jueves, 27 de octubre de 2016

“Asamblea Ordinaria” de Julio Fajardo Herrero





En esta segunda novela de Julio Fajardo se repite la construcción del texto que ya utilizó en la primera. Novela coral a tres voces, en las que se narra las consecuencias que la crisis iniciada hace casi diez años ha traído a nuestra sociedad y en la que torna a ser exhaustivo en la exposición de los hechos. Lo que ocasiona una asfixia del desarrollo de los personajes que se quiera o no, produce la  voz omnipresente del narrador. De hecho esto se aprecia en los últimos tres capítulos del libro. Capítulos que al ser resolutivos muestran un poco de la carne de que están hechos los personajes. Y que son los mejores del libro.
Si el narrador se apartase un poco y dejase que la voz propia de cada uno de los personajes, la esposa decepcionada, la tía con sobrino parado y el empleado cualificado mostrasen su personalidad, la narración adquiría riqueza y complejidad más acorde a los hechos que relata. La segunda persona empleada en el tercer caso deja asomar un poco a ese avispado y lucido empleado que impepináblemente al retratar a su jefe se retrata él.
No hubiera estado de más, a parte de esa exposición menos intensa del narrador, una voz en primera persona para meterle más entraña a la intención de la novela. Porque un punto de vista burgués asoma en la narración. Ese punto burgués que impide bajar a las alcantarillas. ¿Dónde están los suicidios que se han producido? ¿Dónde las familias desahuciadas que se han tenido que ver con hijos y enseres en la calle o viviendo de la caridad o visitando diariamente los bancos de alimentos?  Las vidas, no rotas, destrozadas.  ¿Dónde esos hijos de puta, perdón, que se han enriquecido con la desgracia ajena? ¿Y los políticos desalmados? ¿Dónde el PP, el PSOE, los Pujol y los Bárcenas? Porque por momentos la novela parece flotar en la inopia. Más Madrid, más Barcelona en las páginas.
 Y eso el autor lo sabe, porque ha aparecido día sí y día no en los diarios. Y porque lo pone en evidencia cuando se atreve a retratar en el último capítulo a ese amigo del sobrino que le vendió preferentes a toda su familia, de lo que se arrepiente. Pero ¿Y los que no se arrepienten?  Cuando se escribe no se puede tener buen corazón. Bernhard y Celine lo sabían.
No creo que Julio Fajardo escriba sólo para entretener. Creo que esta novela nació con el fin de denunciar. El camino que dibuja de los súbitos “luchadores sociales” que tienen un ojo en las reivindicaciones sociales y el otro en el cargo o en el puesto de la lista que van a tener en los nuevos partidos era el camino para conseguir consistencia y perdurabilidad en la narración. Es decir, mala leche, mala baba, implacabilidad. La literatura, la buena literatura no se merece menos. Y las víctimas de esta crisis tampoco.
Julio Fajardo tiene todo el equipaje necesario para hacer una literatura de fondo: Perspicacia, sabiduría interior, capacidad reflexiva y analítica. Esa es la armadura. Le falta la determinación de meter las manos en el barro y de llenarse hasta la cintura, no de mierda, que también, si la hay, si no de compromiso con la verdad, con la realidad sin parar mientes en convencionalismos ni apariencias. La gran literatura siempre se ha meado en semejantes ataduras. La literatura y el arte en general. Lo que diferencia al artesano del artista. Por ahora Julio Fajardo es un buen artesano. Lo que no es poco….ni suficiente.

viernes, 21 de octubre de 2016

“Elle” de Paul Verhoeven (2016)



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De las películas de Paul Verhoeven, algunas convencionales hasta lo más habitual y  hoolywoodiense que uno pueda imaginar, ésta es con mucho la más intranquilizadora y por lo tanto enriquecedora que ha dirigido hasta el momento. Además entra en el grupo de las inequívocamente amorales en las que lo único que tiene validez es la fortaleza interior para sobrevivir en un mundo en que todo, incluida justicia y compasión, es anecdótico. Todo menos sobrevivir. Mandato sagrado. Contra todo y contra todos. La vida convencional, con sus pilares, la familia, la justicia, etc., etc., saltan hechas cisco.

La protagonista, Isabelle Huppert ha entendido perfectamente lo que se esperaba de ella y lo borda, fue colocada en su niñez en una situación de desprotección, desvalimiento y abandono, que nunca queda clara en el film, que para siempre le dio una perspectiva de la vida muy poco corriente y sobre todo nada influenciable: Lo que no te mata te alimenta pero lo que no te aniquila te convierte en un ser humano blindado que no hace asco a nada que pueda satisfacerla. La moral se convierte en un grupo de normas para colegiales y todos los lazos emocionales que puedas construir carecen de futuro, esperanza y fiabilidad….pura naturaleza.

