domingo, 27 de agosto de 2017

“Historia de una pasión” de Terence Davies (2016)



Resultado de imagen de fotos de “Historia de una pasión” de Terence Davies (2016)

De la misma manera que había que haber leído a William Carlos Williams para degustar con más intensidad “Paterson” de Jim Jarmusch, para poder apreciar esta película de Terence Davies en todos sus matices y recovecos, sobre todo para poder valorar la complicada personalidad de su protagonista, se hace necesario haber leído la poesía de Emily Dickinson.
Podemos dar una vuelta por una ciudad que nos atrae, admirar sus monumentos, disfrutar sus calles recoletas o sus calles animadas, ver como sus gentes enfrentan la vida, pero seguramente hay unas razones, hay un motivo, hay una historia detrás, hay más.
Terence Davies hace otra de sus cuidadísimas películas, cargada de intensidad, de emoción, de sentimientos, con una fotografía que convierte cada fotograma en un cuadro, muchas veces de luz mágica. Los encuadres estudiadísimos reflejan muy bien el ambiente represor, costumbrista, tradicional de una sociedad puritana y autoritaria. Las largas tomas, los personajes envarados, rígidos, casi de madera, reflejan un momento de los Estados Unidos en que la libertad era cartón piedra.
En medio de ese ambiente, constrictor como una anaconda,  sobrevivió Emily Dickinson, seguramente una de las poetisas más atormentadas e infelices de la literatura universal. Nacida inteligente y con talento, de escaso atractivo y educación religiosa su alma atravesó un calvario del que no dejó otra cosa que sus poemas. Los poemas más inexplicables, misteriosos y mágicos de la poesía de todas las épocas.
¿Cuál es la pasión de la que habla el título?
No lo sabemos, pero sí sabemos que fue el motor que puso en marcha la creatividad de Dickinson. Aquello que la vida no le daba o que le sustrajo, aquello que deseaba, que inundaba su alma de tristeza y pesadumbre, que seguramente tiene que ver con la desesperación de vivir sin saber muy bien para qué. Todo un cumulo de insatisfacciones que la actriz Cynthia Nixon interpreta maravillosamente.
El cine de Terence Davies capaz de revestir de intensidad y emoción hasta el vuelo de una mosca, en esta película tenía un tema a la altura de su talento y creo que lo ha bordado. Léanse algunos poemas de Emily Dickinson, no se preocupen si no los entienden, siéntanlos, y después vean la película, verán que Terence Davies, seguramente sin tenerlo muy claro, con el corazón del artista, ha conseguido reflejar yo creo que con mucho acierto lo que debió ser la personalidad de esta escritora enigmática e inextricable. Les dejo un fragmento de uno de sus poemas:

Me fui temprano -llevándome a mi perro-
de visita al mar.
Las sirenas del sótano
salieron a mirarme
y, en el piso alto, las fragatas
tendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
atrapada en la arena.
No huí, a pesar de todo. Después el flujo
me llegó a los zapatos,
al delantal, al cinturón
y luego al corpiño,
como si intentara devorarme….
¿La pasión?
El cine de Terence Davies en su plenitud. Si te gusta lo disfrutas, si no, aprendes a ver cine.

miércoles, 23 de agosto de 2017

“Un olor a crisantemo” de Segundo Serrano Poncela



Resultado de imagen de fotos de “Un olor a crisantemo” de Segundo Serrano Poncela

