domingo, 24 de septiembre de 2017

“Sangre de dragón” de Christoph Hein



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Las caballerías y algunos animales son equipados, algunas veces, con anteojeras para que no puedan ver si no lo que acaece delante de ellos, con el fin de que no se asusten al ver lo que pasa a los lados. Deben girar la cabeza para ver lo que sucede en los laterales. Y algunas veces ni eso, pues no se les permite, mediante el yugo, girar la cabeza. Cuando no son aguijoneados para que vayan más deprisa o para que no decaiga el ánimo. No sabremos nunca cómo sus cerebros asimilan la situación. No hablan, no lo cuentan, no lo escriben.
Pero los seres humanos sí.
Leyendo a Christoph Hein y acordándose uno de Albert Camus, no se tarda nada en llegar a la conclusión que el sistema comunista fue no sólo un constructor de “extranjeros” si no de toda una sociedad en la que no sentirse un “extranjero” era lo extraordinario.
Las relaciones humanas gélidas, los sentimientos helados y las frías vidas de seres apadrinados por el Estado hasta cuando dormían venían a añadirse a “l’ennui de vivre” que siempre aqueja al ser humano.
El extranjero de Camus no lleva anteojeras, las siente. No cabecea, ni se gira, no se rebela. Los extranjeros de Hein sí lo hacen, intentan sentir de una manera libre, pero en una sociedad sin libertad, ni aliciente, no hay escapatoria, llegas al mecanicismo inevitable de los corazones. La protagonista de esta historia lo sabe, se baña en sangre de dragón procurando no dejar ningún resquicio de piel vulnerable. Para poder seguir subsistiendo, sobreviviendo.
Las frases cortas, la inexistencia de las descripciones y frases del tipo:
                “…Anne es tres años mayor que yo. Era dentista y tuvo que dejar la profesión.
Sus muñecas tienen cierta tendencia a inflamarse. Volvió a estudiar y ahora es anestesista. Tiene cuatro hijos y un marido que la viola una vez cada dos semanas.
En general duermen juntos y con regularidad, según cuenta, pero de vez en cuando,
él la viola. <Necesita hacerlo>, dice…….”
Más o menos así durante doscientas páginas.
Los apartamentos que no se pueden dejar porque si lo haces son asignados a otras personas, los cargos a los que accedes si perteneces al partido., las relaciones humanas que se tiñen de esa distancia que propicia el mecanicismo del sistema. No hay escapatoria si no huida. Una huida física o una huida mental. O una permanencia aniquiladora.
La exaltación, la pasión, la esperanza son aderezos que nos gusten o no, necesitamos para vivir. Sin ellos los cardiogramas o los encefalogramas tienden a la planicie. Donde gritos, susurros. Donde abrazos, roces. La vida en fotografía.
Eso es la narrativa de Christoph Hein, refleja un panorama. La de Camus, un estado humano. La de Bernhard, todo el libro tiene su eco, una elección. Porque es lo que hay. Porque es lo que siento. Porque es lo que elijo.  Respectivamente. En los tres casos literatura incandescente.

“El otro lado de la esperanza” de Aki Kaurismäki (2017)



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No soy un admirador del cine de Kaurismäki pero veo todas sus películas con mucho respeto por dos razones: Ha conseguido un lenguaje propio y sus historias siempre respiran una profunda compasión por los seres humanos desfavorecidos, marginados y un tanto al margen casi siempre de esta insaciable sociedad que no da nada sin alienarnos cada vez un poco más.
Pero yo voy al cine a emocionarme, a empatizar con los personajes de la historia o a admirarme por sus vicisitudes y con la forma de narrar de Kaurismäki me siento como si estuviera bailando con una mujer que me estuviera pisando continuamente y a la que no soy capaz de seguir el ritmo.
Porque ritmo narrativo no hay en el director finlandés. Pone escenas con intenciones un tanto infantiles en un momento dado, en otro hace un homenaje al cine de Tati, en otro se vuelve irónico, en otro nos muestra algo más propio del cine barato de la Mafia, en otro se pone trascendental y trágico y nos muestra como se rompe un matrimonio de la manera más cruda y así no hay manera de conectar con la historia que en este caso trata de las aventuras y desventuras de los refugiados de ahora (Siria e Irak) por Europa, y más en concreto en Finlandia.
Con unos personajes que parecen de cartón piedra, o robots, más próximos a las mascaras del teatro griego o japonés, más cerca del símbolo que de la persona, igual buscado conscientemente pues no en vano forman parte de este planteamiento cinematográfico unos planos largos, sin casi dialogo y unos actores a los que más de una vez les tiene que haber dicho Kaurismäki
- Al que interprete, lo despido.
Pues tenemos una película, otra, con muy buena intención social, muy original pero de escaso valor artístico.
No entiendo a que vienen tantos premios.
Kaurismäki es  en el cine como en la canción esos cantautores muy reivindicativos, con letras muy peleonas y voz muy personal pero que de música nada de nada.
De todas formas iré a ver la próxima que haga. Llámenme masoquista si así lo desean.

