viernes, 22 de diciembre de 2017

"Los bastardos" de Amat Escalante (2008)

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Después de ver “Heli” uno ya tiene un poco en mente lo que va a ver en “Los bastardos”, película anterior a “Heli”. Así que cuando ve la larga secuencia de plano largo con la que comienza la historia, uno se dice, mejor así, poco a poco, que si además de la violencia, la explotación y el desarraigo le añades las prisas, esto se va a hacer indigesto.
Es seña de identidad de Amat Escalante, además de estos planos largos para secuencias estáticas, el poco dialogo, el trabajo de los intérpretes con sus rostros y la violencia soterrada que desprende toda la proyección, así como la intención de comunicar poéticamente lo que no se dice. Esto pone al espectador a elucubrar y a juzgar continuamente cada encuadre. Hay tremendismo, ciertas imágenes que dejan al neorrealismo en pañales e incluso llamadas a escenas místicas que recuerdan a vírgenes en éxtasis y apóstoles en comunión con el infierno.
No llega a ser tan desmedido ni surrealista como Carlos Reygadas pero indudablemente los dos marcan el cine mexicano que se está haciendo ahora, por lo menos ese que denuncia la violencia intrínseca e imparable que parece atenazar a la sociedad mexicana. Y las diferentes formas de estallar según sea dentro de las fronteras mexicanas, casi siempre el narcotráfico, la prostitución o las diferencias sociales como detonante, o en contacto con la frontera norteamericana, con la explotación de ilegales, como es el caso de esta película. Y también tienen en común que sus películas son pasto de festivales porque comercialmente son poco proyectables. 
En esta historia se narran las vicisitudes de dos mexicanos ilegales trabajando en los USA, es decir dos seres al borde de todo, que no son otra cosa que animales sobreviviendo. No hay principio, no hay final, no hay moraleja. Sólo un fragmento de esas vidas. Próximo al documental por movilidad de la cámara y por los diálogos de calle, toda la historia tiene  ese sabor inconfundible de la cotidianidad. Hacer cercana la historia, casi olerla, es un objetivo evidente de este director, nada dado a elucubraciones sicodélicas o flipantes como sí es el caso de Reygadas.
Hay que hacer este cine, alguien tiene que hacerlo. El cine no puede permanecer ajeno a la brutalidad que se vive en la sociedad mexicana y al inhumano trato que se teje entre México y USA en su frontera común. Tan brutal y tan inhumano que cualquier escena que estos directores se puedan imaginar casi siempre se queda chica al lado de las realidades que se pueden ver en los noticieros cada cierto tiempo. Cada muy poco cierto tiempo. Alguien tiene que contarlo, aunque sólo sea en descargo de todos los seres humanos que perecen triturados  ante la implacable dinámica que impone la sociedad de consumo que en estas historias ni tan siquiera aparece, pues en primer plano está su antecesora, la sociedad de la supervivencia. Para que nos hagamos una idea de la inútil batalla que libran la mayoría de estos personajes.
Así que aunque sólo sea por eso bienvenidas estas películas.
La escena final de la película es un estupendo colofón a ese ejercicio de reflexión e interpretación a que nos somete Amat Escalante en cada uno de sus planos cortos de rostros entre ensimismados y abducidos o en los largos, en los que nos da tiempo a tragar lo que va pasando. Tragar, no digerir.



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