En este libro de SSP se recogen cuatro cuentos largos o cuatro novelas cortas donde la modernidad de una literatura española que tuvo que sobrevivir en el exilio nos deja la pesadumbre de ver lo que se fue, lo que se quedó y aquello de “De aquellos barros estos lodos”.
No tiene sentido el lamento ni objeto alguno, pero convendría darle un repaso a todos los que se fueron, poner en los escaparates a los válidos e intentar paliar ese hueco que dejaron sin, claro está, dejar de seguir hacia delante, pero ya con un conocimiento de la tradición más completo. Porque la literatura de SSP, aunque escrita en el exilio, es netamente española. No en vano cuando se fue ya llevaba dentro de sí un país: La España de la segunda Republica.
Cuatro historias y casi cuatro técnicas literarias, cuatro formas de encarar la creación, diferentes.
En “Solo de guitarra”, el tratamiento dado a la infidelidad de la esposa y a la hombría del marido creo que podía llegar a ser sorprendente incluso para algunos de nuestros jóvenes de ahora. Un jorobado que alcanza categoría de hombre deseado por su humanidad, limpia de prejuicios y orgullos ajenos, que pone por delante la lealtad a la fidelidad. Escrito en primera persona y con un final absolutamente sorprendente. Después de infidelidades y abandonos, nuestro jorobado consigue la entrega de la que es su esposa y él se pregunta por qué es así. No lo sabe. Y mantienen el siguiente dialogo,

              -Recapacita, Moisés. Acaso no obramos bien.
-Sí- la dije- y acaso vuelva Julio Antonio (el amante).
-Acaso- dijo ella.
       Y su rostro tomó una expresión soñadora.
Un final que da que pensar, aderezado con un laísmo que ya no se utiliza y que viene a ser como mostrar un plato en el que lo dulce y lo agrio se mezclan, lo antiguo y lo moderno disonan, creando un efecto de choque muy atractivo.
En el segundo cuento, “La copa quebrada”, con cierto aire “onettiano”  y con una prosa más elaborada, en el que cabe escribir: “…se dio en Acevedo esa especial satiriasis que acompaña al pabilo del sexagenario…”, el narrador, forastero recién llegado al pueblo, en primera persona cuenta una historia que va oyendo a diferentes interlocutores que se lo van pasando como si fuera una pelota.  A modo de mosaico la narración se va concretando y el narrador nos deja perlas de información indirecta como ésta,
-¿Sabes de algún hotel cómodo?
                -¡Cómo no! Sí señor.
                Me dio un nombre. Era el mismo lugar que yo estaba.
La historia va transcurriendo y nos preguntamos a que viene tal entrega por parte de los contertulios del recién llegado. Al final, se sabe la razón. Quieren saber quién es. Y él se lo dice.  Pero, ¿Es verdad? Y si no lo es, quién es. Nos quedamos sin saberlo. Sólo nos enteramos de una historia de vida alrededor de una mujer fascinante en la que sólo queda claro que la vida es una copa que hay que beber aunque esté quebrada.
En la tercera novela corta, “La máscara”, un niño se la juega por escuchar una historia que ha empezado a oír y de la que quieren privarlo cuando llega la parte más escabrosa, y para él más atractiva. Su madre, su padre y un amigo del padre van deshojando los sucesos. Su madre es la que menos interviene. Son las aventuras de un tenorio, que pinta, atrapado en las garras de una vampiresa que lo quiere convertir en cómplice de un atentado contra el rey Alfonso aprovechando un baile de máscaras. El atentado fracasa pero el tenorio tiene que huir y dejar detrás sus cuadros. Entre los que el niño ya mayor encuentra uno de su madre. ¿Hubo romance? La poca intervención de la madre en la rememoración de los hechos…  ¿De qué máscara habla el cuento?
En la cuarta historia, “Un olor a crisantemo”, un disoluto termina su día de jolgorio en un burdel, donde ya es conocido. Sólo quiere dormir y tener compañía.  Y allí se encuentra con una prostituta que vive su especial “la vida es sueño”, que le narra sus recuerdos, que descubre cada noche como pesadillas sin saber si lo vivió o lo sueña. Todo su terror es recibido por el crápula con desapego. Él ya pasó por ahí. Acaba el cuento con una petición de un buen desayuno, unos huevos pasados por agua, y una reconfortada meretriz que ve en la parsimonia del cliente conocido una esperanza de poder seguir, a pesar de todo, sobreviviendo.
Como se ve cuatro historias de enfoques y tema diferentes, con personajes complejos que presagiaban una narrativa muy acorde con el resto del panorama literario europeo y que los tiempos grises frenaron en seco.
¿Cómo se consigue volver a coser dos trozos rasgados de tela  y durante mucho tiempo separados el uno del otro, con lo que han adquirido un perfil propio y unos bordes endurecidos que hacen difícil la unión?
No lo sé, pero para empezar, conocer los dos trozos en profundidad, sus cualidades, texturas y diversidades, con la intención de que la tradición literaria adquiera la consistencia adecuada y no sea un trapo lleno de transparencias. Segundo Serrano Poncela, debería estar tapando una de esas transparencias o rotos de nuestro panorama literario.

