viernes, 29 de diciembre de 2017

Henry Parland, poeta finlandés


Resultado de imagen para foto antologia de la poesia nordica
Estoy leyendo una antología de poesía nórdica (POESÍA NÓRDICA. Antología preparada por Francisco J. Uriz. Ediciones de la torre). Empezándola. Voy por los poetas finlandeses. Los leo y siento el aliento poético, mi mente se desliza sin sobresaltos. A veces entiendo de qué hablan, a veces siento lo que escriben, pero no pierdo la incomodidad de no acabar de despertarme, de sintonizar con lo que leo. De dejar de entender para pasar a sentir. Hasta que llego a Henry Parland (1908-1930), 22 años de vida. Poeta, novelista y periodista.
En la antología hay unas pocas poesías de cada poeta. Además las de Parland son breves. Pero suficientes. Me despiertan totalmente el espíritu. Siento.
Escribe,

“…las sombras de los cables eléctricos
quieren cortarme el cuello….”

En el siguiente poema le recomienda a una madre que muestre indiferencia para con su hijo si quiere que él la quiera como ella a él.
Después, en otro, habla de cómo los trenes quieren embaucar a las estaciones de ferrocarril y llevárselas con él. Pero ellas, coquetas, se ríen divertidas a su paso. Quedándose.
En otro,

“…sé quién derribó
todas las sombras
que yacen inmóviles en el suelo…”

En otra estornuda y llena de poesía el escritorio, donde se confunden los bacilos con los microbios poéticos.
O escribe siete versos para explicar que un día sintió lastima por un hombre, por su aspecto miserable, por lo mal que le iba en los negocios, hasta que un día al estar junto a él en el espejo…
O reflexiona sobre, que  le parece mejor deslizarse hacia atrás que arrastrase hacia adelante.
En resumen, poesía con ideas, con contenido, originales, en busca de sensaciones y emociones. Arraigada en la profunda realidad de lo que acontece fuera y dentro del poeta, a ratos futurista, a ratos lírica. Ojo avizor.
Sus ideas deslumbrantes, sus encuentros sorprendentes, sus ocurrencias, sus paradojas. Muy interesante.
He buscado por internet algún libro traducido al español y no hay. Igual había que interesarse por él.
¿Qué le parecería eso a Henry Parland?
¿Le gustaría? O como dice en uno de estos cortos poemas de la antología,

Quiero decir
que en cualquier caso
me da exactamente igual.
En cualquier caso no puedo permitirme el lujo
de vivir
por muy barato que sea

viernes, 22 de diciembre de 2017

"Los bastardos" de Amat Escalante (2008)

Resultado de imagen para fotos de Los bastardos de Amat Escalante (2008)
Después de ver “Heli” uno ya tiene un poco en mente lo que va a ver en “Los bastardos”, película anterior a “Heli”. Así que cuando ve la larga secuencia de plano largo con la que comienza la historia, uno se dice, mejor así, poco a poco, que si además de la violencia, la explotación y el desarraigo le añades las prisas, esto se va a hacer indigesto.
Es seña de identidad de Amat Escalante, además de estos planos largos para secuencias estáticas, el poco dialogo, el trabajo de los intérpretes con sus rostros y la violencia soterrada que desprende toda la proyección, así como la intención de comunicar poéticamente lo que no se dice. Esto pone al espectador a elucubrar y a juzgar continuamente cada encuadre. Hay tremendismo, ciertas imágenes que dejan al neorrealismo en pañales e incluso llamadas a escenas místicas que recuerdan a vírgenes en éxtasis y apóstoles en comunión con el infierno.
No llega a ser tan desmedido ni surrealista como Carlos Reygadas pero indudablemente los dos marcan el cine mexicano que se está haciendo ahora, por lo menos ese que denuncia la violencia intrínseca e imparable que parece atenazar a la sociedad mexicana. Y las diferentes formas de estallar según sea dentro de las fronteras mexicanas, casi siempre el narcotráfico, la prostitución o las diferencias sociales como detonante, o en contacto con la frontera norteamericana, con la explotación de ilegales, como es el caso de esta película. Y también tienen en común que sus películas son pasto de festivales porque comercialmente son poco proyectables. 
En esta historia se narran las vicisitudes de dos mexicanos ilegales trabajando en los USA, es decir dos seres al borde de todo, que no son otra cosa que animales sobreviviendo. No hay principio, no hay final, no hay moraleja. Sólo un fragmento de esas vidas. Próximo al documental por movilidad de la cámara y por los diálogos de calle, toda la historia tiene  ese sabor inconfundible de la cotidianidad. Hacer cercana la historia, casi olerla, es un objetivo evidente de este director, nada dado a elucubraciones sicodélicas o flipantes como sí es el caso de Reygadas.
Hay que hacer este cine, alguien tiene que hacerlo. El cine no puede permanecer ajeno a la brutalidad que se vive en la sociedad mexicana y al inhumano trato que se teje entre México y USA en su frontera común. Tan brutal y tan inhumano que cualquier escena que estos directores se puedan imaginar casi siempre se queda chica al lado de las realidades que se pueden ver en los noticieros cada cierto tiempo. Cada muy poco cierto tiempo. Alguien tiene que contarlo, aunque sólo sea en descargo de todos los seres humanos que perecen triturados  ante la implacable dinámica que impone la sociedad de consumo que en estas historias ni tan siquiera aparece, pues en primer plano está su antecesora, la sociedad de la supervivencia. Para que nos hagamos una idea de la inútil batalla que libran la mayoría de estos personajes.
Así que aunque sólo sea por eso bienvenidas estas películas.
La escena final de la película es un estupendo colofón a ese ejercicio de reflexión e interpretación a que nos somete Amat Escalante en cada uno de sus planos cortos de rostros entre ensimismados y abducidos o en los largos, en los que nos da tiempo a tragar lo que va pasando. Tragar, no digerir.



