domingo, 18 de enero de 2015

“La gran belleza” de Paolo Sorrentino (2013). Un collage






En el arte cinematográfico, quizás también en algún otro, debería empezar a suceder que junto  a la advertencia de la edad aconsejable para ver una película en función de la madurez personal, que se mide en años, cosa discutible, otra en la que se indicase la conveniencia de ir a verla en función del cine que se ha visto. Por ejemplo, en el caso de ésta, si se ha visto el cine de Federico Fellini, el de David Linch, el de Peter Greenaway y el de Terence Malik ya no es imprescindible ir a verla…no habrá nada nuevo y sí una lamentación por la falta de atletas capaces de batir el record y añadir algo a lo inventado por estos directores.

Ésta es una película que llega hasta mí precedida de una excelente crítica, en general, y de unos cuantos premios, cuando en realidad es un film que pertenece a lo que se podía llamar cine de  mantenimiento.
El cine de mantenimiento es ese cine que sin poder superar a sus modelos o influencias al menos contribuye a que los caminos de arte, expresividad y creación de los que beben, permanezcan vivos. Una película que parece que va a tener que decir algo en los Oscar, El Gran Hotel Budapest, también es una de esas películas que sirven de recordatorio.

 En este film hay claramente dos apuestas narrativas, que pueden ligarse si se quiere con la forma y el fondo. Una estética y otra  de contenido, que no de ética.
El problema de la estética es que se mueve con pies de plomo, quiero decir avanza muy poco a poco. Hay que esperar lustros para olvidar una escuela y una vez olvidada ponerse a trabajar en otros planes.  En esta historia la amalgama, de estética y florituras, es tal que parece un compendio y el contenido de la misma viene a servir de coartada, pues la vista es un sentido muy limitado…si no se adereza convenientemente.
Si esta película hubiera sido una caja con cosas que algún conocido te hubiera ofrecido como presente, tú educadamente se lo habrías agradecido y después, al abrirla a solas, te hubiera sucedido que al ir viendo las cosas, habrías ido diciendo: Anda, esto ya lo tengo; pero, mira, si esto lo vi en casa de; hombre, pero si esto fue lo que me dijo…etc., etc. Y así durante toda la película.
Si a esta historia le quitas lo felliniano, le restas la pedantería y aburrimiento de Malik, le extraes las ocurrencias a lo Linch y le afeitas las reminiscencias estético-musicales de Greenaway….queda la extraordinaria interpretación de Toni Servillo que deja bien claro que ha entendido al personaje y los textos sobre la banalidad de la vida y el sálvese quien pueda que parece que vienen de Celine, por la entrada en los créditos, pero que bien podían haber venido de Cioran, Camus o cincuenta ideólogos más de lo que se ha dado en llamar la falta de sentido de todo esto. Es decir, cine de mantenimiento.
Una peli sobrevalorada, manierista, fruto de un alumno aventajado que no se ha perdido muchas de las clases de cine que en los últimos lustros se han impartido pero que no añade nada nuevo al cine.

De todo ello no tiene la culpa Toni Servillo y sólo por disfrutar de su personaje merece la pena verla….sólo por eso.
Para acabar, si miran la imagen que he puesto del film y se acuerdan de “El último tango en París” no se extrañen.

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