viernes, 28 de agosto de 2015

“Nunca llegaré a Santiago” de Gregorio Morán



 Nunca llegaré a Santiago
Con este libro me ha pasado una cosa que nunca me había pasado y es que lo he comprado y leído bajo consejo del autor, que es como estar probándote una camisa y preguntarle al vendedor si te queda bien o en un restaurante preguntarle al camarero si la paella esta buena. Pero yo es que a Gregorio Morán le tengo confianza.
Desde que su libro sobre los mandarines ha levantado tanta polvareda anda de boca en boca y yo he terminado desembocando en sus sabatinas intempestivas que no se llaman así porque salen los sábados en La Vanguardia si no porque reparte a mansalva a diestro y siniestro con la mayor de las veces mucha razón y una contención milagrosa, pues a veces se le ve a punto  de apretar el gatillo.
Y así lo estoy utilizando de guijarro para salvar el paso de este país cutre y mediocre. Y no es que los demás países no lo sean, si no que en otros países de nuestro entorno han construido puentes para salvar esa corriente paralizante y hedionda. Mayormente con revoluciones, reformas e ilustraciones……..aquí no. La Iglesia, mayormente, y la Oligarquía siempre se han empeñado en llevarnos de una orilla a otra en barcos de su propiedad con el consiguiente peaje.  Pues yo soy de esos que va de salto en salto, intentando no caer al charco. O si caigo tener donde agarrarme rápidamente y que no se me humedezca demasiado la mente. Antes eran Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, García Calvo y así. No, si guijarros hay, pero como en este país hace tanto calor la mayoría prefiere retozar en el charco.
Total que por eso y porque he andado por el Camino en un par de ocasiones fragmentarias, me he leído el libro. Me he dicho a ver que dice este francotirador que no respeta hipocresías, falsedades y demás debilidades inhumanas del ser humano.
Lo de “Nunca llegaré a Santiago” debe interpretarse no como una imposibilidad física si no como una decisión emocional de no llegar a Santiago aunque se esté en la mismísima plaza de la catedral. De hecho se lo salta y se va directamente a Finisterre, pues le mola más la contemplación de lo que un día fue el fin del mundo para nuestros antecesores que la que es la tumba de aquel terror de moros e infieles. El título hubiese sido más certero, aunque menos comercial, con un “Nunca me dará la gana llegar a Santiago” y luego entre paréntesis: Porque San Yago me la suda. Y es que de la Iglesia y sus festejos en este país ya estamos un poco hartos…por decirlo suavemente.
O sea una postura muy popular hoy en día en el camino. Por dónde transitan la mayoría de caminantes contentos del esfuerzo físico de cada día, relajados al olvidarse de su quehacer cotidiano, entretenidos con el paisaje y el paisanaje, que sólo caen en que podían ser devotos peregrinos cuando se encuentran con algún creyente, especie en extinción, y que sorprendentemente en mi experiencia muchos eran de procedencia oriental. Y es que el Camino se va acomodando a los nuevos tiempos, hoy mismo acabo de ver en los medios el anuncio de un tren que sale de Madrid y te lleva haciendo etapas en tren o andando, como gustes, hasta Santiago.
Del camino que Gregorio Morán nos narra en su libro queda poco. Yo no he encontrado  ningún albergue en malas condiciones y hospitaleros tan desabridos, descorteses y maleducados como los que él presenta. Y en todas las paradas casas de comidas y restaurantes que ofrecen lo que se llama el “menú del peregrino”. Amén de un ambiente más animado y casi nunca proclive para practicar la soledad.
Lo peor del libro ver lo mal que tenían programado el viaje, lo tarde que llegaban a los albergues cada día. Así no hay manera.
Lo mejor, las reflexiones de Gregorio Morán y ese gracejo que se mueve entre la mala leche y el autoflagelamiento por ser uno de donde es: “Por muy pronto que un latino se levante, siempre se le habrá adelantado un nórdico (pg. 140)”
En resumen, un librito que para guía de “El camino de Santiago” no sirve y como ejercicio de crítica y menosprecio de aldea se queda corto y es parcial. Prescindible, a pesar de lo que diga su autor. Que qué va a decir, por otro lado. Tonto de mí.
Mejor comprar La Vanguardia cada sábado. Se disfruta y se libra uno de los charcos.

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