jueves, 26 de marzo de 2015

"También esto pasará" de Milena Busquets






Que alguien pierda a un ser querido y para sobrellevarlo lo narre y le ponga como título “También esto pasará” es toda una declaración de lo que se va a encontrar dentro. Y Milena Busquets no decepciona. Si esta afirmación mil veces oída es un tópico del que cualquiera debería huir si está haciendo literatura, el contenido  viene a estar más o menos en la misma onda.
Podía haber entendido que se escribiese algo así para ajustar rencores, para pasar revista a un pasado de cuentas pendientes o incluso para cerrar el hecho luctuoso y seguir con la vida, pero no lo entiendo para hacer una especie de exhibición impúdica de una situación que en mayor o menor medida todos pasamos de una forma más o menos parecida, aunque una cosa hay que agradecerle a Milena Busquets, a parte de su valentía para escribir desinhibida y sinceramente el duelo que produce la pérdida de un ser no sólo querido si no que ha mantenido durante años el universo en el que te has movido, y es ponernos en el brete de aceptar que también los ricos sufren, aunque adivino la voz airada, mía no, del que reprocha: Sí, pero no es lo mismo perder a un ser querido en La Verneda que en Pedralbes, o no es lo mismo irte a Cadaqués a lamerte las heridas que ir en metro hasta el Maremágnum  y darte una vuelta por allí pensando en que volverás en metro a lo de siempre.
Toda la narración de Milena Busquets es poco original y cuando se lee por ahí, en alguna crítica, que es atrevida y valiente por esa forma de contar como  se sumerge en el sexo en vez de en el alcohol para ahogar la pena, este comentario habla más de la bisoñez del que hace tal afirmación que de la valentía de la escritora al narrarlo.
Una novela corta que ha despertado un interés que yo no entiendo ni comparto y que viene a ser una más de esas maniobras sutiles y manipuladoras de la industria literaria que cada vez se parece más a una industria manufacturera textil, cárnica o yo que sé.
Que se haya traducido a otros idiomas en poco tiempo sólo pone en evidencia que el deterioro es generalizado y que el atrofiamiento que sufren los consumidores de música desde hace lustros está llegando a la literatura.
¡Qué Dios no perdone a las editoriales que saben muy bien lo que hacen!

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