. Nada más.

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