martes, 24 de enero de 2017

"Que dios nos perdone" de Rodrigo Sorogoyen (2016)



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Esta película se divide claramente en dos partes. Estamos siguiendo, tras ellos, las pesquisas de dos policías harto conflictivos, uno tartamudo y aislado de todo tipo de vida social y el otro violento hasta decir basta, y que trasmite muy bien el actor, que investigan los crímenes cometidos por lo que parece ser un asesino en serie de ancianas, cuando el director, a mitad de película más o menos, nos hace una finta y nos pone delante de los policías. Nos presenta al asesino. Ahora ya sabemos quién es, conocemos su cara. Creo que este es el aspecto más reseñable de la película de Rodrigo  Sorogoyen. Es un giro que entabla un dialogo con el espectador- ¡Eh, que sé que estáis ahí!- muy interesante.
Desde ese momento los dos policías pasan a ser más personas que policías y la historia pasa de ser un thriller a ser un drama. Antes dos policías perseguían a un psicópata y desde el momento que nuestra situación como espectadores cambia, se trata de tres personas atormentadas, cada una tratando de sobrevivir de la mejor manera posible.
Ambientada al comienzo de la crisis, 2011, en Madrid, coincidiendo con la vista del Papa, lo que le sirve al guionista para hacer la consabida crítica de que en determinados momentos, que son muchos, las vidas humanas no valen un pimiento, y entablar el clásico enfrentamiento entre el policía trepa y el policía comprometido con su trabajo. Algo tópico y típico pero insoslayable.
Creo que la creación de los tres personajes es muy acertada. Antonio de la Torre y Roberto Álamo cumplen a la perfección su papel de atormentados pero honestos y escrupulosos policías y el papel de joven psicópata, relamido y con complejo de Edipo, que es el más difícil, al ser el más matizable, es resuelto con mucha solvencia por Javier Pereira, que lo mantiene en ese punto en el que al hacerlo cotidiano lo hace más terrible.
Es de agradecer que estos dos policías se queden en esta película y que la tentación de llevarlos a posteriores secuelas, que a buen seguro ha existido, dada la potencialidad de los dos personajes, haya sido desechada.
La ristra de secundarios, policías, forenses y viejitas muy bien, a la altura de ese ejercito de secundarios americanos que en más de una ocasión salvan la película. No sé si porque por fin los directores españoles se dan cuenta de su valor o porque los secundarios empiezan a ser actores muy solventes.
Un pero. Creo que la escena final da para un dialogo más profundo y dramático, se resuelve con mucha prisa. Y muy mecánicamente. Una pena porque la peli merecía esa guinda.
Ahora mismo este film sufre la sombra alargada del monstruo pero con el tiempo ocupara su lugar. De lo más completito que he visto en películas policiacas españolas.

viernes, 20 de enero de 2017

"Comanchería" de David Mackenzie (2017)