lunes, 18 de septiembre de 2017

“Nido de bobos” de John Ashbery y James Schuyler



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Si se ha leído la poesía de John Ashbery y uno se encuentra en una librería de viejo de Badajoz un ejemplar de una obra en prosa de dicho autor hay que tener la voluntad de un Dios para no comprarla. Y si además por un euro te dan dos libros más pues que decir…
Pues que no ha merecido la pena y ha sido una compra inútil, si no es que piensas que descubrir que un poeta excelente es un prosista mediocre tenga alguna utilidad.
“A nest of ninnies” que yo hubiera traducido por “Nido de simplones” más que “Nido de bobos”, pues “bobo” en castellano tiene varias acepciones y algunas no coinciden con las características de los personajes del libro, es una historia intrascendente, con alguna ingeniosidad, ocurrencia, que recuerda a algunos autores. Lo que pone más en evidencia sus carencias.
Recuerdan estos personajes a los frívolos de Oscar Wilde pero ni de lejos son parecidos a esos maravillosos personajes cínicos, irónicos, de mala baba y por descontado aún más lejos de los diálogos infinitamente inteligentes de Wilde.
Recuerda esta historia a las de Henry James pero ni de lejos el entramado argumental se asemeja a las laberínticas narraciones de James, sus reflexiones, sus descripciones y ese mágico punto de vista.
Este libro recuerda a los cuadros más intrascendentes y bonitos de David Hockney. No se sabe muy bien para qué sirven.
¿Cómo el hombre que ha escrito,
……No hay recompensas
en este mundo por haberse meado la vida, aún
si implica llegar a ver icebergs olvidados
de hace décadas separándose de la masa
para nadar bajo la superficie, levantando
una montaña de vidrio desbordante antes de abalanzarse erectos
para empezar el viaje peligroso desconocido hacia el horizonte desolado..

puede entregarse a este ejercicio de inutilidad?
¿Intentaba probar algo?
Quizás que todos vemos la misma vida, a la misma gente haciendo las mismas repetitivas e intrascendentes cosas,  que todos somos bobos enfrascándonos en empresas impuestas, que en fin, la realidad es esa… Y que por eso él se hizo poeta. Porque ya puestos a inventar, ¿Qué mejor que la poesía, dónde no hay más límite que la imaginación y la sensibilidad de cada uno?
No sé.
Lo que sí sé es que es mucho más interesante leer lo que Ashbery siente que lo que Ashbery nos cuenta que ve. Muchísimo más.
Sólo como penitencia entiendo este libro.

“Señor, dame paciencia” de Álvaro Díaz Lorenzo (2017)



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¿Pa qué vas? Si lo sabías.
Pero fuiste. Pa ná.
Un planteamiento que podía haber dado mucho de sí, si no se hubiese buscado el chascarrillo, la gracia fácil, el tópico ibérico y, claro, la falta de imaginación y talento de los escritores de la historia.
Y la falta de ambición.
Gracias a Rossy de Palma y a Jordi Sánchez por su contención y su buen hacer, si se hubiesen dejado ir y caer en sus histrionismos la película hubiera pasado de ser del montón a mala.
Los otros actores, correctos, menos David Guapo que hace su película particular, y desde luego no interpretándola, si no clavando sus monólogos en el corazón del film. Como un arco de medio punto en una iglesia barroco-plateresca. Unas clases de interpretación no le vendrían mal.
Una película con la que ni se pasa el rato.
El paso del tiempo le hará un favor. Nos olvidaremos de ella y del enésimo intento de explotar en vis cómica aquello que nos separa.
Una cosa buena. De tanto banalizar nuestras diferencias puede ser que acaben siendo banales y los nacionalismos, todos, el español también, terminen disolviéndose como azucarillos en el aguardiente de la ignorancia y la mansedumbre. Lo que no viene a ser lo peor que puede pasar.
Si no han ido a verla, no vayan. Véanse un capítulo de “La que se avecina”. A la chita callando la mejor serie de humor que se ha hecho nunca en España. De verdad. Interpretaciones y guionistas en estado de gracia.

