jueves, 7 de mayo de 2015

Víctor Dolz y la desoladora conciencia de nuestro destino.



Tríptico sobre Monserrat, suegra del pintor.


Entre todos te elijo: Tengo un mensaje para ti.
Vas a morir: Que otros digan lo que les plazca; yo no puedo
andarme con rodeos.
Soy exacto y despiadado, pero te quiero: No tienes escapatoria.

Walt Whitman

Decía Vicente Aleixandre que los poetas son como árboles que enraizados en los hombres dan flores que son los poemas. Creo que es una afirmación que vale para toda creación artística. Que luego las flores sean de una forma u otra depende del árbol. Hay hasta flores de plástico. Por no hablar de esos árboles, a los que el mercadeo ha convertido en bonsáis o arbustos. En fin.
Yo soy una persona que disfruta del arte de una manera muy intuitiva. No tengo una formación académica y me acerco a la obra artística con mi sensibilidad y mi bagaje vital de la misma manera que a un buen bistec o a un rape a la plancha.
A veces en los diarios leo críticas artísticas, algunas de directores de museo, flipantes, que me recuerdan a esa nueva cocina que te presenta un plato de dimensiones considerables con, en el centro, algo diminuto, nuevo, rompedor y la verdad, me digo, a veces es mejor no progresar. La teoría artística está muy bien para comunicar pero sirve muy poco para emocionarse o sentir la obra de arte. Y las vanguardias a veces pierden el contacto con el grueso del ejército.

Víctor Dolz es un pintor figurativo, expresionista, aunque a él no le agrada la etiqueta, que cuando apareció en las galerías de Palafrugell me llevó a un pensamiento y una sensación.
Pensamiento: Mira, un pintor en Palafrugell, por aquellos tiempos, que ni pinta marinas, ni marineros, ni payeses, ni paisajes. Y además no se abstrae, pero nada, nada.
Sensación: ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! Enseguida me vinieron a la mente tres o cuatro pintores. Bacon, Freud, Soutine, los expresionistas alemanes. Y vivía en Palafrugell. Tenía que hablar con él. Yo, tímido y cómodo, fifti fifti, por naturaleza, lo interpelé hace ya unos cuantos años y desde entonces nos encontramos, hablamos de arte y artificios y he pasado de su obra a su  trayectoria artística.

Ya hace  muchos años que en esto del arte, sobre todo en el que alienta la tarea del artista solitario, voy del resultado al proceso, del fin del viaje al viaje mismo, del mañana al instante, en un afán impotente, algo que siempre he visto claro pero que me entretiene, por no dejar escapar el porqué de todo.
Víctor Dolz pinta esos retratos sobrecogedores, algunos alucinados, otros derrotados, otros estupefactos; esos cuerpos engarrotados, de abundantes carnes algunos, porque no puede hacer otra cosa. Hasta el retrato más amable que pueda pintar y recuerdo ahora los de sus nietos, su hija, el de Albert Boadella o incluso el propio, están impregnado de la desoladora sensación de nuestra inapelable caducidad. Es su tema. Es su responsabilidad. Su tarea como pintor, como artista. Se obsesiona para que nosotros no bajemos la guardia, para que no perdamos de vista nuestra esencia. Más allá de modas, aceptaciones y parabienes, Víctor, con humildad se dedica, a lo suyo. Y de vez en cuando aparecen cuadros nuevos. Caras reincidentes de su entorno. Me gustaría hablar con toda las victimas de su escrutadora mirada y escuchar lo que tienen que decir al respecto, lo que han sentido al verse así, desoladoramente caducos, extrañados, de extrañamiento, viejos, feos y algunos, casi momificados.
Con este tema, la paleta de colores de Víctor no es muy amplia, tan poco como la intención de sus cuadros. Y sin embargo yo siempre he estado esperando que pareciese el color en su obra, quizás porque tengo la esperanza de que la obra de Víctor sea un viaje, un viaje que inició con sus primeros cuadros, más simples en su conformación, como balbuceos, y que acaben siendo la misma reflexión sobre nuestra caducidad pero sin la angustia que ahora mismo despide su obra. Un enfrentarse a la muerte más alegre. No sé, quizás una esperanza vana.
Desconozco el destino de la obra pictórica de Víctor Dolz,  aguardo el paso de los años con el suspense de saber qué resultado sobre sus lienzos tendrá la cada vez más cercana presencia de ella….la única inevitable y que sin embargo inexplicablemente todos parecemos ignorar, pero desde mi modesta opinión en su quehacer alienta la misma pasión, la misma obsesión que en la tarea de muchos grandes artistas que despegados de la realidad comercial del momento, en el anonimato y sumergidos en la cotidianidad sin embargo nos plantaron inapelablemente delante aquello que somos y que seremos……nos guste o no. Y esa es una de las tareas del arte. Quizás la más fundamental.