lunes, 31 de agosto de 2015

Mandarinas de Zaza Urushadze (2013)


Resultado de imagen de foto de mandarinas la pelicula

La película está ambientada a comienzos de los años noventa, hace cuatro días, en Georgia, en Abjasia. Ante el derrumbe de la URSS, las republicas que la conforman inician sus propios procesos de conformación. Georgia es una de ellas. En algunas de estas republicas las minorías que han vivido bajo la protección de Rusia se sienten amenazadas e intentan independizarse con la ayuda de pueblos hermanos. Los abjasios son una de ellas en Georgia.
En el enfrentamiento entre georgianos y abjasios, una cantidad considerable de estonios que residen en el país se siente abandonada. Por Rusia, por Georgia y por Abjasia. Deben emigrar y volver a su país. Esta película es la historia de uno que decidió quedarse.
Nada hay en este film que no sea correcto, ni el desarrollo de la historia, muy lineal, al hilo de los sucesos que va contando, ni la interpretación de los actores, absolutamente abducidos por lo que estaban interpretando, ni el mimo con que el director ha cuidado los pequeños detalles: Esa cinta de casete tan manipulada por el soldado georgiano y que en la escena final cobra su sentido en manos del mercenario checheno. Esas fotos familiares de otros tiempos de paz y felicidad. Esos diálogos constantes sobre los problemas para comercializar las mandarinas. Esos diálogos sobre las comidas típicas de cada pueblo. Y la tozudez y resignación del personaje central que ya nada espera pero que no ha renunciado a su “ser humano”, haciendo té una y otra vez.
Pero he salido cansado de la sala. Le he comentado a mi hermano y a mi cuñada que salían conmigo de la proyección, rodeados de los demás asistentes, la mayoría compungidos y conmovidos por lo que acabábamos de ver,
-Y si ahora en la calle hubiese una cincuentena de sirios, procedentes de la diáspora de su guerra y nos preguntaran: ¿Os ha gustado la película?
Estoy cansado de ver películas sobre lo abominable que es la guerra. Y llegar a casa y poner la televisión y ver y escuchar que en Austria se ha interceptado un camión que llevaba en su interior setenta y un emigrantes que han perecido asfixiados.
El cine hace lo que puede para concienciarnos, además con calidades la mayoría de las veces sobresalientes. Y hay que hacerlo. Sé que no se puede permanecer indiferente ante estos hechos. Pero, ¿por qué siguen pasando? ¿Por qué se les sigue vendiendo armas a estos países?
¿Cómo interpretar que los cines estén llenos de personas viendo estas películas y los dirigentes que han sido votados por estas personas no se interesen en parar estas guerras? O incluso algunas veces las provocan. USA es paradigmático en eso. Por ejemplo, provoca la guerra de Vietnam y después va Francis Ford Coppola y hace una de las mejores películas de guerra de todos los tiempos.
¿De verdad salimos compungidos y apenados de estas películas o ya es una postura atávica, complaciente e incluso redentora que por el sólo hecho de ir a verlas nos libera de algo de culpabilidad?
Yo mismo. ¿De qué sirve que escriba esta queja, este lamento, si voy a seguir de espectador?
¿No sería lo mejor no ir a verlas? Ya que no puedes hacer nada, no hacerte cómplice de saberlo.
Caigo en la cuenta, al final de la reseña, que quizás se haya hecho para que la gente haga reflexiones como ésta y que sean todavía un poco más antibelicistas de lo que eran, como me pasa a mí.
O para que cuando compremos un pantalón, o una cámara fotográfica o nos comamos una mandarina nos preguntemos cual ha sido su trazabilidad, esa palabreja que a buen seguro en algunos de los productos que consumimos está llena de abusos, sangre e injusticia.
Así que bienvenidas películas como ésta, tan humanas y contundentemente concienciadoras. Vayan a verla. Una película sobre el absurdo no de nuestro tiempo, si no de nosotros mismos. Que mata, pero absurdo.

