viernes, 27 de mayo de 2016

La verdad duele de Peter Landesman (2016)



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Nos pasamos la vida oyendo hablar del valor de la vida del ser humano y de la necesidad de respetarla pero no conozco ningún caso en el que habiéndose puesto este valor en la balanza frente a otros intereses más mundanos aquella haya salido ganando… al menos en un principio. Después sí, después se han llevado a cabo actos admirables para inclinar la balanza del lado humano. Pero después, tras arrastrar a la desgracia y al sufrimiento a unas cuantas vidas humanas, en algunos casos millones.
 A ese después, en USA también le añaden una película.
Nótese cómo va el asunto. El futbol americano es seguido en EEUU con tanta pasión como el futbol clásico en el resto del mundo. En el resto del mundo, los padres les dan a los niños un balón en cuanto que empiezan a andar. En EEUU un año le regalan un melón, otro un guante y un bate de beisbol y al siguiente un rifle. Y ya con estas tres opciones pues deciden lo que quieren ser de mayores. La tele no se la regalan porque en EEUU un niño al nacer lo primero que ve es una tele. De ahí que estas criaturas sufran problemas de identidad y a lo largo de la vida nunca acaben de tener claro quién de los tres, si el padre, la madre o la tele dice la verdad. Que en Alemania pasó que los niños no sabían si era el padre, la madre o el führer.
Con tamaña afición estas manifestaciones de los americanos son un negocio inmenso, tan negocio inmenso que termina convirtiéndose en parte del espíritu americano. Pero surgen los problemas. Que si con los rifles se matan muchas personas, que si el tabaco mata, que si los vertidos envenenan, que si los curas violan y en esta peli que si el futbol americano vuelve locos a sus estrellas.
Empiezan las demandas, los enfrentamientos entre lo que es el bien colectivo, que es un argumento que suelen exponer los poderosos para defender sus intereses, y los sacrificios humanos que ese bien requiere. Pero como en EEUU la justicia siempre termina brillando pues la vida humana recupera su lugar preponderante y a los malos les caen unas multas de espanto y entonan un “mea culpa” conmovedor.
Y acto seguido, para compensar la multa, viene la peli. Porque siempre hay una peli para una vergüenza. Una o más. Que si lo de las armas: Bowling for Columbine. Que si lo de las tabaqueras: The Insider. Que si lo de la contaminación: Erin Brockovich. Que si lo de la pederastia: Spotlight. Y que si lo del futbol americano: La verdad duele. Claro que duele, pero con dinero menos, deben pensar en EEUU.
Que no es que yo esté en contra de que se hagan estas películas, que algunas son muy recomendables en fondo y forma, pero no estaría de más que se hicieran fuera de EEUU. De esa manera su poder crítico sería más potente y además sonaría menos a redención. Que ya se sabe que cuando hay redención ya no hay freno.
No tenía muy claro lo de ir a ver esta película, porque entre los hombres de negro y el príncipe de Bel Air, para mí, Willy Smith era una actor amortizado. Y mira por donde la agradable sorpresa de ver a Willy Smith haciendo de actor y no recordándome para nada a Willy Smith. En un film netamente americano. Lo que quiere decir actores de lujo, escenas de una naturalidad apabullante y un poco del babeo acostumbrado
Cuando le dice un funcionario de Washington al protagonista que su comportamiento ha sido claramente el comportamiento de lo que es ser estadounidense, pues es nigeriano emigrado, a uno se le cae el guión al suelo…pues durante toda la peli hemos podido contemplar a estadounidenses materialistas, egoístas… o sea, o es una ironía muy mal planteada o un efecto del patrioterismo anoréxico que padecen.
Una película más, de consumo interno que sin embargo pasean por delante de todos los morros del resto del mundo sin comerlo ni beberlo, de esas que hacen los americanos cuando deciden bajarse la conciencia o levantársela, depende, y enseñan sus vergüenzas en plan reciclaje. Todo se aprovecha.