sábado, 19 de agosto de 2017

“Cita en Samarra” de John O’Hara




 Resultado de imagen de fotos de cita en samarra
John O’Hara llega a mi conocimiento después de haberme paseado por toda la literatura norteamericana del siglo XX con fruición, pasión y absoluta admiración. De hecho que yo piense que EEUU no es una total mierda imperialista entre otras cosas se debe a la pléyade de fantásticos escritores que ha tenido, tiene y sospecho que tendrá. Es una mierda imperialista pero crecen especímenes de interesante consideración y apreciable actividad. No sólo literaria.
Y me he dado cuenta de que John O’Hara tiene su propia voz. Enclavado en ese momento literario que definieron Hemingway, Cheever, Parker, un poco antes de Udpike, Roth, Delillo y un poco después de Faulkner, O’Hara que también hace narrativa épico-urbana tiene su propio  estilo. Un estilo en el que el dialogo, su excelente oído le permite no ya traernos los ecos de aquellas conversaciones, si no las historias que pasaban a lomos de esas voces.
Es el escritor al que no le ha importado narrar las vicisitudes de un empresario de un concesionario de coches, hijo de un médico más que respetado, soportado y temido, casado con una mujer a la que ama, con amigos a los que aprecia y subordinados con los que se lleva bien que sin embargo decide tomar la cuesta abajo de la vida y ya no parar hasta despeñarse, hasta su “cita en Samarra”. Y eso lo emprende O´Hara porque tiene unas dotes excelentes para transmitirnos mediante diálogos acertados que lo mismo recogen la voz de un borracho que la de un camarero negro lo que los personajes van no ya sintiendo sino haciendo.
Un retrato al natural, a pie de calle y de salón, de una ciudad norteamericana donde el puritanismo de las grandes familias manda, la pertenencia a una u a otra creencia religiosa o política, establece límites infranqueables, los mafiosos tienen su cuota y los clubs y organizaciones sociales crean una telaraña de la que es difícil escaparse. De la que nuestro protagonista huye de la manera más definitiva y determinante que se conoce.
El brillante comienzo de la novela en el que sabemos que el protagonista tiene la intención de iniciar su calvario, lanzando una copa a la cara de uno de los convecinos, al que le debe dinero, pero sin llegar a saber si lo hizo o no hasta que al día siguiente se confirma que fue que sí, es como el fogonazo de presentación de un esplendido espectáculo que recoge a medida que las opciones de nuestro protagonista van en la dirección que él desea, aunque las circunstancias no sean más determinantes que su propia decisión de quitarse de encima, los escenarios atribulados de personajes y situaciones casi costumbristas de los EEUU de los años cincuenta y sesenta. Si Edward Hooper hubiera decidido ser más sociable y Scott Fitzgerald menos romántico, John O’Hara hubiera sido el resultado. Gasolineras, talleres y  clubes sociales con hombres trajeados y solitarios, con horarios de trabajo, ebrios, atrapados por mujeres que para no ahogarse se agarran a ellos como a troncos ardiendo, que claro está, tarde o temprano acaban siendo ceniza. Muchos escritores escribieron sobre ellos, pero John O’Hara los pone a hablar, sin sacarlos de su hábitat. Eso le hace tener su propia voz.
Más urbano que Cheever, menos malicioso que Parker, menos épico que Hemingway, menos de vuelta de todo que Carver, no en vano le antecedió, menos alambicado que Faulkner, John O’Hara tiene un sitio claro y diáfano en la narrativa norteamericana del siglo XX.

