viernes, 4 de agosto de 2017

“Dunkerque” de Christopher Nolan (2017)


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No pensaba ir a ver la película, estoy un poco cansado de patrioterismo norteamericano, épicas consabidas y rescates de “soldados rayan”, pero la escasez de estrenos atractivos y las críticas desaforadamente favorables dedicadas a la película, con la expresión “obra maestra” en alguna de ellas, junto con unas imágenes subyugadoras que había visto en el tráiler me decidieron a acercarme y echarle un vistazo. Y estaba equivocado, no era patrioterismo norteamericano, era patrioterismo inglés, que es peor que el americano al no ser tan ingenuo y hacer como que es una cosa cuando es la de siempre. Y me equivoqué, no tenía que haber ido a verla.
A excepción del poder visual del film que llega a hacerse pesado, por reiterativo, ciertos planteamientos que no llegan a resolverse y una estupenda banda sonora, que escucharé ya tranquilamente sentado en mi sillón, sin tanto avión exhibicionista y tanto barco simplemente ahí, donde están siempre los barcos, en el mar, más que nada para confirmar que es más que buena, todo lo demás es lo de siempre. Guerra, gente jodida y héroes anónimos.
Se podía haber buscado unos exteriores para que al hacer los planos largos de la playa con sus edificios uno no tuviera la sospecha de que esas edificaciones son de los sesenta largos y no de los  treinta cortos, porque la guerra ocurrió en 1939.
Se podían haber desarrollado un poco más los dos grandes temas que sólo se anuncian y casi ni se ven, del cobarde que huye y sólo quiere escapar de la guerra, o la del joven héroe que se mete donde no le llaman y lo joden vivo. Por no hablar de la entrega heroica sin condiciones del padre y hermano que pierden a su hijo y hermano con la tranquilidad del que pierde un lápiz. Un soldado aterrorizado que sólo quiere escapar se queda en un arrepentido soldado que admite su equivocación.
Se le podía haber dicho a Sir Kenneth Charles Branagh que por una vez en su vida no se pusiera tan intenso, que el cine no es el teatro, y así construir un personaje más creíble.
Se podía, se podía… pero no se hizo.
Una película más sobre la guerra en la que un piloto que se apunta los galones de gasolina que le van quedando con tiza, porque se le ha estropeado el indicador, no sé para qué, después de planear sin gasolina un sin fin de quilómetros aterriza tan maravillosamente en la playa dominada por el enemigo, le prende fuego al avión y se entrega orgulloso, sin pizca de miedo. El cruce de tiempos no arregla la impresión de inverosimilitud que a uno le embarga.
Por no hablar del recibimiento del tren lleno de derrotados que parece más bien que vienen de una victoria que de una derrota. Uno puede estar contento de haber conseguido traer a casa a compatriotas en peligro, pero ese jolgorio.
Esa estupenda toma del héroe, genial, al final no ha sido suficiente. Algo más de texto hubiera estado muy bien.
Si me preguntan cuántos soldados se salvaron, no hubiera echado más allá de diez mil, pero ¿trescientos mil?
Como se puede leer, no me ha parecido una obra maestra. Una obra maestra es otra cosa. Y una película original y necesaria, otra. Recuerda, recuerda.

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