viernes, 20 de mayo de 2016

La última posada de Imre Kertész



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Imre Kertész falleció este mes de Marzo con 87 años de edad pero llevaba sintiendo el hálito de la muerte a su espalda desde que teniendo catorce años estuvo confinado en los campos de concentración nazis. Nadie que pasara por aquella experiencia salió indemne, nadie pudo olvidarla y algunos, aunque fallecieron años después, se puede decir que murieron de aquellos años que estuvieron cautivos. Primo Levi, Paul Celan, por ejemplo.
Kertész aguantó hasta el final como pudo, contándolo. Dando a entender que no se puede salir vivo de aquella experiencia y encontrar a alguien con quien compartirla por mucho que te esfuerces en explicarla. Como si salir vivo de allí fuera la garantía de vivir sólo el resto de tu vida.
Y si eres escritor, dedicarte a recordarla cada día de tu vida. Solo y obsesionado.
Este libro de confesiones, sincero, brutal a veces, que Kertész escribió a lo largo de lo que el seguramente llamaría sus años de decadencia física y mental, dentro de los cuales le conceden el premio Nobel de Literatura, parece un añadido a la temática de toda su obra de escritor. A su judaísmo y la perplejidad ante la aventura del ser humano en el siglo XX de la barbarie europea se le añade la certidumbre de que ese aliento que siempre ha sentido en la espalda ahora se está colocando a su lado para acompañarlo en el tramo final. La muerte se hace cada vez más presente.
E Imre Kertész se confiesa:
                “Una depresión que dura ya semanas. Vivo fuera de mi novela. Cenas y reuniones con extraños todas las noches”
Emite juicios implacables en los que la mirada sobre el ser humano es desesperanzadora:
                “Mucho me temo que a la persona que es buena se la quiere porque es débil”
En que la certidumbre de la soledad es absoluta:
                “Nadie me quiere y yo no quiero a nadie”
Una decepción que le llega desde todos los puntos, incluido el mismo:
                “…he estafado a todo el mundo, especialmente a mí mismo…”
Unas afirmaciones heladas que parece formular con la clara intención de que cuando llegue el final todo este claro, no llamarse a engaños:
“..y eso que uno de los orgullos de mi vida consiste en haber evitado la corrupción que también recibe el nombre de familia…”
Lo que le aboca a más de un pensamiento en el que la idea del suicidio está presente:
“Mucho me temo que tendré que tomar duras decisiones. Y me temo mucho más que no las tomaré”
“..en las miradas de las mujeres, en la manera de mirarme, podría encontrar suficientes argumentos para el suicido..” 9/2/2009
Al final sentencia:
                “Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad”

Sólo en el capítulo final se permite algo de liberación y tomando distancia, sin por ello dejar de lado el tema de la muerte, se permite unos monólogos a modo de despedida.
Un libro este de lectura dura, sin paliativos, directa desde la desesperación, muy bernhardiana incluso a la hora de juzgar a sus compatriotas.
Kertész nos deja un testimonio en el que si se escarba se puede entender que es lo que merece la pena en la vida y que es superfluo. Pero sin garantías de nada.
Un hombre cuyo destino quedó marcado por su judaísmo y las consecuencias de él. Escribió durante su vida con la clara intuición de que no servía para otra cosa que para seguir viviendo.
Y no quiso dejar esta vida sin este homenaje a “su clavo ardiendo”.  Eso es la última posada. La última mirada desde la última vuelta del camino.
Destrucción, soledad, tragedia. Escribir hasta morir. Tener una vida secreta que además es la verdadera, como confiesa.
Me he preguntado muchas veces porque los ancianos no nos cuentan lo que supone hacerse viejo. Viejo, no mayor, ni anciano. Viejo. Ahora lo sé. Porque es terrible. Y con saberlo sólo se anticipa el horror. Nada se consigue. Mejor no saberlo.
Kertész, como Celan, Levi y otros, en realidad nunca volvieron de los campos de concentración. Su vida fue un fallido intento de regreso.

martes, 17 de mayo de 2016

Mustang de Denis Gamze Ergúven (2015)



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Todas las resonancias de la palabra mustang le vienen bien a nuestras protagonistas. Pequeñas y escurridizas, difíciles de domesticar y propiedad de unos dueños que saben de la riqueza que tienen siendo sus dueños…..si las venden bien.
Porque ese el tema de la película. Tema manido: La represión de la mujer, en general, y en el mundo musulmán en particular. Y sin embargo de gran éxito. ¿Por qué? Seguramente por su acertada puesta en escena.
La narración de podía resumir simbólicamente de la siguiente manera: Cinco flores hermosas y rebosantes de salud y ganas de vivir crecen en un jardín pleno de malas yerbas y ramaje constrictor.  Vemos como unas perecen, otras se tornan mustias y otras consiguen trasplantarse a otros, al menos, más esperanzadores climas. Esa es la trama de la historia.
Los rostros de las jóvenes actrices, virginales, amables, puros, su inocencia, son grabados con una intención, recogidos implacablemente en sus manifestaciones, perversa: Poner en evidencia el miedo de los adultos a la libertad. Porque al fin y al cabo ese eso. El eterno dilema de vivir bajo el techo de las normas porque asusta el amplio panorama y la perspectiva infinita de no tener más regla que la que tu corazón te imponga. Como si este órgano tan traído y llevado fuese un delincuente habitual al que hay que vigilar de cerca.
Esa inocente escena inicial de chicos y chicas disfrutando de un día de verano en la playa se va oscureciendo hasta encuadrarnos en un mundo donde nadie es feliz pero todos luchan por aguantar dentro de lo ortodoxo.
Y es esta inocente y veraniega escena la que da la clave del acertado ritmo que durante toda la proyección va a seguir la historia. Simple y cotidiano transcurrir de la vida de estas adolescentes, contado con diálogos familiares en medio de fiestas familiares en casas y jardines familiares, rodeadas de vecinos y vecinas de toda la vida, sin dejar traslucir el horror que se podía extraer de los acontecimientos que van surgiendo. Porque es así como pasa en la realidad.
Un día tu madre te abraza y a la semana siguiente te está llevando a Nigeria o a Senegal a que te amputen el clítoris. O tu madre te hace una comida excelente por tu cumpleaños y el mes que viene junto con tu padre acuerda tu casamiento con un hombre que te lleva treinta años de diferencia. O, salvando al diferencia, un día va a comprar contigo un vestido precioso y unas toallas y sábanas para cuando te cases “por la Iglesia”, como Dios manda.
Así de frágiles somos verdugos y víctimas, ambos atrapados en el galimatías de nuestras costumbres… por muy sanguinarias y crueles que sean.
Dejando de lado que las adolescentes son las victimas diría que la abuela de esta película es la que vive en el infierno.
Todo dirigido, contado, explicitado de la misma manera que se podía contar un día de playa. Porque es justamente así como sucede. La banalidad del mal que decía Hannah Arendt.
No sé si llegó la directora a sentir la tentación de llamar a la película “Mujercitas”, en un último giro de sarcástico y desesperado cinismo. A veces le humor ante el horror es la última claudicación.