martes, 12 de septiembre de 2017

“Stefan Zweig: Adiós a Europa” de María Schrader (2017)



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Salí de la proyección preguntándome qué pensaría el espectador que habiendo visto la película no estuviera familiarizado con la figura del escritor austriaco. Es muy posible que se haya aburrido y que no haya captado lo que la directora ha querido contar. Porque da la impresión de que los artífices de la película han tratado la historia como si Stefan Zweig fuese tan conocido como Vargas Llosa o Camilo José Cela y sus vicisitudes pasto de la memoria universal. Y no es así, a pesar de que en su momento fue el escritor vivo europeo que más libros vendía y en los últimos tiempos la editorial Acantilado ha tenido a bien ponernos al día en cuanto a su producción literaria.
De todas las maneras, a mí, que sí estoy al tanto de la importancia de este escritor en el mundo de las letras y que he leído bastantes de sus novelas, biografías y su excelente autobiografía, “El mundo de ayer”, no me aburrió pero me ha parecido innecesaria.
¿Qué intenta decirnos la directora? ¿Qué quiere plasmar? Desde luego no narrar los hechos que acaecieron mientras la historia transcurre. Porque no lo hace. Se limita a mostrarnos unos fragmentos de la vida de Stefan Zweig que transcurren por Europa, América del Norte y del Sur, que desembocan en su muerte en Brasil y que no sirven para hilar un verdadero escenario que pudiera dar espacio para mostrar la Europa convulsa que se vivió en esa época y de la que tantos intelectuales tuvieron que huir como el mismo protagonista del film.
La contención y el control de la directora es tal que la película es plana, sin ningún hecho relevante que cause emoción, ni ninguna situación que provoque ninguna reflexión. El espectador es un eterno expectante que se va de la sala sin saber muy bien qué es lo que ha visto.
La cuidadosa puesta en escena que tiene momentos iniciales brillantes después se pierde asfixiada por la exuberancia y el costumbrismo de Brasil reflejados de una manera inexplicablemente intensa que no sé a qué motivos obedece. Lo de morir en ese país no me parece motivo suficiente. Al fin y al cabo no deja de ser el desenlace de una vida que tiene sus principales capítulos en la Europa sacudida por el nazismo.
La decidida voluntad de que no haya ninguna imagen que nos pueda retrotraer al horror nazi no se ve compensada por unos personajes que se muestren afligidos o desgraciados por la deriva que sus vidas han tomado. El hieratismo interpretativo de los actores no lo permite.
Pues ese comedimiento, esa contención que despide la proyección se contagia al actor protagonista comedido y contenido. Algo tan perjudicial como ser histriónico y excesivo. En el punto medio está el acierto. Y en esta película no se ha conseguido.
Las imágenes finales no son más que una exclamación de horror al final de dos horas de escenas mal trabadas, inconexas que unos diálogos y unos discursos  apasionados no contribuyen a darle sustancia.
Quizás habría que haber buscado y seguido, si se encontraba, la senda que un determinado momento de la historia pide un periodista americano: Un claro reflejo de lo que era el nazismo y su condena.
Una clara voluntad de mostrar algo de emoción.
Eso conociendo el autor y su obra.
Si han pensado ir a verla, mejor cómprense “El mundo de ayer”.  En él hay emoción, extrañeza por los acontecimientos previos a Hitler y se refleja como un mundo monolítico, inamovible, prospero salta hecho pedazos. Encuadrado entre la primera y la segunda guerra mundial, un mundo que se escurre hacia el abismo ante la incredulidad del mundo entero. Ahí sí hay veta para una película.