jueves, 30 de marzo de 2017

“El bar” de Álex de la Iglesia



Resultado de imagen de fotos de“El bar” de Álex de la Iglesia

Alex de la Iglesia, una vez más, no consigue deshacerse del costumbrismo en sus películas. Costumbrismo son actitudes, frases y gestos que ya vienen de las películas en las que Paco Martínez Soria hacía de las suyas y que están bien si su incrustación en la historia no ofrece rebordes pero que si son como parches, rompen el ritmo y agrian el guión. Algunas intervenciones de Carmen Machi, por ejemplo. Aunque está estupenda en su rato de gloria.
Alex de la Iglesias con “El bar” ha realizado otra película de estupenda factura técnica, escena, fotografía, ambientación, interpretación, me ha gustado ver a Mario Casas  dándole matices de “gran actor” a su personaje, aunque hubiera algunas contradicciones en su desarrollo, pero Alex de la Iglesia no ha conseguido un guion cerrado, no sólo por lo pintoresco de los diálogos en algún momento sino también por un final manido, mil veces visto en las pantallas, y un tanto increíble, en la peor acepción del término.
Los trozos dramáticos, momento de gloria, ya mencionado de Carmen Machi, y el ídem de Secun de la Rosa, de lo mejor del film. Después las escenas de persecuciones y de hombres horribles muy “díadelabestia” y la intriga y el suspense que crea viene a ser como cuando estás ya muy acostumbrado al bocata de chorizo y te ponen otro. Los espectadores de cine de hoy en día ya están muy corridos y no cualquier situación les intriga.
Un guion con más mejunje, la situación da para ello, insistiendo en cómo sale a flote lo peor de nosotros en cualquier momento hasta llevarlo al límite o como lo desconocido nos hace elucubrar más allá de lo que nosotros podíamos llegar a sospechar le hubieran dado a la película más ambición y quizás unos resultados más artísticos. No sólo con la artesanía vale cuando de arte se trata.
Si a alguien se le ocurre pensar que Alex de la Iglesia tiene influencias almodovarianas, sobre todo en los diálogos,  le tengo que decir que confunde la parte con el todo, porque lo que sucede es que en los dos florece “lo español” pero que al hacerlo tan intensamente en Almodóvar ha terminado apropiándoselo. Pero eso es patrimonio de todos. Y ese patrimonio de todos está bien en algunos casos pero en otros es una losa, los guiños algunas veces no tocan, aunque haga mucha gracia en el exterior. Sobre todo en Francia.
Los grandes thrillers que se han venido haciendo últimamente marcan lo excelente del cine español,  sin “hostias como panes” a pesar de lo apropiado que podía ser ni nada que las recuerde.
Y repito, Alex de la Iglesia me parece un gran director de cine pero….

“Sense alè” de Josefa Contijoch



sense ale-josefa contijoch-9788492440863


No me di cuenta al principio, las portadas de los libros suelen ser algo secundario, hasta que, ahora leo un rato ahora lo dejo, me quedé mirando la foto que conforma la de este libro y no pude por menos de admirar la acertada fotografía que une a Marilyn Monroe, Isak Denisen y Carson McCullers en un encuentro allá por el año 1959. La carnalidad más exuberante de la actriz americana, la elegancia marchita de la escritora danesa y el androginismo de la escritora americana. Lo que es, lo que fue y lo que no se sabe qué es. Tres edades, tres estados de la mujer que vienen muy bien a este libro mezcla de autobiografía, historia política y social de la segunda mitad del siglo XX y narración de crimen y suspense. Estas tres figuras abren lo que serán los senderos por los que transite el libro. Marilyn Monroe, para la historia de celos, infidelidades y amistad que a modo de marco va abriendo los capítulos. Isak Denisen, para lo histórico, lo social, lo político de los años durante los que transcurre la narración, desde antes de los sesenta hasta después de los noventa. Carson McCullers, para los momentos poéticos y creativos, netamente literarios del texto.
Josefa Contijoch de esta manera se fragmenta en la amiga, la espectadora/participante y la escritora.
Toda una vida, toda su vida, armada con los mimbres de lo que sentimos, los que entendemos y lo que nos emociona.  Y nada es seguro pero mucho es injusto. Desde su posición de mujer discriminada, que hasta ahora y veremos hasta cuando es una posición que parece soldada a la mujer, no puede por menos que reflejar una lucha constante no sólo por afianzarse frente a la vida, algo que comparte con el hombre, si no por afianzarse frente a la sociedad, algo que le imparte el hombre.
Muy acertada esta estratificación de una existencia que convierte la lectura del libro en algo entretenido a pesar de los hechos narrados, consiguiendo una mezcla equilibrada de hechos, sentimientos y emociones.
Una pena que la calamitosa, parcial y sectaria política cultural que tenemos en este mal llamado Estado Español, tanto en el centro como en las periferias, impida a muchos españoles leer este libro, mal que le pese a muchos, de ambos bandos, escrito en un idioma español, el catalán.

