martes, 29 de mayo de 2018

“High-Rise” de Ben Wheatley (2015)



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High-Rise es quizás la película más simbólica que haya visto de Ben Wheatly. Entre la ciencia-ficción y la distopía, este sorprendente director inglés, entomólogo, nada compasivo del hombre, hace lo que todo científico de laboratorio. Crear un escenario, un ambiente, un microcosmos en el que experimentar o intentar reflejar toda la variedad y complejidad del ser humano y su sociedad. En un rascacielos, en el que no falta de nada, jardines, piscinas, gimnasios, supermercados, este director pretende construir un universo humano.
Como no puede ser de otra manera esta reconstrucción es parcial, limitada, un fracaso. Pero es algo normal.
Encerrar una rata en un laboratorio, pase, pero al hombre…
Mas, a pesar del fracaso y de la parcialidad, el film se deja ver. Tiene en algunas escenas un gran poderío visual, el texto se mueve entre la pedantería del demiurgo pretencioso y megalómano que interpreta muy bien Jeremy Irons, el discurrir existencialista del doctor que al final saca sus peregrinas conclusiones y el discurso iracundo del garrulo y  atlético reportero de radio. Alrededor, toda la fauna humana.
Entretenido ejercicio de comedia humana a la que tan aficionado era J.G. Ballard, autor de la novela en la que se basa la película, en la que la banda sonora es otro toque personal del director que uno no sabe si las pone, las canciones, para burla solidaria o gamberrada contra el espectador. Un batiburrillo que mezcla la típica banda musical de película con las más estrambóticas de las canciones actuales. No sé muy bien con qué intención, como no sea la de desconcentrar al espectador.
Con todo, como ya he dicho, y como con todas sus películas, una más que merece la pena ver y que no deja indiferente al cinéfilo o al interesado por los vericuetos creativos de los artistas. Y Ben Wheatly lo es, artista y muy creativo.


viernes, 11 de mayo de 2018

“Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri” de Martin McDonagh (2017)




 Resultado de imagen de fotos Tres anuncios en las afueras
Otra vez me voy a meter con esa costumbre de traducir los títulos de cualquier forma. El título original del film es “Three billboards outside Ebbing, Missouri”. Está bastante clara la intención de los padres de la criatura en localizar con precisión el lugar donde se producen los hechos, porque si les hubiera dado igual se hubiera titulado “Three billboards outside”. No es lo mismo “Tres anuncios en las afueras” que “Tres anuncios en las afueras de Muelas del Pan, Zamora”. La diferencia de resonancia, de carga emocional, etc., etc., está clara. Pues no. Ya que no pusieron “Tres anuncios” y a cascarla. En fin, la poca sensibilidad y la falta de respeto campa a sus anchas por cualquier campo, ya sea artístico o de patatas.
Y es una pena no tener en cuenta estos detalles que menoscaban una película magnífica. La interpretación de Frances Macdormand es la viga central sobre la que discurre todo el peso de la historia. El desarrollo de su personaje es un solo de interpretación, complejo, poliédrico, de los que dibujan un carácter para siempre.
Una historia sin ninguna originalidad, con un tratamiento de los personajes y los sucesos que la convierten en una gozada.
Guión, dirección, interpretación se armonizan para conseguir una película casi redonda. Digo casi, porque hay algún punto del guión que debería haberse elaborado más.
El duelo interpretativo entre Frances Macdormand, otra actriz que gana con la edad, y Sam Rockwell, es fantástico. Ver cómo a esa viga maestra se va adosando armónicamente la figura de ese poli inclasificable hasta formar un dúo que funciona a la perfección es una filigrana en la dirección y el guion, que hace que aunque el film cae en algunos excesos, se obvien por los momentos de disfrute que proporciona.
Un Woody Harrelson, anclado en su papel de siempre, es la solida base para que la madre reivindicativa y el hijo desnortado y falto de un verano nos deleiten durante dos horas.
No se escatima, no obstante, en medio del humor negro “muy de los Coen”, el dolor y el sufrimiento. Sin romanticismos, sin caer en lo melifluo, una historia de ausencias, venganzas, traiciones, equivocaciones y perdones narrada como si a pesar de todo, eso, estar al borde de la tragedia, es lo que nos anima a seguir. Son de esas pelícuals que dices: ¡Qué pena ya la he visto!