jueves, 10 de noviembre de 2016

"El valle de los carneros" de Grímur Hákonarson (2015)



Rams (El valle de los carneros)

La acción transcurre en Islandia, en un valle ganadero, donde se dedican a la cría de ovejas. O sea, pase lo que pase, la película ya tiene su épica.  Los grandes y desangelados espacios que todo el mundo tiene en mente al pensar en este país tienen su reflejo en los largos planos que el director se encarga de servirnos.
La acción se desencadena cuando es descubierto un carnero infestado con una enfermedad contagiosa que forzará a la eliminación de los rebaños próximos, con el fin de parar la expansión de la enfermedad y que no afecte a más rebaños.
El escenario está creado. Y ahora hablemos de los carneros. Los carneros son los machos de la especie. Animales de ideas fijas y deseos primitivos que suelen dirimir sus desavenencias dándose unos cabezazos que ponen la piel de gallina, cabezazos que son más escalofriantes entre más cercana es su relación. Su antagonismo viene de lejos y no parece que nada vaya a aminorarlo, pues sus intereses  tan cercanos y tan parecidos llevan toda una vida entrando en colisión.
Pero, ¿Que hace un carnero sin sus ovejas? Si no ha hecho otra cosa en su vida. Pues algunos adquieren consciencia de que otra vida es posible y emigran y otros, los más carneros, o se dejan morir, matándose a cabezazos contra las botellas, o se montan una estratagema para conservar unas pocas ovejas.
Y es ahí, cuando los carneros por fin se entienden, cuando a pesar del gélido clima, de las extensiones inhóspitas y de la soledad que aunque estés acompañado nunca dejas de pensar que acecha, que surge el lirismo.
Que dos carneros sean capaces de amaestrar a un perro para comunicarse pero que no sean capaces de ponerse de acuerdo para dejar de darse cabezazos es un guiño del guionista muy ocurrente y la imagen de los dos carneros abrazados bajo el iglú, desnudos, intentando darse el calor imposible que siempre se negaron y que ahora llega tarde, conmovedor.
Es difícil juzgar la labor interpretativa de dos carneros que llevan sepultados los rostros bajo una pelambrera que seguramente ni se esquilan en verano pero esta es una historia no de gestos si no de actos, de brochazos gruesos que dejan trazos indelebles marcados en los corazones que el paso del tiempo enneblina pero no cicatriza, siempre supurando.
Llevar a un carnero de urgencias en la pala de un tractor tampoco es una cosa que extrañe mucho, ¿No?
Una historia dura, también por el clima, pero sobre todo por el frio que hace en algunos corazones. Lo que nos lleva a pensar que carneros puede haber en todas partes. Yo me acuerdo aún de los de Puerto Urraco, o el de Toro, que me toco de refilón.
Pues eso, una historia salvaje de carneros. Muy salvaje, sin una gota de sangre. Yo, si no hubiera ido a verla, iría.

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