lunes, 27 de marzo de 2017

“Juego y distracción” de James Salter



Resultado de imagen
Todo lo que huele, literariamente hablando, a andanzas de americanos por Europa, sobre todo Francia, Italia e Inglaterra, a un lector, no deja de retrotraerlo a la literatura de Henri James.
 Y en Henri James he estado pensando durante las lecturas de esta breve novela de Salter, en Henri James como contrapunto de la literatura que se hizo y la que se hace sobre un mismo tema y en cómo, tanto para James como para Salter, sería de complicado adoptar la actitud del otro narrador.
De entrada James hablaba de americanos por Europa que se relacionaban entre ellos, sólo con los oriundos para asuntos domésticos y a lo más que llegaba era a americanos con ingleses, como si el idioma fuese un serio impedimento para el amor. A Salter le sería muy complicado mantener una historia con unos compartimentos tan estancos.
Sin embargo a los dos los une otra cosa mucho más valiosa: El narrador. Un narrador bien particular en cada caso y bien diferenciados entre los dos.
Henri James ha pasado a la historia de la literatura por haber creado a ese narrador que casi siempre sabemos quién es, pero del que no sabemos decir si es que no es omnisciente o que no quiere serlo o que no se entera de todo lo que pasa, con lo que nos trasmite historias que casi nunca están bien cosidas, atadas y mucho menos explicitadas.
Esto es lo que yo os cuento y vosotros mismos sacaréis las conclusiones.
Eso sí, no son vestidos bien rematados pero el colorido y las formas se quedan inoculadas para siempre en el alma de sus lectores. Uno coge un libro sin saber el título y lee dos páginas. Sabe si es un “Henrijames” o no. Eso, para un creador quiere decir mucho, pienso yo.
James Salter va más allá. El narrador de esta historia, que digámoslo es una tópica historia de amor entre americano irresponsable, joven e inconsciente y francesita complaciente y enamorada que se dedican a follar a la vez que viajan por Francia, no sabemos si calificarlo de narrador imposible, pues a veces está entre los dos amantes, incluso en los momentos más íntimos, otras veces los espía, no sabemos a qué se dedica ni qué fin persigue,  a veces nos deja caer que podría ser el mismo joven americano, o calificarlo de narrador desvergonzado que nos dice que nos miente o que se imagina o que se inventa lo que nos cuenta. Un narrador que se salta todas las convenciones de verosimilitud, no digamos las de la veracidad, sobre la que no tenemos la más mínima esperanza.
He pensado que el título de la novela no sólo se refiere al tema que trata, que también podría ser la actitud del narrador. Juego y entretenimiento. Cosa que en algún aspecto es la literatura.
Esta indefinición del narrador, este vaivén que no deja al lector acogerse a una línea clara de desarrollo de la historia convierte la historia en un trozo de vida latente, tal como la vivimos, sin certezas, sin seguridades, llena de inseguridades, desconfianzas, en la que a veces llegar a compromisos es la mejor forma de no comprometerse.
Al final, spoiler al canto, aunque en literatura carece de importancia,  el joven americano, según el narrador, muere en un accidente de tráfico estando en América y la joven francesa llora al saberlo. Pero, ¿Se ha muerto en realidad o es que el narrador no deja de ser más que una carta en la que el joven le explica a la francesa que lo mejor es dejarlo, que él tiene una nueva vida en su país?  Que fue bonito mientras duro. No se sabe. Este narrador es de muy poca confianza.
Ni tan siquiera en el fraseo se compromete Salter a poner más de lo imprescindible. Nada de seguridades. Más que escribir, parece que enumera frases. Como brochazos al alcance de todos. Es el conjunto el que deslumbra.
Admirable que después de tanta literatura aparezcan escritores capaces de tener una voz tan propia.

“El ciudadano ilustre” de Mariano Cohn y Gastón Duprat (2016)