Pues esta protagonista sufre un asalto en su casa y es violada. Lejos de acogerse a las reacciones típicas de esas situaciones, contemplamos intrigados y un tanto excitados, durante dos horas y pico, la existencia de esa “victima”  que nos es expuesta con todo detalle. Una existencia que no se ve alterada por el hecho en lo más mínimo por la simple razón de que el picotazo de una avispa en la piel de un elefante pues….ni cosquilleo. Aunque ella tiene deseos de saber quién puede haber sido el asaltante. ¿Para qué?

En ese paraqué Paul Verhoeven se mueve como pez en el agua. Es cruel, impredecible, irónico, cínico…vamos, muy entretenido. Teje una narración que cuelga permanentemente de la expresión de Isabelle Huppert que cual cicerone nos va guiando por la historia sin dejar en ningún momento de intrigarnos. Y de ni tan siquiera al final del film dejarlo todo meridianamente claro… ¿O sí? No lo sé, pero no tiene la menor importancia. En el escenario que ha tejido el director, dónde  va la vida y si se comen perdices o no, carece de importancia. Lo imprescindible es el banquete que nos hemos dado.

Una de las constantes de estas películas inquietantes de Verhoeven: “El cuarto hombre”, “Instinto Básico” es que los hombres son todos unos pringados, unos mandilones. No sé si tomármelo a bien, un mundo de mujeres fuertes sería así de desangelado, o mal, en un mundo tan equivoco como este del film los hombres no tienen nada que hacer si no padecer, débiles y predecibles.

De todas formas hay que ir a ver la película. Hay mucha enseñanza…se tenga aptitud para ello, o no.

Y una moraleja: Si vas de fiesta y hay algún extra en el espectáculo, encárgate de que todo el mundo que asista esté enterado porque si no puede ser que algún despistado te la joda.

O eso me ha parecido que quería decirnos Paul Verhoeven.


miércoles, 12 de octubre de 2016

“Kaddish por el hijo no nacido” de Imre Kertész



Portada Kaddish por el hijo no nacido

Más allá de los premios e incluso más allá de los reconocimientos que un creador pueda recibir está la perdurabilidad de su obra y más aún la influencia que tenga sobre el campo del arte en el que ha trabajado.
Si pusiéramos en imágenes esa perdurabilidad por medio de un sendero que queda expedito al paso de ese creador no cabe la menor duda que el sendero abierto por Thomas Bernhard ha sido amplio y que tardará en cerrarlo la maleza del tiempo, si es que lo cierra alguna vez. Un sendero en el que yo he disfrutado desde hace muchos años. Años ya lejanos que más de una vez han hecho que lamente la avaricia lectora que me ha llevado a tener que releer alguna de sus obras si quería volver a dejarme hipnotizar por su prosa.
Por eso me ha sorprendido agradablemente y mucho encontrarme con esta pequeña novela de Kertész que es un remedo descarado del estilo bernhardiano que él no oculta, al revés pone en evidencia, lo nombra dos veces a lo largo de la historia, así como a Wittgenstein, obsesión bernhardiana y tema de algunos de sus libros, como homenaje del discípulo ante el maestro. Un discípulo consagrado con el premio Nobel de literatura en 2002.
A diferencia de los otros dos libros de Kertész que he leído, “Sin destino” y “La última posada”, de prosa lineal, acerada, de frase corta y ningún circunloquio ni titubeo, nada proclive a las figuras literarias enrevesadas, este pequeño libro es un festín bernhardiano.
Frases interminables, con aclaraciones, contradicciones, repeticiones, enumeraciones constantes, ese darle vueltas a los alrededores de una idea, sin acabarla, sin abandonarla, ese añadir detalles hasta construir una prosa de una musicalidad hipnótica. Sólo el tema no es bernhardiano. De hijos y esposas como tema central nunca habló Thomas Bernhard, más metafísico. Y si lo hacía era de manera anecdótica. Su tema era más “él” como  ser humano que “yo” como ser humano. Incluso en su autobiografía.
En este librito Kertész le endosa a su hijo no nacido un largo kadish, oración judía, para explicarle porque no ha nacido y cómo fueron los años de convivencia con la que no fue su madre, aunque no hay que engañarse, Kertész está hablándonos de su imposibilidad para sobreponerse a su tema perenne, los años pasados en los campos de concentración nazis, y aunque no lo hace tema central no puede evitar que se le escape en la pg. 57:
 “No tengo ninguna tarea en este mundo desde que llegué al final de mi existencia”.
Que por supuesto encontró en Auschwitz y Buchenwald.
De porqué de este cambio de estilo seguramente tiene la culpa la convicción de Kertész de que si quería narrar algo desesperanzado, terrible, nihilista, implacable, recurrir al estilo de Bernhard era una buena opción. Y lo es. Pero más que  por el resultado conseguido por poner en evidencia que aunque de los dos fue Kertész el que más padeció en la vida, el que más sombríos recuerdos pudo tener, no ha conseguido llegar a la cima de desesperación existencial del maestro, ni siquiera en sus ataques a Hungría, remedando el odio que trasmitía Bernhard por esa Austria deshumanizada y corrupta.
El horror, el sufrimiento, las calamidades sufridas por Kertész tienen una causa, un porqué. Por lo tanto se vislumbra una esperanza. No volver a repetirlo, pues se sabe cómo ocurrió. Mientras que Thomas Bernhard no tiene explicación. No lo puede evitar, mil vidas que viviera, mil vidas podía volver a sufrir. A Kertész le bastaría con huir de Europa para evitarlo. Bernhard lo lleva dentro. ¿A dónde huir?
Quizá Bernhard supo ver como nadie como se engendró el horror y Kertész nos cuenta cómo era.
Esto explica porque Bernhard te deja tiritando y Kertész te deja helado. Sobre todo si los has leído por ese orden.