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Antes de nada volver a evidenciar mi falta de empatía con los que se encargan de traducir los títulos de las películas extranjeras.
Ésta se titula en inglés “Hell or high water”, que literalmente es “infierno o agua caliente, hirviendo”, pero que en cualquier traductor de internet te explican que es una expresión hecha que viene a decir, “contra viento y marea” “que venga lo que sea””de perdidos al río” y expresiones por el estilo. Cualquiera hubiera valido, viendo el argumento del film, una especie de “thelma y louise” o de “bonnie and clyde”, pero no, le ponen el título de Comanchería, con intención de relacionar, supongo,  la historia que se narra con los míticos indios comanches y su salvajismo, por lo  menos cinematográfico.
 Bueno, creo que es equivoco y confuso. Sólo aparece un indio y es policía. Glup. A veces las intenciones comerciales le hacen más mal que bien a una obra de arte.
Dicho esto, estamos ante otra obra cinematográfica perfecta del cine americano.
Jeff Brigdes está impecable, arma un personaje contundente, complejo, que como esos héroes solitarios que a fuerza de vivir se han elaborado su propio perfil del mundo y en base a él actúan, sin perder de vista la compasión, tan pronto bromea con su compañero en unos diálogos surrealistas como le pega un tiro a alguien como si de una pieza de caza fuera y se queda con todo el dolor de su corazón, tan tranquilo. No se podía hacer otra cosa. Eso y que se pasa toda la película leyendo lo próximo que harán los atracadores. Nadie entiende a alguien tan bien si no comparte con ese alguien algo más que la especie. Sin embargo quiere hacer justicia. Porque sabe que si deja de haberla, todos lo pasaran peor.
Los demás actores siguen la estela con la solvencia y maestría acostumbrada de los secundarios americanos. A cada cual mejor. El guion ajustado a la acción y lleno de matices, pleno. Podemos ver a los USA profundos, de pueblos destartalados, oficinas de bancos que parecen barracas, historias familiares llenas de derrota y amargura. Donde las armas se llevan encima como aquí un paquete de tabaco o donde tras un atraco los vecinos del pueblo salen en persecución de los atracadores como en los viejos tiempos del Far West.
Esta película está imbuida de la vieja filosofía de la vida: Allí donde la Justicia no llega, si vas a ir, ve preparado.
Hay dos momentos álgidos de la película para mí. Me dio escalofríos ese disparo despiadado que deja a un hombre seco, no muerto, como si fuese un bisonte, precisamente en el momento en que más bisonte y poderoso se cree. Me acordé de la forma más espeluznante de morir que he visto en cine, Terciopelo Azul. Y la posterior celebración. Todo un ejemplo de lo que puede valer una vida. Y es que en EEUU todas las vidas no valen igual, como se encarga de explicar el ránger.
Y la otra sobre la epidemia que supone ser pobre y al manera de erradicarla que se marca el hermano “bueno y listo” de la historia al final.
Y sólo un pero. Es una patada en la dinámica de perdedores que alimenta la película que alguien que durante toda la proyección ha ido sin afeitar, sucio y desharrapado, al final tras conseguir el triunfo aparezca impoluto, afeitadísimo y muy satisfecho. Con todo lo que le ha pasado. Un poco de comedimiento en la evolución del personaje hubiera impedido que a algunos se nos acabara la película antes del final.
Claro que cuando he salido y le he preguntado a mi hija que le había parecido la peli y me ha dicho que el actor era guapísimo lo he entendido. Esos afanes comerciales.
Y si yo hubiera tenido algo que decir en esta película hubiera puesto algo de Bob Dylan o Neil Young. El cuerpo me lo pedía.

viernes, 13 de enero de 2017

“Alps” de Giorgos Lanthimos (2011)



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El cine es estética, entretenimiento, interpretación, es básicamente un arte que nació del matrimonio entre la imagen y las tecnologías que antaño fueron nuevas. Que admite una banda sonora. En fin, es una arte complejo que admite todo tipo de aderezos. Y como no, ante esa admisión amplia de aderezos hay directores de cine que deciden poner los menos posibles. Utilizar el cine para escuetamente narrar una historia basándose en dos o tres de esos elementos es un riesgo y es una elección.
Una buena idea y una tesis no son suficientes para hacer una buena película. Aunque sea una idea original y la tesis ambiciosa.
Es verdad que durante los primeros minutos estás un poco sorprendido, en suspense, pues no sabes muy bien si es una peli de sicópatas, de sectas o un ir “vete tú a saber dónde va a parar esto”, cosa que en cine es muy de agradecer aunque ya vas sospechando que sea lo que sea es árido, duro de digerir y muy, muy comprometido con lo que sea. Vamos que hay una idea a la que todo queda supeditado, muy en plan militante. Y eso en arte……
Y la idea es buena. Un grupo de gente se une para ofrecer un servicio muy concreto a la gente que ha perdido un ser querido. El servicio consiste en sustituir a ese ser mientras se pasa el tiempo de duelo, haciéndolo más llevadero y aceptable. Ya puede uno imaginar lo que puede dar de sí el tema. Y da, lo que sucede es que la narración fría y plana, deslavazada, interpretada de una manera voluntariamente distante, como de actores aficionados, no te facilita en ningún momento el poder dejar de tener la sensación de que estás viendo un ejercicio de cinematografía de una facultad de Ciencias Visuales de vete tú a saber dónde.
Y luego está la tesis, muy interesante, de que en una estructura, basada en un objetivo ideológico, fuertemente jerarquizada, el poder a las primeras de cambio se convierte en supeditación, o sea que algo de secta sí que hay en el film. Pero si hubiera habido un poco más de dialogo, reflexión, ritmo narrativo esta tesis podía haber quedado más expuesta y por lo tanto el espectador hubiera estado más acompañado en el desarrollo de la narración, en el que muchos temas secundarios, relación padre-hija, entrenador-alumno quedan cogido con alfileres y el espectador sólo puede hacer conjeturas.
Nabokov escribía en tarjetas sus ideas para una narración y después en la elaboración conseguía un acabado perfecto. Esta película está hecha con escenas muchas veces inconexas en las que el posterior montaje no ha conseguido hilar y más parecen, si no fuera que se repiten los personajes, cuadros aislados que escenas de una película.
Fernando León de Aranoa grabo su extraordinaria película “Familia” en 1996. No digo más.

