domingo, 25 de enero de 2015

La presunción del reseñista




En este blog, en cuyo nombre reposa  la palabra Ribera, lugar desde el que veo pasar la corriente de este Río particular que es mi vida, intento contar lo que veo con la humildad del diletante y la bonhomía del humilde, poniendo mi atención en aquellas cosas que veo  pasar arrastradas  y que tienen que ver con el arte, siendo arte todo lo que resulta de la actividad creativa del hombre y que por supuesto va más allá de las bellas y siete conocidas artes.
Todo con la intención de competir un poco con esa sub-corriente negra que lo inunda todo y que viene promovida por la fuerza de eso terrible que se ha dado en llamar “los mercados”. Con el resultado de que aquellos de mis semejantes que la hayan seguido les puede suceder que habiendo nacido en la segunda mitad del siglo XX, época que pasará a la historia de la humanidad como la de la explosión de la comunicación a escala planetaria, y muerto en la primera del XXI, no hayan oído nunca una sinfonía de Beethoven, ni leído un libro de Nabokov ni visto una película de Bergman, ni asistido a una exposición de pintura u obra de teatro. Y todo porque los estantes del arte estaban llenos de productos más baratos y fáciles de fabricar….y que además daban más beneficios.
Las personas que aconsejan, y un reseñista es un aconsejador, que poseen un cierto bagaje cultural, deben hacerlo con la certidumbre de que lo hacen con honestidad y lealtad al consumidor que leerá el consejo. Es decir ningún interés espurio debe guiar su barca. Ninguna influencia debe interferir en su análisis. Sólo la obra en cuestión y la importancia que él le haya dado.
Y por supuesto siempre estar dispuesto a admitir que es “sólo mi opinión”. Intentar no sentar cátedra y huir de los malditos cánones, a los que algunos son tan aficionados.
Creo que los apasionados con el arte tenemos  que dar gracias al destino que nos ha dado la sensibilidad suficiente para disfrutar de las más hermosas obras creativas que los hombre más excelsos en ese terreno, los artistas, han creado. Y la mejor forma de darlas es intentar que la mayor parte de nuestros semejantes sepan que existen y puedan gozarlas.
Para conseguir esto hay que librarse de dos tentaciones constantes. Una exterior que amenaza correr por nuestro bolsillo y otra interior que siempre corre por nuestras venas.
La exterior. Librarse de los acosos de editores, medios de comunicación, casas de discos, empresas de espectáculos y demás “negociantes” que rodean el arte no es difícil si se tiene unos principios sólidos y una conciencia con músculo. Basta con decir no y por las mañanas mirarte al espejo y decirte: “Hoy no sé qué comeré pero tengo la conciencia tranquila”. Y que eso te haga sentirte satisfecho contigo mismo.
La interior. La más puñetera. La que se alimenta de vanidad, soberbia, presuntuosidad y ansias de completarte influyendo en los demás. Eso que se suele llamar “sentir el poder”. Es muy difícil de erradicar y aparece muchas veces enmascarada.
Esta reflexión que estoy haciendo me ha saltado a la consciencia leyendo el suplemento ABC Cultural de ayer, 24 de Enero. En ella hay dos reseñas, una de ellas de una persona a la que yo respeto mucho como escritor y como gourmet literario, no me cuesta nada sentir complicidad virtual con él al imaginármelo leyendo emocionado el extraordinario cuento de John Cheever, “Adiós, hermano mío”, un autor del que los dos somos rendidos degustadores, y en las que se pueden leer estas dos afirmaciones,

          1)      En la del cómplice virtual,
          “………quien firma esta reseña puede descansar tranquilo sabiendo, ya en Enero, lo que 
           contestará el próximo diciembre cuando le pregunten una vez más acerca de cuál  
            ha sido su libro del año”
En Enero, como bien dice él. Que esto no desanime a ningún escritor en ciernes. Se trata de la novela “Sueños de trenes”  de Denis Johnson, por si a alguien le interesa.

          2)      La otra afirmación, dos páginas después, de otro reseñista,
           “..No creo que en 2015 se publique, al menos en español, un libro más importante 
           que éste”¡Glup!
           En esta reseña se habla de “La universidad blanca” de Ismael Belda.
           Reitero, ¡Escritores, sigan a lo suyo, que queda mucho año por delante!

