lunes, 21 de noviembre de 2016

“Un monstruo viene a verme” de J. A. Bayona (2016)


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En arte debería estar estipulado como exigencia básica para crear que si no puedes hacer algo original o superar lo ya hecho, al menos que lo que crees esté a la altura de lo ya existente.
En este sentido la película de Bayona que ni es original, ni supera nada sí es un film solido, bien dirigido, muy bien interpretado y bien envuelto. Pero nada más. A mí me gustó bastante “El orfanato”, no vi la necesidad de hacer “Lo imposible”, si al menos un miembro de la familia hubiese desaparecido, y esta última historia ha puesto una cosa en evidencia: Seguro que el libro puede llegar a entretener, la película es notable pero ante quien me quito el sombrero y me quedo con la boca abierta es ante el  “artista” que ha elaborado la campaña publicitaria. De verdad. Si algún productor busca en el cine ganar dinero que se olvide de buenos directores, de buenos actores o buena historia y que contrate a este figura. Porque ¡chapo! A dónde ha sido capaz de llevar la película. El otro día oía a un entusiasta decir que seguro que iba a los oscares en representación de España. Pues puede ser. De entrada es la película española que más está recaudando. Y eso ayuda. Y da mucha rabia. El otro día estuve viendo “Gente de mala calidad” de Juan Cavestany y pensé que verdaderamente los caminos del Señor son inescrutables. Unos tanto y otros tan poco. En fin.
Lo mejor del film: Para los que hemos tenido la desgracia de haber sufrido una pérdida irreparable, constatar que Bayona ha transmitido muy bien esa sensación de impotencia y a la vez de culpabilidad, aunque para mí el acierto ha estado en reflejar lo asquerosamente cotidiano que sigue siendo todo a pesar de que uno de los seres que más ames se esté muriendo. El mundo no se para. Nada parece que pueda consolar al niño: En la escuela lo pasa mal, su padre está lejos y su abuela no es de fiar. El mundo en esos momentos debería paralizarse, solidarizarse contigo, hacer un alto, ayudarte. Pero no. Es la lección que debes aprender. La lección, el monstruo. La realidad.
No hay grandilocuencia, ni música ambiental ni grandes diálogos, es todo rutina, mezquindad y el monstruo no dice nada ni te consuela. Simplemente pasa el tiempo, vas al psiquiatra a que te de unos ansiolíticos e intentas enterrar la historia con paladas de tiempo.
La película de Bayona, al que con mucho acierto se le ha comparado con Steven Spielberg, tiene buena intención, está muy bien construida la historia y no hay casi nada que censurarle salvo que como Spielberg, cuando hace películas edificantes, arrastra esa indefinible sensación de que todo es muy para niños, de poca o mucha edad, de que evita el meollo de la naturaleza humana y que lo verdaderamente desagradable y doloroso se lo salta. No hay luces y sombras. Todo tiene un indefinible espíritu positivo  que a mí me hace sospechar. ¿De qué? No sé, sospechar en general. Como si lo que veo no fuese todo. El director está escamoteando algo. O no lo ve y por eso no lo puede mostrar. No perdono los finales constructivos, con su moralina.
Una “gran película” para ver en familia una tarde de sábado, bajo una manta, dormitando y contestando las preguntas que alguna criatura presente, tanto niños  como mayores, pueda hacer. Poco que ver con el gran cine, el séptimo arte. Será del montón. Vaticino.

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