 Resultado de imagen de fotos de“El ciudadano ilustre”
El humor argentino, debido seguramente a los avatares históricos, es un cóctel de finísimo y a la vez brusco e incisivo filo  que se nutre de aromas hispanos, italianos y ese poso salvaje, que podía parecer provenir de la proximidad de los ingleses en las Malvinas pero que yo creo que es producto oriundo de las cepas inmensas y despobladas de la Pampa que al espíritu debe sentarle como la represión victoriana inglesa. Un humor que no deja pasar oportunidad de explicarnos lo ruines y cabrones que podemos ser.
Y con ese humor se ha construido esta reflexión del papel no ya del escritor laureado, como es el caso de la película, sino de cualquier personaje celebre que se escapa del rebaño y al que el rebaño vitorea, halaga, homenajea sin por ello dejar pasar la oportunidad de señalarle que el rebaño ya no está por él.
La mediocridad apesta pero es cálida. Como los pedos.
Nuestro escritor que lleva cuarenta años fuera de Argentina, que ha recibido el premio Nobel de literatura y que desde entonces no ha escrito nada decide aprovechar una invitación del alcalde de su pueblo natal, Salas, para recibir el nombramiento de “ciudadano ilustre” y participar en algunos actos que se han montado con motivo de las fiestas populares.
Evidentemente lleva la intención de recargar pilas para poder seguir escribiendo y nutrirse de nuevo de aquello que le puso a escribir y que tantos éxitos le ha dado.
Todos en el pueblo le están “esperando”.
Desde el admirador sincero al que se finge admirador para sacarle algo, pasando por el político oportunista, el terrateniente nacionalista, el antiguo amor, el amigo que se quedó para siempre en el pueblo, la joven admiradora que lo contempla como una plataforma de huida, tienen su factura preparada.
¿Qué tiene el rebaño y el redil que tanto interesa al emigrante que un día se fue y pugna por encontrar algo que nadie de los que se quedaron sabe qué es?
Aciertos de la película son esos planos de los ciudadanos estáticos que contemplan el paso del “ciudadano ilustre”, esos “móviles” que sostienen a tipos que graban las cascaruja del personaje, pues a buen seguro no han leído un libro suyo en su vida o la constante pugna del personaje por ir andando a los sitios frente al solicito vecino que lo quiere transportar y que no entiende “ese afán por andar entre casuchas, polvo y árboles esquifidos de este pueblo de mierda”
Oscar Martínez transmite de manera brillante con su rostro, mirada y sonrisa toda la perversidad, sinceridad, determinación y algún sentimiento más del personaje que según dice el mismo “un día se fue del pueblo para no volver mientras que sus personajes no pueden salir”.
Impagable, a pesar de un leve histrionismo, la interpretación de Dady Brieva en el papel del amigo que se quedó con su novia, la del escritor, de toda la vida. Una gozada.
En fin, una película que reflexiona sobre la paradoja que supone que muchos de los “ciudadanos ilustres” de muchas sociedades sean personas que huyen precisamente de esas sociedades que los encumbran y de las que abominan por su hipocresía y vulgaridad y de la que, sin embargo, no pueden prescindir.
Un amor/odio que es correspondido por la misma sociedad, que lo mismo te levanta una estatua que te tomatea.
Aquello de que nadie es profeta en su tierra. Y es que quizás para ser profeta como para el amor, lo ideal es no saberlo todo… del profeta o del objeto de nuestro amor.
Siempre hay un aporte de la imaginación y de nuestros deseos que el conocimiento hace papilla.
Un lio.
La película,  más que notable.

viernes, 24 de marzo de 2017

“Las vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides



Resultado de imagen de fotos de las  vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides

En un barrio de clase media americana donde todos saben cosas de todos y para aumentar ese conocimiento no dejan de emplearse cada día, sucede que hay una familia un tanto peculiar en la que las cinco hijas del típico matrimonio burgués católico, compuesto por marido, profesor de matemáticas, y una madre, ama de casa, empiezan a morir por suicidio. Lo que no deja de levantar cierta curiosidad alimentada por las peculiaridades y excentricidades de las cinco chicas “Lisbon”.
Cuenta la historia, años después, el representante de un curioso grupo de amigos de la misma edad de las chicas que por aquella época, a la estupefacción por lo que pasaba le tenían que añadir los entresijos existenciales propios de la pubertad y la adolescencia.
Surge así una narración que se mueve entre la tragedia que supone que cinco niñas se suiciden metódicamente y el esperpento vecinal que supone la convivencia en un barrio con sus dimes y diretes, más las leyendas propias de sus calles. Unos dimes y diretes que el narrador que parece retrotraerse desde una vida adocenada y rendida, y tras un concienzudo y documentado trabajo de investigación y entrevistas a los diferentes protagonistas del momento, con documentos varios, cotillea sin compasión dispersándose en relatos de barrio, alejándose una y otra vez de la historia central que son las hermanas suicidas.
Todo este material lo maneja Eugenides con una prosa ocurrente, plena de ironía, un si es no es cínica que viene  atemperada por el paso de los años. Cierto sabor a realismo mágico, esas moscas que cubren el cielo, esos olmos que van siendo serrados al estar enfermos del gusano holandés, no es más que una campana lejana que le permite escaparse del maestro Cheever que  a buen seguro con una historia de este tipo hubiese acabado por crucificar a los padres  y al resto del los vecinos que no hicieron nada. Es lo que tiene el realismo mágico. Que a la moralidad la deja en el desván.
Al final quedan cinco maletas llenas de los documentos-recuerdos de las vírgenes suicidas que como cometas radiantes, predestinadas, alumbraron brevemente las vidas anodinas y humildes de unos vecinos que no pudieron retener ni tan siquiera una modesta explicación del porqué de lo sucedido.
Eugenides parece decirnos que tan raro como esta historia es la vida, siempre, desde la adolescencia de los protagonistas de esta historia, pasando por padres y madres de ellos, hasta llegar a los ancianos caóticos y maniáticos que por el barrio circulan.