Este tipo de afirmaciones emparentadas con “la mejor novela del siglo”, lo “mejor escrito en los últimos doscientos años” o “la prosa más brillante de todo lo que se ha escrito en esta generación” son cantos al Sol que sólo pueden traer decepciones,  pérdida de credibilidad y por lo tanto terreno ganado para los que se empeñan en ver el negocio del arte como se ve unos grandes almacenes o una carnicería. Que son muchos.
Quiero creer que estas afirmaciones se han debido a una pérdida de control a causa de la borrachera placentera que la lectura de ambos libros, o ibucs, ha causado a los reseñista. Se han olvidado de lo que dicen desde la Dirección General de Reseñas:  Si reseñas, no dejes de ser ecuánime.
Mi abuelo me dijo una vez,
-Hijo, cuando vayas a traer a tu novia por primera vez no digas que es guapa, inteligente, encantadora y dulce, aunque sea verdad. Cíñete a lo que tiene recorrido y deja algo para los demás. Que a todos nos gusta aportar algo. Y cuando no podemos añadir, restamos. Eso contando con que el amor no te haya jugado una mala pasada.
El amor o la pasión del reseñista. Añado yo.

domingo, 18 de enero de 2015

“La gran belleza” de Paolo Sorrentino (2013). Un collage






En el arte cinematográfico, quizás también en algún otro, debería empezar a suceder que junto  a la advertencia de la edad aconsejable para ver una película en función de la madurez personal, que se mide en años, cosa discutible, otra en la que se indicase la conveniencia de ir a verla en función del cine que se ha visto. Por ejemplo, en el caso de ésta, si se ha visto el cine de Federico Fellini, el de David Linch, el de Peter Greenaway y el de Terence Malik ya no es imprescindible ir a verla…no habrá nada nuevo y sí una lamentación por la falta de atletas capaces de batir el record y añadir algo a lo inventado por estos directores.

Ésta es una película que llega hasta mí precedida de una excelente crítica, en general, y de unos cuantos premios, cuando en realidad es un film que pertenece a lo que se podía llamar cine de  mantenimiento.
El cine de mantenimiento es ese cine que sin poder superar a sus modelos o influencias al menos contribuye a que los caminos de arte, expresividad y creación de los que beben, permanezcan vivos. Una película que parece que va a tener que decir algo en los Oscar, El Gran Hotel Budapest, también es una de esas películas que sirven de recordatorio.

 En este film hay claramente dos apuestas narrativas, que pueden ligarse si se quiere con la forma y el fondo. Una estética y otra  de contenido, que no de ética.
El problema de la estética es que se mueve con pies de plomo, quiero decir avanza muy poco a poco. Hay que esperar lustros para olvidar una escuela y una vez olvidada ponerse a trabajar en otros planes.  En esta historia la amalgama, de estética y florituras, es tal que parece un compendio y el contenido de la misma viene a servir de coartada, pues la vista es un sentido muy limitado…si no se adereza convenientemente.
Si esta película hubiera sido una caja con cosas que algún conocido te hubiera ofrecido como presente, tú educadamente se lo habrías agradecido y después, al abrirla a solas, te hubiera sucedido que al ir viendo las cosas, habrías ido diciendo: Anda, esto ya lo tengo; pero, mira, si esto lo vi en casa de; hombre, pero si esto fue lo que me dijo…etc., etc. Y así durante toda la película.
Si a esta historia le quitas lo felliniano, le restas la pedantería y aburrimiento de Malik, le extraes las ocurrencias a lo Linch y le afeitas las reminiscencias estético-musicales de Greenaway….queda la extraordinaria interpretación de Toni Servillo que deja bien claro que ha entendido al personaje y los textos sobre la banalidad de la vida y el sálvese quien pueda que parece que vienen de Celine, por la entrada en los créditos, pero que bien podían haber venido de Cioran, Camus o cincuenta ideólogos más de lo que se ha dado en llamar la falta de sentido de todo esto. Es decir, cine de mantenimiento.
Una peli sobrevalorada, manierista, fruto de un alumno aventajado que no se ha perdido muchas de las clases de cine que en los últimos lustros se han impartido pero que no añade nada nuevo al cine.