viernes, 28 de agosto de 2015

“Nunca llegaré a Santiago” de Gregorio Morán



 Nunca llegaré a Santiago
Con este libro me ha pasado una cosa que nunca me había pasado y es que lo he comprado y leído bajo consejo del autor, que es como estar probándote una camisa y preguntarle al vendedor si te queda bien o en un restaurante preguntarle al camarero si la paella esta buena. Pero yo es que a Gregorio Morán le tengo confianza.
Desde que su libro sobre los mandarines ha levantado tanta polvareda anda de boca en boca y yo he terminado desembocando en sus sabatinas intempestivas que no se llaman así porque salen los sábados en La Vanguardia si no porque reparte a mansalva a diestro y siniestro con la mayor de las veces mucha razón y una contención milagrosa, pues a veces se le ve a punto  de apretar el gatillo.
Y así lo estoy utilizando de guijarro para salvar el paso de este país cutre y mediocre. Y no es que los demás países no lo sean, si no que en otros países de nuestro entorno han construido puentes para salvar esa corriente paralizante y hedionda. Mayormente con revoluciones, reformas e ilustraciones……..aquí no. La Iglesia, mayormente, y la Oligarquía siempre se han empeñado en llevarnos de una orilla a otra en barcos de su propiedad con el consiguiente peaje.  Pues yo soy de esos que va de salto en salto, intentando no caer al charco. O si caigo tener donde agarrarme rápidamente y que no se me humedezca demasiado la mente. Antes eran Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, García Calvo y así. No, si guijarros hay, pero como en este país hace tanto calor la mayoría prefiere retozar en el charco.
Total que por eso y porque he andado por el Camino en un par de ocasiones fragmentarias, me he leído el libro. Me he dicho a ver que dice este francotirador que no respeta hipocresías, falsedades y demás debilidades inhumanas del ser humano.
Lo de “Nunca llegaré a Santiago” debe interpretarse no como una imposibilidad física si no como una decisión emocional de no llegar a Santiago aunque se esté en la mismísima plaza de la catedral. De hecho se lo salta y se va directamente a Finisterre, pues le mola más la contemplación de lo que un día fue el fin del mundo para nuestros antecesores que la que es la tumba de aquel terror de moros e infieles. El título hubiese sido más certero, aunque menos comercial, con un “Nunca me dará la gana llegar a Santiago” y luego entre paréntesis: Porque San Yago me la suda. Y es que de la Iglesia y sus festejos en este país ya estamos un poco hartos…por decirlo suavemente.
O sea una postura muy popular hoy en día en el camino. Por dónde transitan la mayoría de caminantes contentos del esfuerzo físico de cada día, relajados al olvidarse de su quehacer cotidiano, entretenidos con el paisaje y el paisanaje, que sólo caen en que podían ser devotos peregrinos cuando se encuentran con algún creyente, especie en extinción, y que sorprendentemente en mi experiencia muchos eran de procedencia oriental. Y es que el Camino se va acomodando a los nuevos tiempos, hoy mismo acabo de ver en los medios el anuncio de un tren que sale de Madrid y te lleva haciendo etapas en tren o andando, como gustes, hasta Santiago.
Del camino que Gregorio Morán nos narra en su libro queda poco. Yo no he encontrado  ningún albergue en malas condiciones y hospitaleros tan desabridos, descorteses y maleducados como los que él presenta. Y en todas las paradas casas de comidas y restaurantes que ofrecen lo que se llama el “menú del peregrino”. Amén de un ambiente más animado y casi nunca proclive para practicar la soledad.
Lo peor del libro ver lo mal que tenían programado el viaje, lo tarde que llegaban a los albergues cada día. Así no hay manera.
Lo mejor, las reflexiones de Gregorio Morán y ese gracejo que se mueve entre la mala leche y el autoflagelamiento por ser uno de donde es: “Por muy pronto que un latino se levante, siempre se le habrá adelantado un nórdico (pg. 140)”
En resumen, un librito que para guía de “El camino de Santiago” no sirve y como ejercicio de crítica y menosprecio de aldea se queda corto y es parcial. Prescindible, a pesar de lo que diga su autor. Que qué va a decir, por otro lado. Tonto de mí.
Mejor comprar La Vanguardia cada sábado. Se disfruta y se libra uno de los charcos.

jueves, 20 de agosto de 2015

Pedigrí de Georges Simenon



Georges Simenon en familia. Ya desde niño mostraba aptitudes...y actitudes.