viernes, 11 de agosto de 2017

“La mujer de tu prójimo” de Gay Talese



Con este título uno se espera encontrar dentro del libro otra cosa de la que albergan estas quinientas páginas. Que no es otra cosa que un extenso informe sobre cómo el sexo y la libertad de disfrutarlo recorrió el siglo XX en los Estados Unidos de América. De cómo la moral, las religiones, en USA siempre son religiones, el negocio, la política y por supuesto nuestra necesidad de sexo intervinieron y elaboraron formas y modos de disfrutarlo, reprimirlo y exprimirlo.
Y como nunca Talese, al tratar un tema, lo focaliza, pues tenemos la fortuna de, tomando como excusa la lucha por la liberación sexual, darle un recorrido a leyes, personajes e historia de América del Norte.
No escatima Talese las referencias a personajes reales vinculados con la industria del sexo, debe haber sido muy laborioso, a posteriori y durante la escritura del libro, el trato con estos personajes que aparecen, con nombres, apellidos, aventuras y desventuras, además vinculadas muchas veces a su vida más intima, ni escatima, como en él es habitual la documentación necesaria y todos los datos objetivos que puede añadir. Incluyendo en este caso su propia peripecia sexual en el tiempo en que trabajó en él.
El resultado es otro esplendido fresco de Estados Unidos.
Yo no sé si el título que se le dedica muchas veces, “Creador del nuevo periodismo”, junto a Tom Wolf es justo, si no es quizás un título que da importancia sólo a una faceta de su trabajo. Pues indudablemente hay un valor informativo de muchos quilates en sus libros pero también hay un resultado que le aproxima a la sociología, la antropología y todas estas ciencias que tratan de explicar al hombre y sus comportamientos. Hay una necesidad en él de entender a este ser contradictorio que nunca deja de debatirse entre su animalidad y su espiritualidad. Su grandeza y su miseria.
En este libro, por ejemplo, parece que centrado en la vida sexual de los americanos en el siglo XX, hay un desfile interminable de personajes que por el mero hecho de haber existido y él limitarse a reflejarlos no parece que tenga valor ninguno su exposición, vida y aventuras, cuando sin embargo adosado a ese desfile se pasea toda una forma de entender la vida en EEUU, de la lucha por la propia subsistencia, por la conquista de la libertades, de la justicia, en fin por la lucha para alcanzar una sociedad donde el hombre sea un individuo lo más auténtico posible que entre otras cosas consigue que tengamos una idea de cómo es “ese espíritu americano” que hoy en día ha conquistado el mundo.
Creo que otra reseña de uno de sus libros comentaba la necesidad de leer su obra para saber con más profundidad como son los yanquis, ese pueblo proveniente de la mezcla de mil pueblos,  ahora lo ratifico. Guy Talese es un historiador. No de los hechos grandes, de las batallas que nutren de honor épico a los países, si no de los sucesos cotidianos, de las pequeñas guerras que individuos talentosos, con voluntades férreas y ambiciones insaciables han contribuido a hacer esta sociedad como es, con sus luces y sus sombras.
Su prosa no es literaria, es una prosa al servicio de la historia. Clara, diáfana, repleta de datos, por si alguien quiere ir a la wiki y comprobarlo.
Para mí, por ejemplo, la figura del creador de Playboy ha adquirido unas dimensiones humanas que nunca había pensado que pudiera albergar.  Y como él, aunque menos conocidos, hay unas decenas, hombres y mujeres, de protagonistas de aventuras humanas apasionantes. Y aleccionadoras. De las que se puede aprender mucho. Malo y bueno. En fin, un libro que merece mucho la pena leer.
Ojala en España alguien se dedicara a escribir este tipo de libros sobre nosotros.