martes, 3 de enero de 2017

“A sus plantas rendido un león” de Osvaldo Soriano



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Un funcionario, Bertoldi, olvidado en una embajada de Argentina abandonada en un país africano deviene cónsul circunstancial de su país y a otro argentino, Lauri, le niegan el estatus de refugiado político por enésima vez, ahora en Suiza, y debe abandonar en corto periodo de tiempo el país. Mientras, Argentina decide invadir lo que ellos llaman las Islas Malvinas.
Este es la situación desde la que se pondrán en marcha los sucesos que llevarán al encuentro de los dos argentinos como si de dos rayos veloces y sin plan de vuelo surcaran el cielo el uno en busca del otro. Uno, esperando en el país africano acompañado de un irlandés aventurero y loco, de profesión revolucionario, y el otro moviéndose desde Suiza, pasando por París, acompañado de un revolucionario negro fantasioso y estrafalario, irresistible, que capta para su causa a un árabe multimillonario al que conquista proponiéndole montar una multinacional de todo tipo de bebidas alcohólicas pero sin alcohol y capaz de amerizar un Boeing 727 en un lago con un Rolls Royce dentro. Pues bien este negro que habla con los gorilas regresa de nuevo a su país, esta vez para definitivamente instaurar el anarquismo verdadero. Entre medias, tal retahíla de disparatadas situaciones que uno no puede de dejar de admirar a Osvaldo Soriano y admitir que la realidad da para eso y más. Pero en serio.
Algunas de las escenas descacharrantes de la historia servirían para montar escenas cinematográficas inolvidables:
Un duelo en la embajada inglesa, mientras se celebra una fiesta que no se detiene por el reto, entre el embajador inglés y el italiano, donde debido a la lluvia nadie acierta a nadie y tras dispararse durante minutos, al final un francotirador se ve obligado a herir a uno de ellos en una pierna.
Una borrachera a dos entre el cónsul Bertoldi y un gorila, que termina con los dos amablemente abrazados y cantando por la capital del país africano.
La persecución como un flautista de Hamelin que sufre el cónsul cuando tras abrírsele la valija llena de dinero en un cine, decide salir de él tras recuperarlo, y se lleva detrás a todos los negros que asistían a la proyección.
La invasión final de la ciudad por el revolucionario Quomo capitaneando un ejército de gorilas comandado por un gorila de pelo  amarillo que llega en tren. Un revolucionario Quomo del que la población no está muy convencida de que sea lo que necesita debido a las malas experiencias que les hizo pasar la última vez que estuvo al frente del país, con medidas tan controvertidas como abolir los horarios y los destinos de los trenes, de manera que estos viajasen a donde decidía la mayoría de los viajeros. Una mayoría que siempre terminaba decidiendo viajar hasta la frontera más próxima para escapar del país. O el sorteo de hombres y mujeres para formar matrimonios en los que a él casualmente le tocaban las mujeres más bellas. O sea, un líder conflictivo.
Uno se caracajea inmisericordemente leyendo estas aventuras y no deja en ningún momento de pensar en que son una locura pero termina donde Osvaldo Soriano nos quiere llevar. Con sarcasmo, burla y una ironía de calibre grueso en esta historia está toda la irracionalidad del ser humano. Cada uno de los personajes tiene su reflejo en la vida real. Este “Tom Sharpe”  argentino teje con todos ellos un muestrario de desatinos para acomodar a estos dos compatriotas perdedores, uno, falsario, olvidado por su país en un lugar recóndito de África, y el otro, perseguido por su país, que no encuentra otro de acogida. Los dos, al final, enterados de la derrota y perdida de Las Malvinas alzan la bandera argentina acompañada de la bandera roja del comunismo en la abandonada embajada inglesa y entonan el himno del país que no los quiere.
Ellos dos son todos esos miles de hispanos, obligados a irse de su patria, por odio o por pobreza, y a la que sin embargo no pueden olvidar. El resto de personajes  que les rodean somos todos los demás. Gorilas incluidos. De pelo amarillo. ¿Rubios? ¿En Europa?
Y es que al perdedor todo son moscas.