lunes, 27 de abril de 2015

La mitad de Oscar de Manuel Martín Cuenca (2010)





Dos cosas me han pasado con esta película que nunca me habían pasado. Una, que ya no podré decir que en RENFE, en los trayectos largos, nunca he podido ver una película, de lo poco interesantes que son. Y dos, que una película lenta en algunos momentos, no me ha parecido nada lenta. Los planos medios y largos, de muchos segundos, que tiene el film me han parecido todos necesarios y absolutamente bien encastados en la narración.
Una historia intrigante desde el principio, llevada con un tino y una claridad de ideas que muestra el desarrollo de la misma como si  de un tiralíneas se tratase, la tinta dibujando una línea recta y declaradamente dolorosa.
Es ésta una película de ausencias y de pérdidas. El protagonista, atracado en un trabajo de vigilante, más que vigilar las salinas que le rodean vigila el paso del tiempo a la espera de algo. Atrapado en ese aguardar implacable y pétreo, sólo tiene la desvencijada figura de su abuelo y el piso en el que vive, que adivinamos escenario de otra vida más plena, como referentes de un pasado, cargado de presencias, que se fue y sin las que él no está dispuesto a seguir adelante. El contestador telefónico y el buzón son los cordones umbilicales por los que espera recibir el definitivo aliento que lo reintegre a la vida de nuevo.
Soledad, abandono, desesperanza, displicencia y apartamiento de la vida cotidiana. Nuestro protagonista se empeña en ser los restos de algo a la deriva. Los diálogos con su ex -compañero de trabajo, deliciosos, y la perorata del taxista son como brochazos de color en un lienzo que tiene el gris como color base.
Aunque no es hasta el final que consigue el espectador descubrir cuál es la razón de tanto desapego y apatía existencial y a pesar de la añagaza del accidente de avión a consecuencia del cual mueren los padres del protagonista, no se vive el desenlace como un artificio creado por el director para tenernos intrigados sino como el desarrollo ajustado y equilibrado de algo que va sucediendo de esa manera porque no puede ser de otra. Nada de retórica.
Al final sucede que unos soportan la vida tal cual y van alimentándose de lo que encuentran y otros prefieren rendirse. FIN.
Una película que más que rodar, el director escribió. Y así, el papel de los actores se acomoda con humildad a los sucesos que van acaeciendo, que es una virtud de la que muchos actores carecen.
Lamentable que andemos adorando en festivales y cines que se tildan de entendidos películas extranjeras de parecida factura y ésta nuestra haya tenido recorrido de saldo. Los paletos de siempre.

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