Yo nunca he sido del Georges Simenon del comisario Maigret, sin embargo he sido un devoto de sus novelitas. Esos cuentos largos impregnados de vida, llenos de misterio, que como ventanas especializadas nos dejan ver retazos de existencias grises arrastradas por la corriente de la vida, de una variedad inesperada pero siempre impregnada de esa sensación de perentoriedad que los hechos que van acaeciendo nos dejan.
Siempre personajes atribulados con pequeñas historias de amor, pequeñas traiciones, pequeñas mentiras, pequeños abandonos…..los escritos de Simenon no dan para tragedias. Si acaso dramas. Nada en la vida de los hombres y mujeres que aparecen en las historias  de Simenon da para más allá de una novelita de cien páginas. Para contar lo fundamental. Lo relevante. Y es en esta labor enfática dónde este prolífico escritor descolla. Sus descripciones que parecen a veces amontonarse son escrupulosamente escogidas para enmarcar la acción, forman parte de ella….son escenarios sin los cuales la acción perdería color, vibración y esencia. Sus historias son como ramos de flores colocados en el jarrón preciso.
Pedigrí es especial en su producción, primero por su extensión, casi seis veces más páginas de las que acostumbra, y segundo porque se trata de una novela/autobiografía de la que el mismo dice: “Todo es verdad peor nada es exacto”. Nada sorprendente, por otro lado, porque es una tónica de sus obras…..Los hechos… ¿Qué importan?... son las sensaciones, las emociones que esos hechos causan lo importante. Lo que nos describe una y otra vez.
Asistimos a los años de formación del autor, calle arriba, calle abajo, por todas las casas en las que residió, los colegios a los que fue… descritos una y otra vez, enumerados los muebles, descritas las ropas, las tiendas, las librerías, los días de campo, las excursiones, los familiares…..todos pasan por su ojo escrutador…en medio la 1ª Guerra mundial. Y siempre y en cada página su madre y su padre. Magníficamente retratados. Un padre cotidiano, sin ambición, acomodado al devenir, oficinista de vocación, contable de profesión, sacrificado y callado, amante de las costumbres. Una madre mezquina, egoísta, orgullosa y calculadora, manipuladora e hipócrita, que lo hace sentir culpable ya desde el primer momento de adquirir conciencia de su ser. Obsesionada con sus demonios y haciendo participe a todos de esa lucha.
Me he tenido que volver a leer su “Carta a mi madre”. En ella narra los días que pasó a su lado, ya hospitalizada para morir, con más de noventa años, y él, setentón, ya internacionalmente famoso, respetado y admirado en todo el mundo. En ella le lanza las últimas reconvenciones, le hace las últimas preguntas y al final se declara vencido…nunca la entendió…y pone un ejemplo, le estuvo enviando durante años, ya exitoso y rico, dinero para ayudarla… y en una de las veces que lo visitó le entregó un sobre con todo el dinero que le había estado mandando. Una mujer a la que odió y amó a partes iguales…y que quizás fue el detonante de su actividad de escritor… ¿Cómo saberlo?
Hay un detalle que podría poner en entredicho lo verídico de esta biografía. Pero que a mi modo de ver tiñe de honestidad este Pedigrí, un detalle para la psiquiatría y el misterio. Simenon tuvo un hermano, tres años menor que él. Esta figura no aparece en todo el libro. Hay infinidad de familiares. Se narran los encuentros festivos en casa de unos y de otros. Primos, primas, tíos, tías, abuelos y abuelas pululan por estas páginas pero de su hermano no hay ni rastro. ¿Qué nos quiso decir Simenon con esta usencia a buen seguro calculada?
Aventuro que en estos años de formación, donde uno vive obsesionado consigo mismo y sus desventuras, también un poco mezquino y egoísta, posiblemente ni reparaba en la existencia de su hermano…ni lo veía cuando se cruzaban por la casa….Simenon podía haberlo introducido en estas memorias, no le hubiera costado…pero ha optado por reflejar las cosas tal y como las sintió…..y seguramente lamentándolo mucho, su hermano en aquella edad no existía para él.
O quizás, y también aventuro, fue su venganza porque al parecer siempre frente a él, este hermano menor fue el hijo favorito.
Georges Simenon, que bebió la vida a borbotones sin por ello perderse los detalles. Nos contempló y nos describió. Quien lo compara con Balzac no anda muy desorientado.
La descripción de unos de los personajes que aparece en el libro, su profesor, el padre  Renchon, pág. 502 y alrededores…para poner los pelos de punta al pensar que te puedes encontrar a alguien tan joven, tenía catorce años, con esa capacidad de introspección y perspicacia…te lee hasta los pensamientos de cuando eras un bebé.
No es una novela imprescindible para los seguidores  de este escritor que nos deja un pequeño retablo de cómo era la vida provinciana en Bélgica justo antes y durante la 1ª Guerra Mundial, pero sí para aquellos que quieren saber cómo se construye un hombre de compleja personalidad, cómo se formó Georges Simenon.
La recuperación que Acantilado está haciendo de su obra…otro de los muchos aciertos que esta editorial tan inteligentemente y oportunamente está llevando a cabo.