De todo ello no tiene la culpa Toni Servillo y sólo por disfrutar de su personaje merece la pena verla….sólo por eso.
Para acabar, si miran la imagen que he puesto del film y se acuerdan de “El último tango en París” no se extrañen.

miércoles, 7 de enero de 2015

Factory Girl dirigida por George Hickenlooper (2006)



Factory  Girl es una película notable por varios motivos, unos, buscados por el director, y otros, llovidos del cielo de los derechos de autor, que es un cielo que existe en el mundo de las demandas, y la falta de acuerdo entre lo que pasó y dejó de pasar en la época en que se ubica la historia que narra el film.
Estos motivos confirman una película un tanto “jeminguayana”, en la que las ausencias y los huecos conforman un atractivo más de la misma.
Factory Girl es la historia de una niña rica, proveniente de un hogar nuevo-rico, gracias al petróleo que aparece en el rancho familiar, que huyendo de una relación conflictiva con un padre autoritario, reaccionario e incestuoso, una perla, y de la pérdida traumática de dos de sus hermanos, son ocho, se presenta en la Nueva York incandescente de los años sesenta. Con ínfulas artísticas de calado casi epidérmico se mueve por la ciudad, provocando y luchando por su momento de gloria.
El primer encontronazo lo tiene con Andy Warhol, estupenda la interpretación de Guy Pearce, claro que en su “debe” está el hecho de que es fácil interpretar a un personaje artificioso de por sí, lleno de clichés y de lo que hoy se llama postureo. Pero luce ajustado y muy equilibrado a pesar de que la figura de este falsario del arte del siglo XX facilitaba mucho el histrionismo.
Los sueños de esta nueva rica convertían su figura para Andy Warhol en prácticamente materia con la que trabajar. Y con la materia ya se sabe lo que se hace: Se va usando y manipulando hasta que ya no sirve y uno se procura otra.
Deslumbrados los dos por el mundo social de la gran manzana, se sumergen en su magma y provocan, escandalizan y llaman la atención hasta la saciedad. Andy, cerebral y consciente de su mediocridad, mantiene la calma, mientras Edie Segwick va consumiéndose poco a poco.
En esos momentos aparece en la película el otro gran personaje sobre el que gravitó la experiencia neoyorquina de la protagonista del film. Un personaje que se dedica a la música, que ni tiene nombre ni podemos oír nada de lo que  toca. Y que sin embargo será sin ninguna duda uno de los dos o tres músicos que con el tiempo trascenderá el siglo XX para convertirse en un músico eterno, que además ha sido varias veces candidato al Premio Nobel de literatura. Me estoy refiriendo a Bob Dylan. La interpretación de este personaje no sé si es detestable, llena de poses falsas, artificiosas y tópicas, por la falta de talento del actor o porque el director le dijo: Tienes que interpretarlo como si fuese pero no siendo que parezca pero que no parezca, en fin, que si nos cae una demanda no cobras. Y claro, así salió lo que salió.
No cuesta nada imaginarse, no me he documentado, que cuando llegó el momento de consultar con Bob Dylan el proyecto, éste quiso supervisar el guion, cobrar derechos de autor, quizás darle más relevancia a su personaje…o vaya usted a saber. El hecho es que no hubo acuerdo y el personaje aparece en la película de una manera que, a posteriori, a mi me parece muy sugerente, aunque se corra el peligro de que quien no esté al tanto de la figura de Bob Dylan se pierda todo el encanto de la situación.
Entre estos dos personajes, que representan los dos polos artísticos de siempre, el uno, temporal, superficial y muy en contacto con el momento, efímero, directo y de mal envejecer, y el otro, profundo, sincero, sustancioso, misterioso, enigmático e imperecedero, nuestra niña rica arde y se consume. Para uno llega a ser inservible y para el otro no deja de ser una cara bonita. Ella que podía ser cualquiera de nosotros.
En fin, un film que tiene un ritmo sincopado que adquiere carácter de documental a base de ese juego muy acertado de intercalar momentos que quieren ser históricos con momentos que reflejan la vida personal de la protagonista.
Sienna Miller elabora un papel muy ajustado, sin dejarse llevar por el extremismo del mismo, conjugando muy bien el ansia de reconocimiento de un ser vanidoso y falto de talento con la inocencia y el encanto de una niña ilusionada de la USA rural.
George Hickenlooper crea un buen pastel en el que los imponderables de los derechos de autor, sin proponérselo, son la guinda. Claro, que para eso hay que leer un poco sobre la época y lo que Bob Dylan supuso en ella. Pero esa es otra historia.
Recomendable si somos capaces de imaginar lo que hubiera sido del film con una interpretación de Bob Dylan sin tapujos y evasivas, y una banda sonora sustentada en su música.