martes, 29 de marzo de 2016

La modista de Jocelyn Moorhouse (2016)




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Con una puesta en escena que se mueve entre el cine de “Amélie”, esa cámara de medios y primeros planos sobre rostros expresionistas, y los hermanos Coen, esos personajes de comic, cuando disparatan, en el buen sentido de la palabra, esta película cuenta de una original manera, una venganza. Con regate futbolero a los espectadores incluido. Lo que dice mucho de la sangre fría de los guionistas o de la disciplina férrea  de la directora que no se deja tentar por la bella historia de amor que tenía entre las manos y sigue a lo suyo que es consumar una venganza.
Personajes extravagantes en un pueblo imposible, sin una calle asfaltada, reciben la visita de una mujer que siendo niña se tuvo que ir de malas maneras y hasta ahí puedo contar. Aunque si lo contara no perdería ni pizca de su atractivo y la diversión seguiría asegurada con guiños preciosos al cine del pasado y al actual, con alfombra roja incluida. Impagable esa alfombra roja ardiendo y… ¿Quemando qué?  ……. ¿Hay un mensaje de la directora? ¿Hacia quién?
También podría decir que a un pueblo de la lejana Australia, en manos de un malandrín, llega una modista a imponer justicia. Y como en las películas del Oeste, el malandrín contrata a otra modista más rápida para que se enfrente a la recién llegada.
Y también valdría para explicar el argumento.
¿Qué no he hablado del sargento de policía?
Es que si hablo del sargento de policía salen todos los que lean esta reseña pitando para el cine.
Y la verdad es que si no lo hacen será una verdadera pena.
Kate Winslet va cogiendo peso, en todos los sentidos, y no me cabe la menor duda de que en el futuro será una gloriosa Gloria Swanson, una atractiva Susan Sarandon o una imponente Gena Rowlands. Está muy en su papel, que ahora está a la altura de Kathleen Turner o Meryl Streep, pero es que la tropa de secundarios es mucha tropa, dados sus papeles de llamativa presencia debido a sus debilidades, enfermedades u otras peculiaridades. No se salva ni uno. Y queda, aún siendo la indiscutible protagonista, un tanto ahogada por tanto friqui.
En fin, ni había oído hablar de la película, cuando decidí verla. Disponía de dos horas y no había ninguna otra que casara con mi horario, así que entré. Nada más empezar la proyección y ver bajar a la modista del tren, con la maquina Singer y con la música de la banda sonora supe que había tenido suerte. No me equivoqué.
¡Ah!, durante la proyección se puso a sonar un móvil. Durante casi un minuto. Se ve que su dueño no tenía muy claro como callarlo. No le vino mal a la historia que estábamos viendo.
¡Ay, el sargento de policía! ¡Qué hombre este!

jueves, 24 de marzo de 2016

Cementerio de pianos de José Luís Peixoto




Valiente esta novela de J.L.Peixoto, escritor portugués, que se atreve a contar la historia de una familia de clase media portuguesa, volcado en una arriesgada apuesta en la que si el fondo es de lo más corriente y usual en literatura: Maltrato, infidelidades, accidentes que marcan una vida, traiciones y abandonos, es en la forma donde busca la originalidad y la creatividad literaria.
Que un muerto narre no es ya una novedad, su paisano Machado de Assis, entre otros, ya lo hizo, pero que ese muerto se ponga a conversar con una de sus nietas sobre mí que estoy leyendo el libro en ese momento me parece una sorpresa muy agradable.
Este cementerio de pianos, metáfora de nuestra vida, en la que los personajes se refugian, se esconden, cometen sus traiciones y desafueros, de donde salen pianos arreglados como nosotros salimos algunas veces de nuestras experiencias, reformados y dispuestos para dar la nota de nuevo. Pianos que arden como a veces nuestras vidas.
Una narración en la que se huye de la linealidad y se busca la confusión entre las voces de la misma manera, con la misma naturalidad, que vienen  a nosotros los recuerdos. Madre, padre, hijos y nietos amalgamados en esta perorata compartida, de esta a veces oración salmodiada pidiendo un perdón que no se  articula en palabras porque de alguna forma se intuye la inutilidad de cualquier perdón.
Los narradores, uno muerto y el otro a punto de morir, se van turnando. Contando la vida que nunca se deja coger de la mano y que casi siempre te pilla a traición. Saliendo y entrando de las tabernas, huyendo y regresando. Saliendo y entrando de los quilómetros de la Maratón que te deja exhausto, derrotado por fuera porque por dentro ya lo estás.
Y  esos momentos de felicidad disfrutada que llegan a parecer irreales pero pasaron y ya sólo sirven para valorar justamente la infelicidad que siempre se impuso.
Una novela de un profundo pesimismo y una tristeza que viniendo de un escritor portugués ya es entendible. ¿Cómo sobreponerse a los fados y escribir algo más esperanzador? Debe costar. Y además el Atlántico, agobiante, no es que ayude mucho.