domingo, 16 de agosto de 2015

La sombra de Naipul de Paul Theroux



Esta es la hsitoria real de una amistad/admiración que empezara como empezara terminó como el Rosario de la Aurora.
V.S. Naipul es un escritor de Isla Trinidad, de origen hindú, galardonado con el Premio Nobel de literatura el año 2001, del que yo no había leído nada hasta fecha reciente, no sé cómo ha podido pasar, pienso, ahora que ya he leído dos novelas suyas, “Media vida” y “Una zona oscura”, novela y libro de viajes respectivamente, y pienso leer más, del que había oído hablar mucho, mal y bien. Lo malo, asociado a su persona y actitudes, y lo bueno, ligado a su talento como escritor. Tiene ahora mismo 83 años.
Paul Theroux, conocido mundialmente por sus libros de viajes, escritor estadounidense, tiene ahora mismo nueve años menos que Naipul,  es el creador de este libro admirable por su honestidad y demostración de cómo uno se puede rendir ante el talento sin perder la perspectiva de cómo es el ser humano que cobija ese talento.
Dos cosas he aprendido en este libro.
Una. Que cuando se cuenta algo que se recuerda, se falsea ineluctablemente. No porque no haya intención de contarlo tal cual, si no porque el que lo cuenta no es ya el que lo experimentó y sí alguien que se transformó con aquello que pasó entre otros sucesos que fueron acaeciendo después. Ejemplo: Un boxeador que cuenta un combate que peleó, ya no cuenta el combate tal como pasó, si no el combate que ganó o perdió pero que le dejó “tocado”. Esto se nota desde la primera frase que Paul Theroux le dedica a V. S. Naipul. Habla de su primer encuentro pero estando presentes todos los años que mantuvieron su amistad, los sinsabores, los deslumbramientos, los apoyos y las humillaciones y el rompimiento de su amistad. Y esto es de agradecer. Porque podía haber mantenido Theroux, en el texto, un distanciamiento artificial para intentar transmitirnos lo más fielmente posible aquello que fue sintiendo a lo largo de su amistad con Naipul y hubiera estado más cerca de lo que realmente pasó. Pero Theroux se rinde desde el principio y se pone a la sombra de Naipul con todas las consecuencias.
Dos. Hay que ser muy honesto y un decidido degustador del talento para no dejar que las miserias humanas propias y ajenas enloden lo que puede brillar en cada uno de nosotros. Theroux, desde el principio, es un rendido admirador de la personalidad literaria de Naipul y eso le costará mucho sufrimiento. E innumerables sinsabores. Que sobrellevará con humildad y entrega, porque estar a la luz del talento de Naipul le compensa.
Esto da como resultado un libro que no tiene parangón en ningún escrito que yo conozca de parecidas características, donde o se lee una rendida pleitesía, en libros gordototes y melosos, como los dedicados a Johann Wolfgang von Goethe o  Samuel Johnson o se esquiva una rivalidad, a veces insultante,  o animadversión latente, en cortos escritos o artículos como aguijones de avispa. No pongo ejemplos, basta poner en el Google, “escritores que hablan mal de escritores”.
Paul Theroux que ha viajado por el mundo entero nos ha dejado su viaje por V.S. Naipul y no ha tenido empalago en, lo mismo que no se extraña y no prejudicia costumbres de culturas ajenas, mostrarnos el paisaje y paisanaje que se mueve dentro de este escritor que ha sido de ninguna parte, nacido en el Caribe de procedencia hindú y educación inglesa, fruto de lo cual su carácter intemperante y frio, ególatra y despectivo. Un carácter que grabado en los años en que somos tierna plastilina, después toda la gloria literaria y todos los premios recibidos y los homenajes dedicados no han contribuido a paliar*.
Igual que en algunos de sus viajes Theroux se puso, en vez de a la sombra de un cocotero/palmera para ver pasar a sus gentes, a la sombra de Naipul para observar sus evoluciones, recibiendo de vez en cuando unos cocotazos que el aguantaba más o menos bien a cambio de los dátiles que también pudo recoger.
Resumiendo un libro modélico, en el que se da ejemplo pleno de toda la complejidad y variedad que puede encerrar eso que llamamos naturaleza humana. Tanto de narrador como de narrado.

*Véase el asombroso paralelismo con J.J. Rousseau, el no Aduanero, en el comportamiento que este tuvo con su compañera de toda la vida y Naipul con su primera esposa.