jueves, 6 de octubre de 2016

A Hole in My Heart de Lukas Moodysson (2004)



A Hole in My Heart

Lukas Moodysson es un director que se mueve por los extremos, acapara premios en certámenes cinematográficos pero comercialmente no se come una rosca. ¿Y por qué? Pues sencillamente porque ha decidido narrar las cosas tal y cómo suceden. Que alguien puede decir, ¡Pero es que algunas escenas son muy desagradables! Pero ¿No acabo de decir que cuenta las cosas cómo suceden? O sea, si está rodando una escena de alguien que se levanta de la cama por la mañana después de una juerga alcohólica y sexual, lo pertinente es que esté en pelotas, que tenga un aspecto que da asco y que hasta se haya meado en la cama. Y no tiene que ser guapo, que esas cosas les pasan a todos, hasta a los feos. A los feos, más, por la sencilla razón de que son más. Así las cosas, en este film Moodysson cuenta la historia de tres seres humanos, dos hombres y una mujer, aquejados de “derrota crónica” que se juntan en el piso de uno de ellos que además es padre de un adolescente tímido y retraído, sin madre, a la que perdió en un accidente de tráfico, que no sabe cómo asomarse a la vida sin que ésta lo arrolle como si fuera una locomotora.
Una vez establecida la situación de partida Moodysson podía haber construido su historia en cualquier clase social,  en cualquier medio laboral, bajo infinitas circunstancias vitales…pues un adolescente desorientado da mucho juego…crea problemas en casi todas las posiciones…y no por culpa de él, pobrecillo, si no puede hacer otra cosa. Causar problemas para tocar los límites. No hay otra. Por aquí sí, por aquí no, escuela de aprendizaje.
Pues Moodysson va y, amante de la situaciones escabrosas, se imagina que estos seres humanos son actores de la industria pornográfica y claro…el lío está garantizado…y las imágenes es fácil imaginárselas. Sólo nos ahorra la visión directamente pornográfica y eso para evitar directamente la prohibición de la exhibición de la peli en locales bien-pensantes. Si además hay un abuso a un menor por medio y unas cuantas operaciones plásticas de ciertos órganos muy delicados pues para que más. Ven, aquí Moodysson hubiera tachado “órganos delicados” y hubiese puesto “coño”. No sé si me explico.
A mí la película me ha gustado, ver salir de la cama a un actor vestido después de echar un polvo es algo que casi siempre me expulsa de la historia sin retorno posible y si todo el mundo es guapo, atractivo e inteligente pues parece un comic. Así que su naturalidad me gusta. Las cosas son así, pues contémoslas así.
Hay un hueco o varios en todos los corazones. Son dolorosos. Te pueden dejar marcado para toda la vida. En la peli hay cuatro corazones y hay cuatro huecos. Oír a la actriz pedir ser follada para sentirse querida no me escandalizó mucho porque nunca podré olvidar a aquella mujer maltratada que salió por televisión confensando que cuando su marido le pegaba sólo acertaba a pedirle que le pegara en silencio para que los vecinos no lo oyeran. Una señora con un socavón en el corazón.
Los “playmovil” sustituyendo a seres humanos en las escenas surrealistas de la peli es una clara indicación de lo que somos algunas veces unos para otros. Muñecos. O menos. No haciendo agujeros pero dejando de llenar muchos huecos que se quedan vacios para siempre. Cine difícil, no anticipado a su época, si no fuera de ella. En “El último tango en París” se puede ver el prólogo.

Dirección, guión, actuación no tienen más remedio que dejarse arrastrar por la temática. No actuar bien en esta historia es no tener corazón. Hay escenas que dan asco pero es que la vida algunas veces………….