viernes, 15 de diciembre de 2017

“Fiasco” de Imre Kertesz



Resultado de imagen para fotos de “Fiasco” de Imre Kertesz

Ser espectadores de la propia vida lo somos casi todos. Adquirir distancia de ella, de nuestro pasado, cuesta. Y cada uno lo hace a su manera.  La manera de Kafka ha adquirido fama universal y parece mentira que sea tan comprensible lo que cuenta, viendo su poca intención de empatizar con el lector, figura en la que no sé si pensó alguna vez. Aún así,se le entiende. Victor Kempler tuvo otra manera, más periodística, pero no menos templada e Imre Kertesz tiene también la suya. Muy personal y propia.
Siempre me ha parecido asombroso que la ideología que más ambición ha mostrado en eso de buscar el paraíso para el hombre haya sido la que más lo ha cosificado, como si a medida que la idea de sociedad ideal se fuese concretando, la posibilidad de que el hombre exista en ella desaparezca. Esto, así dicho, no deja de ser casi un comentario de sobremesa pero haberlo experimentado  debe ser algo inquietante y aniquilador. Imre Kertesz lo sintió.
La obra literaria de este autor está impregnada de su vida. Esto podría ser una obviedad o algo de innecesaria mención, pues le pasa a muchos escritores.
Ya. Pero lo que no les pasa a muchos escritores es que su niñez transcurra en campos de concentración nazis y su juventud y madurez bajo el régimen totalitario que surgió tras la segunda guerra mundial en Hungría.
Eso marca. Eso deja un poso que Kertesz no ha dejado de remover. Intentando, supongo, digerirlo, alejarlo a través de la escritura, mostrarlo para que quede constancia y conseguir así una suave patina de normalidad, la normalidad que da exponer públicamente algo y que nadie exprese incomprensión o rechazo. Está aceptado, fue terrible, pero ahora ya se sabe. ¿Me acompañan?.
Y lo consigue. Su herramienta preferida para esta labor es el humor, la ironía.
Así, en Fiasco, ante algo que es más fuerte que un terremoto, que un huracán, que una bomba atómica y que tiene como resultado dejarte muerto en vida, el protagonista opta por dejar de luchar contra la corriente y aceptar lo que venga como bueno. Se abstiene de juzgar, de opinar y sólo bracea para no hundirse.
Novela y biografía se imbrican. Hay novela dentro de la novela. Narración en primera persona, narración epistolar y un aroma kafkiano en el que al contrario de Kafka, los personajes quedan nítidamente dibujados pero no por eso menos perdidos. Cómplices, víctimas, asimilados, amigos, todos desfilan acomodados o no en el monstruoso escenario que llega representar una ideología totalitaria llevada al límite.
Imre Kertesz escribe una y otra vez no la misma historia pero sí el mismo intento de exorcizar su pasado, con el convencimiento de que otra actitud no es posible. Al dejarlo escrito, algo de lo que cuenta ya no es suyo.
En un mundo en que se sustituye la Fidelidad por sobre la Capacidad, el protagonista se mueve como un marinero en un barco capitaneado por ineptos navegantes que cultivan una amistad interesada sin posibilidad alguna de dejar la nave.
Y esto  no deja de ser un fiasco. Si sustituimos “estado totalitario” por “sociedad de consumo”, igual los paralelismos asustan. Por eso la literatura de Imre Kertesz es tan importante. No deja de ser una reflexión no sobre la vida en sus concretas circunstancias, si no la vida universal, la que sucede a cada momento. ¿O no lo hemos pensado más de una vez? Que todo es un fiasco:

sábado, 9 de diciembre de 2017

"Perfectos desconocidos" de Álex de la Iglesia (2017)



Resultado de imagen de fotos de Perfectos desconocidos de Álex de la Iglesia (2017)

Si la película fuese una hamburguesa o un bocadillo de chorizo, se me presenta la carne o el embutido como un pedazo de alimento jugoso, sabroso y bien elaborado, y del pan que al principio y al final se alinean para darle consistencia al conjunto diría que sobra, que está demasiado cocido, el principio, y con sabor raro al final.
El principio por poco natural, demasiado sugerente y por tanto artificioso. Entre miraditas, morisquetas,  gestos y algún suceso sorprendente se nos dice que algo especial va a suceder. No casa con el buen hacer y la naturalidad de un docudrama de situación tan bien dirigido.
Se debería haber dejado al espectador que fuese descubriendo lo que sucede sin tanta pista. Al final está claro que se va a montar una buena.
Y el final, igual. Incursión en la intromisión.
¿A qué viene ese final? Lo de la brujería y lo diabólico está condicionando la obra de Alex de la Iglesia de manera castradora. A mi modesto ver.
Como una tapadera, que tapa un buen producto al que no se le deja respirar, es lo que me parece el final. Mata la película.
Lástima, porque durante toda esta obra de teatro llevada al cine en la que brillan Eduard Fernández, Pepón Nieto y Dafne Fernández, y los demás en mayor o menor grado se muestran afectados y poco naturales, se había pergeñado una buena historia con momentos álgidos de dramatismo y humor.
Sin el principio y sin el final, tendríamos obra de teatro para rato. De esas que están en los escenarios años y años.
Ah, los móviles han llegado para quedarse, así que mejor que los administremos bien. Ahora sufrimos los excesos del principiante pero aprenderemos. Como hemos hecho con todo, desde que apareció la rueda o el fuego. Eso sí que cambió nuestras vidas.