martes, 10 de mayo de 2016

"Vida de un escritor" de Gay Talese


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Gay Talese es un periodista norteamericano dedicado al periodismo de largo aliento, en el que se impone la historia a la noticia. No he leído nada de él más que este libro y tampoco tenía noticia de él hasta ahora. Compré el volumen porque una vez cazado por el título y ojeando la biografía en las primeras páginas y el comentario de la contracubierta, viendo los premios y los elogios, incluido el que había sido inspirador de la serie Los Soprano, terminé por decidir que posiblemente merecería la pena echarle un vistazo.
Por lo leído parece ser que éste es su libro más misceláneo en cuanto a temática pues no se detiene en una historia en particular como no sea la de su obsesión por perseguir vidas de seres humanos.
Lo que se evidencia en estas seiscientas páginas es su esencia periodística que no le permite expresar una opinión personal  de ningún tipo sobre aquello que está narrando, sólo comunica datos y más datos, describe escenarios, plantea hechos, persigue a personajes, busca en los recovecos de sus biografías y nos muestra lo que encuentra.
Desfilan por este libro la historia de un edificio de Nueva York que ha alojado a más de una decena de restaurantes, todos fracasados. Gay nos cuenta la vida de los emprendedores que una vez y otra intentan acabar con el maleficio que parece pesar sobre ese inmueble, de los trabajadores, camareros, maîtres, jefes de cocina. Habla con ellos, se interesa por su aventura vital, datos y más datos, sin dejar translucir ni una sensación ni una emoción por aquello que está narrando.
Están presentes los hechos racistas acaecidos en la ciudad de Selma (Alabama) en 1965. Otra vez sus protagonistas copan la historia. Aprovecha para informar sobre el sistema americano de educación en lo tocante a la integración de blancos y negros y los resultados.
Habla de la emigración italiana hacia EEUU de la que el mismo es resultado porque es descendiente de italianos y en busca más de la historia que de sus raíces viaja al pueblo de origen de su padre y conoce a sus familiares estando de soldado en Europa.
Caben en el libro los cotilleos y entresijos de The Times, incluidas las andanzas de una compañera y toda la genealogía familiar que rodea a dicho periódico.
Se interesa por el “asunto Bobbit” en el que una esposa ecuatoriana agraviada decide cortarle el pene a su marido. Viaja hasta el lugar de los hechos, se entrevista con abogados, protagonistas, médicos, vecinos. De casi todos da un perfil objetivo y se engolfa a veces en matices secundarios pero que sin embargo le dan solidez a la historia. Sin abandonar y volviendo al asunto una y otra vez aunque hayan pasado años.
Lee que una deportista china falla un penalti en una final de futbol frente a EEUU y rápidamente ve una historia en la que entrecruza la vida de la deportista con el estado de la sociedad china y sus relaciones con la propia EEUU y no duda en viajar a China y pasarse cinco meses persiguiendo vidas y terminando por contarnos la historia de la casa, propiedad de la familia, en la que vive la madre y la abuela de la deportista que confiscada por el gobierno chino se ha convertido en una vivienda comunal en la que junto a los propietarios viven los que llaman “vecinos” y que no son otra cosa que las familias que el gobierno comunista chino ha decidido alojar con ellos.
Un libro fascinante que no desmerecería en una clase de historia, ni en una de sociología, ni en una de cocina, ni en una de vida, ni por supuesto en una de periodismo. De periodismo con mayúsculas.
En este libro de Gay Talese, como dice una famosa periodista española, estos son los hechos. él los cuenta y nosotros sacaremos nuestra opinión.
Una cosa tengo que reprocharle a Mr. Talese. Que si antes ya me era difícil aguantar a los Indas y Maruhendas del mundo periodístico de este país, ahora se me va a hacer imposible.